lunes, 31 de diciembre de 2012

ÉL Y YO (3a. PARTE)


Medio año después del proprio brutto, en el esplendor de mi primera primavera europea, volvimos a vernos en la stazione centrale de Perugia, Italia. Llevaban un par de años viviendo juntos la intrépida colorada y tú, años de intenso aprendizaje mutuo, tolerancia y adaptación en temas tan importantes para la convivencia como el orden – esencial para ella y de rango francamente menor para nosotros.

Todavía no tenían carro, me fuiste a buscar en una simpática vespa y montados en ella recorrimos las empinadas y sinuosas avenidas del centro antes de hacer una pausa logística – comprar pan donde unas gorditas – y remontar el corso Garibaldi para luego bajar la ladera de Sperandío, ya en los extramuros de la capital umbra. Tengo gratísimos recuerdos de las dos semanas que compartimos en aquella casa rústica con vistas espectaculares a las colinas aledañas, donde el baño era una curiosa construcción añadida a modo de nido de golondrinas en una pared posterior.

Contigo aprendí a preparar el delicioso pane e pomodoro que décadas más tardes me volvería a encontrar en otros lugares disfrazado de pa amb tomàquet, pa amb oli o bruschetta, si bien nunca igual que con el pan de Calabria de tus gorditas del mercado perugino. Cuando tenías que trabajar, me dabas las instrucciones necesarias para hacer gratos paseos por Perugia y alrededores. ¡Qué rico la pasamos! Incluso aquel jueves que fuimos al concierto barroco de los Solistas de Zagreb en el Teatro Morlacchi. En el camino a casa, comenzó a llover a cántaros y llegamos empapados pero contentos.

Tanto más me sorprendió tu carta después de esa fraterna luna de miel, donde me reprochabas haberte tratado de impresionar durante uno de nuestros paseos por las colinas umbras. Y tenías razón. Fue cuando mencionaste la ciudad toscana de Arezzo y, recordando al monje Guido, se me escaparon los famosos versitos que dieron origen al do-re-mí. En ese momento no moviste ni un músculo y recién por tu carta supe el motivo: es que le dabas mucha más importancia al pensamiento, a la (auto-)reflexión que a la memoria y visto así, para ti yo era un paporretero sin mayores méritos. Bastante de razón tenías y la sigues teniendo. Nadie es perfecto, querido. Ni siquiera tu brother menor. ;)

En la primavera del 89 me llegó la invitación a tu matrimonio. ¡Qué tiempos inocentes! Yo andaba en amoríos con una simpática brasilera y en la tarjeta escribiste te esperamos en julio con tu Doña Flor. Cuando partí a tierras itálicas, hacía meses que se había terminado el breve pero fogoso interludio con Mônica. La víspera de la ceremonia, fieles a la tradición italiana, la colorada durmió con su madre y hermana en una habitación, tú y yo en otra. Cosa graciosa para una pareja que ya lleva cinco años de convivencia.

¡Qué suerte haber tenido tan solo 22 años y una voracidad a prueba de balas ese 15 de julio! Del lado de la novia estuvieron presentes su madre, dos hermanos, una cuñada y un sobrino. La familia del novio, algo más rala, era yo. Una vez absuelto el breve pero emotivo enlace en un histórico palazzo medieval ante el elegante y risueño concejal de Perugia con su banda tricolore, partimos la pareja y los familiares al restorante Le Tre Vaselle... de donde no saldríamos sino seis horas, cuantiosas botellas de vino y un sinnúmero de platillos más tarde.

Ya me habían contado que un matrimonio italiano consistía en un 90% de comer, comer y comer pero una cosa es el conocimiento teórico y otro – mucho más sabroso – el práctico. Una vez de vuelta en la casita de Sperandío, preparamos el patio para la fiesta con los amigos. Tres mesas repletas de bocadillos y demás dulces confeccionados por los Fratelli Piselli, gracioso nombre que en oídos italianos suena más o menos como Hermanos Pipilín. 

Entre los compañeros de trabajo, vecinos de la ladera y otros amigos de la pareja, estaba un apuesto siciliano que bailó un apasionado tango con la flamante esposa ante la mirada incrédula de la concurrencia. Qué pena no haberlo sabido entonces, pero el talentoso bailarín no tenía mayores inclinaciones amorosas hacia el género femenino. Aunque tampoco recuerdo que me haya echado, ni de reojo, media miradita lujuriosa, o lo que es más probable aun, que no me haya dado cuenta con mi lentitud de pensamiento. 

Continuará...

viernes, 30 de noviembre de 2012

DÍAS DE MAIO

Noviembre en el centro de Europa: cielo gris, ocho horas de “luz” – si ese cielo color panza de burro deja filtrar alguno que otro rayito de sol tenaz – y temperaturas poco gratas al sistema respiratorio. Momento perfecto para rememorar otros noviembres llenos de sol, de luz y calor. Por ejemplo el del 2011 que comenzó en la ciudad de Praia, capital del archipiélago africano de Cabo Verde. Fueron días de trabajo intenso, recorriendo cuatro islas con un grupo muy exigente pero algo despistado. Tres de los siete clientes no llegaron en el vuelo previsto sino que perdieron la conexión en Lisboa y llegaron un día después. Al final de la gira, caminando con ellos por el casco viejo de Mindelo, cuna de la célebre Cesária Évora, gritó mi nombre un muchacho cubierto con gorra y anteojos oscuros. No lo reconocí, pero una vez retirada la protección solar supe inmediatamente que era el buen Zeca, amigo querido de Susana y Yellow (ver post Acuarela de Mindelo). Quedamos en vernos en la noche, como de costumbre donde Susana, para luego tomar algo y disfrutar los encantos mindelenses, Zeca incluido.

