viernes, 25 de junio de 2010

RECONQUISTANDO MADRID – TOMO II

Me levanto sorprendentemente temprano, tomando en cuenta la ingestión masiva de pisco sour de la noche anterior, y camino cuatro cuadras por Huertas y Amor de Dios hasta el mercado de Antón Martín. He descubierto un puesto de comida peruana así que hoy toca desayuno servido por una simpática familia trujillana. Mis profundas reflexiones sobre si pedir primero una papa rellena o una causa limeña llegan abruptamente a su fin cuando me dan a entender que la cocinera todavía no ha llegado y puede tardarse un buen rato. Es decir: pides tu desayunito ibérico, compadre, o buenos días los pastores. ¡Qué me queda! Sustituyo la papa rellena por una castellanísima tortilla de patatas con cierto sabor a desengaño.

Si toda va bien, hoy a mediodía habré firmado un contrato con una agencia literaria para dizque fomentar mi carrera de escribidor. Para tal efecto me interno en el centro de la tierra, es decir la estación de cercanías de Puerta del Sol. Desde la construcción del ramal subterráneo que une las estaciones de Chamartín, en el norte, con Atocha por el sur, el subsuelo de Madrid ha quedado más perforado de lo que ya estaba con las numerosas líneas del metro. Bajo una infinidad de escaleras mecánicas y, poco antes de llegar a Nueva Zelandia, ubico el andén por donde pasa el tren al sur.

Media hora después, como quedamos, espero a Miguel en la estación de Getafe. Nos hemos visto una sola vez, hace casi medio año, pero no tenemos la menor duda de que nos reconoceremos sin problema. Veo pasar a un gordito melenudo que también me mira y se sigue de largo. Definitivamente no es Miguel. Pasan más de quince minutos desde la hora acordada y la impaciencia que me carcome. Lo llamo a su móvil y me dice te estoy esperando en la estación. No puede ser. ¡Es el rellenito pelucón! Me invita una caña en un bar de su barrio antes de proceder a la firma del documento que nos unirá por los próximos tres años.

Yo contaba con que íbamos a rociar el enlace con un buen vinito pero, por problemas familiares, Miguel no tiene tiempo y me abandona a mi triste suerte, con toda la amabilidad del caso, en la cervecería 100 montaditos de calle Madrid. No tengo la menor idea de lo que serán estos montaditos acá pero tengo hambre y ¡bienvenidos sean! Estudiando el menú, me entero de que son sanduchitos pequeños y me pido un surtido de cinco para hacer la consiguiente evaluación gastronómica. No están mal los montaditos.

De regreso en Madrid, descanso un buen rato antes del encuentro con Nuria y Sonia en el sabroso barrio de La Latina. Conocí a Nuria el verano pasado en Alemania. La guapa barcelonesa estaba promocionando su última película y los que le organizaban la gira me preguntaron si podía hacer un city tour con ella, a lo que accedí encantado. Degustando una cidra de la región, me comentó que su compañera de piso era una actriz peruana. Seguramente una desconocida, pensé, pero con una mezcla de educación y curiosidad pregunté por el nombre. ¡Sonia Ausejo! Mi actriz favorita. He visto casi todas sus películas... ¿y vive contigo en Madrid? In-cre-í-ble. Para colmo, su piso queda en mi barrio preferido, entre Atocha y Santa Ana. Quedamos en que saldríamos a tomar una copa la próxima vez que fuera a Madrid y aquí estoy cobrando la promesa.

La vida de artista es muchas veces dura y en tiempos de crisis peor. De momento, Nuria se recursea como barista en un café de moda y Sonia cuida niños. Son bonitas, tienen un buen currículum pero la competencia es grande y los proyectos interesantes pocos. Disfruto mucho las dos horas que paso en compañía de estas chicas hermosas y valientes, sin nada de disfuerzos ni arrogancia.

