jueves, 29 de abril de 2010

AL COMPÁS DE AYACUCHO



Lunes, 7:30 p.m.

Llego a Huamanga poco después del atardecer y espero pacientemente en el terminal (léase: terral) la llegada de mi editor, que ya se encuentra en Ayacucho. Mientras colocamos en la maletera el equipaje y libros traídos de Lima, comienzan a caer las primeras gotas de la tormenta que inaugura una generosa temporada de lluvias. Tenemos un apretado programa por delante, así que dejamos rápidamente las cosas en el hotel y volvemos al centro.

Lunes, 8:00 p.m.

Primera cita: nos esperan en el programa de televisión del untuoso Juan Arrieta, en pleno prime time huamanguino. Si no fuera por la enorme antena, pasaría totalmente desapercibido el presunto set ubicado en un garaje y equipado con un reflector y dos video-cámaras, cerca de la calle 9 de diciembre, vital arteria para todo lo que se precise en esta ciudad, ya sea mercado, iglesias, comercios. Todo está en la misma 9 de diciembre o muy cerca de ella. Antes de la entrevista, comentamos con los colaboradores de Arrieta que nos gustaría tener una copia digital de la misma. No hay problema, vengan a buscarla mañana, nos responden atentos. Termina el espacio anterior. Publicidad. Me invitan a pasar. Cámaras, acción. Viendo al engominado Sr. Arrieta con su estilizado bigotillo, no puedo evitar recordar al Sinchi de Pantaleón y las visitadoras en la magistral caracterización de Aristóteles Picho. Cinco preguntas sosas, cinco respuestas peores. Me irrita que Arrieta no diga correctamente el título de mi libro. ¿Que si he leído autores ayacuchanos? Por supuesto. Prefiero no especificar que, aparte de mi editor, no tengo idea de literatura huamanguina. Dos zalamerías de ida, dos de vuelta. Gracias por la invitación, Juan. ¡Suerte en Ayacucho, Sergio!

Martes, 8:00 a.m.

Después de un bienhechor emoliente frente al mercado municipal, me reúno con Johnny en la entrada del colegio Benito Weber, donde haremos una presentación para los alumnos de cuarto y quinto de secundaria. Es uno de los mejores colegios particulares de la ciudad y qué mejor prueba de su labor a favor de la protección de la naturaleza que el hecho de ver a una señora gata amamantando a sus seis variopintos gatúbelos en la oficina de la señora directora. La misma ilustre dama nos saluda amablemente, nos presenta a sus colegas docentes al mismo tiempo que les da unívocas instrucciones para que nos acompañen al auditorio donde van entrando risueños jóvenes y señoritas de quince a diecisiete. En las primeras cinco filas, se sientan puras chicas. Los más palomillas, másculos y féminas, se agazapan en las butacas posteriores. El sistema de audio funciona perfectamente. Se ve que la gatófila directora, que por su estatura frágil podría confundirse fácilmente con el alumnado, tiene todo bajo control. Johnny hace una breve introducción y luego yo les leo algunos pasajes de Coctel Selva Negra. Terminamos con una rueda de preguntas en la que participan sobre todo las chicas de las cinco primeras filas. No me puedo quejar. Ninguna otra presentación de mi libro ha sido seguida por la firma y dedicatoria de más de cincuenta ejemplares. Con los nombres clásicos, obviamente no tengo ningún problema, pero a Jhohanny y Brayson sí tengo que pedirles que por favor me deletreen sus nombres para escribirlos correctamente. Salimos del auditorio y nos recibe un esplendoroso cielo serrano de un azul desconocido en Lima. Nos espera la siguiente cita así que nos despedimos de la amable directora y sus secuaces.

Martes, 12:00 m.

La emisión radial de mayor sintonía al mediodía es sin duda el espacio que conduce Eduardo Ccora. Me quedo boquiabierto al constatar que este gordito de veintitantos años resulta ser todo un magnate de las comunicaciones ayacuchanas pues además de emisoras de radio dirige también un diario. La conversación fluye. Preguntas interesantes. Respuestas que tratan de estar a la altura de las preguntas. Los diez minutos pasan volando y ya tengo que correr a la siguiente cita que es otra entrevista televisiva.

Martes, 12:30 p.m.