A las diez de la noche, entre el oso y el madroño de Puerta del Sol, me esperan Paco y Lucía. El chavalín y yo trabajamos hace tiempo para la misma empresa, si bien a dos mil kilómetros de distancia uno del otro. Nos conocimos y caímos bien telefónicamente pero recién hoy, cuatro años después, vamos a vernos en vivo y en directo. Por precaución, viene con su novia. Sugiero, para empezar, regalarnos la vista con un aperitivo en el Penthouse de Plaza Santa Ana. Tengo una afición innata por los lugares elevados con vista panorámica. Siendo Paco y Lucía lugareños, para ellos también es la primera vez que ven su ciudad desde arriba. El frío de marzo no nos deja estar más de cinco minutos a la intemperie, así que optamos por un cambio de ambiente y rematamos la noche en un bar irlandés con música de U2 en vivo.

Luego de acompañar a mis huéspedes-anfitriones hasta la boca del metro, regreso a mi cuartito con la cabeza llena de imágenes de Madrid desde arriba, Getafe, La Latina con Nuria, Sonia, montaditos, trenes, estaciones, Lucía, Paco.

El sábado por la mañana no me queda mucho tiempo. Apenas lo justo para un delicioso desayuno en un café de la calle Atocha y una vuelta por la Plaza Mayor. Al pie del monumento, un trío de violinistas venezolanos tocan Vivaldi mientras un sol de marzo me entibia los hombros. Con ese calorcito encima, recojo mis bártulos y me resigno a las 20.000 millas de viaje subterráneo que me esperan hasta Barajas.

viernes, 18 de junio de 2010

RECONQUISTANDO MADRID – TOMO I

Es la una de la madrugada y por fin estoy en mi céntrico hostal del Barrio de las Letras. Quería alojarme en el Palace, pero felizmente hice a tiempo los cálculos llegando a la conclusión de que me falta vender unos dos millones de libros antes de calificar para ese hotel. Llego exhausto por el retraso de mi vuelo y el ataque de avaricia que me llevó a no tomar un confortable taxi (tassi, en madrileño) sino la peor conexión de metros de cualquier capital europea: camine ud. kilómetros de kilómetros en cada estación de correspondencia. Recuerdo al autor alemán que comentaba risueño la profundidad de los trenes subterráneos diciendo que al parecer Madrid comparte algunas líneas con Sydney. Pero yo no quiero ir a Australia en este momento, ni se me ocurre salir a buscar algún barcito abierto, solo quiero echarme a dormir para estar en forma mañana.

¡Qué mejor manera de empezar el día en Madrid que un reconfortante desayuno en Los Zuritos, al lado del Reina Sofía! En una mano, EL PAÍS – para el cerebro – y en la otra ¡HOLA! – para el corazón. Estudio el menú cinematográfico llegando a la conclusión de que la cinta elegida será la argentina que está a punto de ganarse un óscar. Sigo elucubrando la agenda del día y casi me atoro con mi deliciosa tostada integral recubierta de tomate cuando descubro que esa tarde se presentará por primera vez en Madrid el espigado autor chileno Pablo Simonetti. Está clarísimo el programa: cine a las cuatro y cuarto en el Princesa y de allí por la Gran Vía, directo y sin escalas, hasta la Casa de América para conocer al escritor del que tanto me han hablado mis amigas chilenas.

Primera decepción de la tarde: El secreto de sus ojos la pasan en una sala tamaño familiar de a lo mucho 24 asientos. Me ubico al fondo en una hilera de tres que está vacía. Segunda decepción: al segundo de apagarse las luces, recibo compañía. Se sienta a mi izquierda una jubilada hambrienta, a juzgar por los aromas -no precisamente de mistura- que despide su bolso. Lo que me faltaba, un pícnic en el cine y el olor a salsa barbecue que no me deja concentrarme en las miradas pícaras que intercambian Soledad Villamil y Ricardo Darín. Espero que no te moleste mi merienda, solicita mi autorización la susodicha. ¿Qué le voy a decir, que os vayáis a sentar a otra fila?