Su fama la precede. Le dicen la urraca de Huamanga por analogía con un oscuro personaje del ambientillo farandulero limeño. Me advierten que debo tener mucho cuidado con las preguntas que hace esta distinguida dama. Cuando llego al estudio, aun están en el bloque previo. Espero un momento y ya me invitan a tomar asiento junto a Judith Meléndez. Viste como una maestra de secundaria, muy discreta, con la solapa de su blusa anaranjada por encima del saco negro. Me gusta su picardía, le sigo la corriente cuando me toma el pelo y terminamos riéndonos como viejos amigos. Finalizada la trasmisión, pregunto si puedo tener una copia digital de la entrevista. Por qué no lo dijiste antes de empezar, lamenta el técnico de Judith, no habría habido ningún problema, pero a posteriori ni modo. Felizmente me queda lo de anoche, pienso cándida e inocentemente. Como habíamos acordado la víspera, luego de la urraca paso por el estudio de televisión de don Juan Arrieta para recoger la grabación. Me recibe un señor muy amable. Se queda sorprendido cuando le digo que vengo por el DVD de mi entrevista. Es el dueño del canal y solo se graban emisiones cuando él está presente y ayer por la noche no fue el caso. Realismo mágico en primera persona: ayer me quedé sin grabación por zonzo, hoy por distraído.

Martes, 2:00 p.m.

Refunfuñando llego a la casa de una sobrina de Johnny que nos ha invitado a almorzar con su familia. Ya están ellos reunidos desde hace algo más de una hora y veo dos botellas vacías de licores de alto voltaje. ¡Que vivan los hígados huamanguinos! Me carcome una insana envidia pues con media copita ya estaría yo prodigando un concierto de hipo y estos compañeros se bajan dos litros como si fuera agüita mineral. Les pregunto dónde me puedo lavar las manos, con la siniestra intención de que se me indique la ubicación del baño para actividades fisiológicas que no vale la pena detallar. En su infinita amabilidad, Johnny me indica el lavadero de piedra que está al lado nuestro en el patio de la casa de Etelvina. Al mal tiempo, buena cara, murmuro mientras me lavo las manos. Ojalá hayan preparado algo típico de la región, pienso al tomar asiento en la mesa del comedor. Pero mis preces no son escuchadas. La anfitriona ha preparado platillos especialmente al gusto de Johnny, todos ellos de corte „internacional“ como sopa de verduras con albahaca y un pastel de fideos. Trato de disimular mi decepción. Me ayuda en este afán Manuel, el hijo menor de Etelvina. Se levanta de su silla el carismático chiquillo de ocho años, se acerca y me mira fijamente preguntándome ¿de qué color son tus ojos? Su mirada denota una personalidad notoriamente extravertida, además de curiosidad pueril. Me cuentan que es amigo de varias caseras del mercado municipal de Huamanga y me lo puedo imaginar muy bien dialogando con ellas. Después del postre, le pido a Manuel que me diga dónde está el baño, sin recurrir ya a mayores eufemismos. Para mi consternación, constato que se ha acabado el papel higiénico y la descarga de agua no funciona. Y mis prácticas toallitas húmedas las he dejado en el hotel. Felicitaciones. Menos mal que faltan dos horas para la próxima cita.

Martes, 5:00 p.m.

Entro al patio de la histórica Universidad de Huamanga. No puedo evitar tratar de imaginar lo que fue este claustro en los ochenta y primeros noventa. Me siento en una banca de cemento. Uyarinakuy Wasi, reza la placa junto a la puerta de entrada al auditorio. Llega Johnny en compañía de una guapa damisela, esperamos un momento hasta que se desocupe el uyarinakuy wasi para tomar nuestros lugares y acondicionar la sala para la presentación de mi libro. Oh sorpresa: no tenemos luz. Ya son casi las seis, está oscureciendo y en el auditorio las luces no funcionan. Nos dicen que son problemas de presupuesto y están ahorrando por donde pueden. Es una sensación muy relajante estar en el podio y no ver a los cuatro gatos que han venido a la presentación. Los anfitriones me dedican muy lindas palabras y con la rendija de luz que entra por el patio leo en voz alta un fragmento de mi libro. Para acortar la distancia con el público durante la rueda de preguntas, bajo del podio y me ubico en la penumbra entre los dos grupos de butacas.

Martes, 8:00 p.m.

Comentando las incidencias de la jornada en un concurrido bar, la amiga de Johnny me felicitó porque era la primera vez que veía a un ponente hacer ese desplazamiento democrático. Muchas gracias, Betty.