Terminado el festín powered by McD., no pasan ni cinco minutos y ¡ronquidos a babor! Mi vecina pasa de la saciedad de consumo a un profundo sopor. En un inesperado arrebato de vigilia, me pregunta, alarmada, si se ha perdido mucho de la peli. No, no, la tranquilizo. Y ella vuelve a roncar plácidamente hasta que aparecen las consabidas tres letras eFe-I-eNe. Se ilumina la sala y el brillo de las luces despierta a Paz.

- Que he dormido muy mal por mi trabajo, chaval.

- ¿Ah, sí? ¡Qué pena! Fue una película muy buena. (Pobre vieja, pienso, seguro trabajas limpiando oficinas como tanta jubilada española y has dormido poco.)

- ¿Eres argentino, verdad?

- ¿Argentino yo? No, soy peruano. ¿Y usted?

- Soy madrileña, una de las pocas personas nacidas en Madrid. Pero tú hablas como argentino. Yo vengo mucho al cine. Pero hoy sí que me he quedado frita. Con la vida cultural de Madrid, siempre hay alguna atividad (sic) interesante.

- Argentino por ningún lado, señora. Se nota que ud. de acentos sudamericanos no sabe mucho. A propósito, yo voy ahora mismo a la presentación de un escritor chileno en la Casa de América. ¿A lo mejor le interesa?

- ¿En la Casa de América? Pues claro que me apunto.

- ¿Nos da el tiempo para hacer todo Gran Vía a pie hasta Cibeles en media hora?

- Por supuesto. Tú, sígueme, majo, que este es mi barrio.

Y cual Caballero de Gracia sudaka recorro por primera vez la Gran Vía en compañía de una genuina aborigen. En el trayecto aclaramos los malentendidos del cine. Me entero así de que Paz no limpia casas sino se recursea con traducciones. Le explico por mi parte las diferencias básicas entre el casteyano peruano y el casteshano argentino. Ella trata por todos los medios de darme a entender que es una da-ma de la mejor burguesía intelectual y rebelde madrileña post-franco y que la merienda cinemera ha sido un traspié en su código de conducta. Concluyo que la tía no está muy bien de la cabeza.

Antes de ingresar en el Palacio de Linares, le limpio con una servilleta los impertinentes restos de salsa barbecue que circundan su castellana nariz. La presentación del libro es en una sala del más profundo de los subsuelos. Llegamos mucho antes que los protagonistas y nos sentamos discretamente en segunda fila. Con el cuarto de hora de tolerancia a punto de agotarse, aparece el cortejo en el que destaca el autor con su metro noventa y pico. La introducción está a cargo de la ampulosa Almudena Grandes, a todas luces más entusiasmada con la apostura del escritor que con la calidad de su prosa y la conducta de los chungungos.

Terminada la fase protocolar, noto unas miraditas interesadas por parte de un zambo alto y elegante que forma parte del cortejo. Como no podía ser de otro modo, Paz identifica inmediatamente al concejal Zerolo, activista infaltable en toda actividad de corte o matiz LGBT. Me coloco en la fila para que el autor me firme su libro. Paz me dice déjame pasar a mí primero que te lo voy a presentar. Usted manda, yo obedezco. El autor es encantador. Muy educado, natural, nada de disfuerzos. Tengo la secreta esperanza de que, una vez firmados todos los libros y tomadas las fotos de ley, cuando solo quede el núcleo íntimo, podremos ir a tomar una copita de vino para celebrar el evento y poder conversar más tranquilos.

Tercera decepción: mi tenacidad no basta. Cuando reúno suficiente coraje y le pregunto al escritor cuál es el plan para el after-show, me dice que sus anfitriones ya le tienen una mesa reservada, dándome discretamente a entender que hasta aquí llegó mi amor. Felizmente estamos en Madrid, ciudad con alta concentración de población peruana, así que no pasa más de media hora hasta poder ahogar mi pena en un delicioso pisco sour.