Al día siguiente de madrugada, regresé a Praia para continuar desde allí a una de las islas más pequeñas y aisladas, la única que todavía no conocía: Maio. Llegar a Maio no es fácil, el único enlace marítimo desde la capital fue reducido de uno semanal a uno quincenal. Aparte de eso, solo hay dos vuelos semanales que no duran más de diez minutos para atravesar las doce millas que la separan de Praia... ¡cuando el vuelo no es cancelado a último minuto! Y eso es exactamente lo que pasó aquel 11.11.2011. Los serviciales colegas de TACV, la línea aérea de bandera, ya habían empezado a organizar un hotel para los náufragos no residentes en la ciudad, cuando se corrió la voz de que un impaciente pasajero estaba en negociaciones con el piloto de un jet privado para hacer un servicio particular ad-hoc de Praia a Maio. Me auné al grupo de insubordinados en vista de que ya tenía el alojamiento reservado en Maio. La cosa salió cara pero lo importante es que esa misma noche llegué a la Casa Bonita, pensión conducida por Regina, profesora alemana que decidió cambiar las aulas teutonas por el sol del trópico.
Patio y jardín de Casa Bonita
 
Con su don de gentes, sus oídos siempre atentos a las necesidades de sus clientes, su actitud servicial, Casa Bonita se convirtió en el punto de llegada de todos los europeos en busca de un alojamiento tranquilo y seguro en Maio. Con su afición por la música, sobre todo la percusión, Regina hizo muy buenas migas con afamados músicos caboverdianos. En un concierto conoció también a Ronald, él tenía 28 años, ella 58. Se hicieron amigos, se hicieron amantes. Ronald la ayudó a terminar la Casa Bonita. Formaban una pareja muy apasionada, si no hubiera sido por la afición de Ronald al trago y las drogas. Primero desapareció un billete, luego un artefacto de la casa, después el equipo de música. Pero más adelante vino lo peor: la violencia física y moral. Cuando conocí a Regina, Ronald llevaba preso seis meses, pero probablemente lo soltarían después de un año más. Con los nervios destrozados, Regina había regresado un tiempo a Alemania para recuperarse de aquel período tan difícil.
Colorida calle del pueblo de Pedro Vaz

De la mano de Regina conocí no solo las bellezas ocultas de esta pequeña isla, sino a todo un ramillete de curiosos expatriates: un grupo místico de italianos, caracterizados por andar tomados del brazo en grupos de tres o cuatro, todos con túnicas blancas y mochilas celestes. El bar de playa de Carol, una neozelandesa que había vivido en la mitad de países del mundo para terminar con su marido francés en el Atlántico de Cabo Verde. En un contenedor al frente de la iglesia de Nossa Senhora da Luz, el bávaro Wolfgang montó un chiringuito con bocaditos dulces y salados, pescados deliciosos pero la especialidad de la casa son las cinco o seis variedades de malagueta, la salsa picante de los caboverdianos, que Wolfgang combina con diferentes tipos de aceite, vinagre y guindillas. O Silvain, el joven cocinero francés que vino primero a trabajar con un compatriota suyo pero luego se enamoró de una morena y montó con ella su propio negocio en una azotea del centro. De Rüdiger me contaron que se volvió adicto al grog, el aguardiente de caña hecho en las islas, y tuvo que regresa a su natal Hamburgo para ser ingresado en un instituto psiquiátrico.

Miro el gris de noviembre desde mi ventana y quisiera volver a estar en Maio, conversar con Regina de esto y de aquello, decirle que espero que Ronald la deje tranquila cuando salga de la cárcel, invitarla a tomar una Strela en el chiringuito de Wolfgang, comprar dos pastéis para cada uno y rociarlos con sus malaguetas vanguardistas.

miércoles, 31 de octubre de 2012

TRAVESURAS DE MONASTERIO

Llego a la histórica ciudad de Münster, Westfalia, justamente un año después de la exitosa presentación de mi libro Coctel Selva Negra organizada por un comité de distinguidas damas de la localidad. Gracias a ellas, surgieron contactos muy buenos y es así como una vez más me encuentro frente al ayuntamiento de la antigua Monasterio, donde se firmó la paz de 1648. En esta ocasión vengo respaldado por una organización más sólida y mi misión es compartir con el público sobre la experiencia del choque cultural de latinos que llegan a Alemania.

Jubiloso, tomo nota de que el escenario de la conferencia será el mismo de la recordada lectura de hace un año. En aquella ocasión, contando con sala llena, tenía apenas un par de libros disponibles. Esta vez vengo mucho mejor equipado. Pero la vida está llena de ironía y, llegada la hora del evento, resulta que tenemos más libros que público. ¿Qué pasó? No lo sé. Mis amigas me consuelan con una entretenida velada con pizza y vino. Una de ellas, solidaria vecina del Alto Perú, me compra un libro para que por lo menos tenga tres ventas esa noche. También les regalo uno a cada uno de los simpáticos chicos que ayudaron a acondicionar la sala para no tener que regresar a casa cargando con todo el bulto.

Antes de despedirme de la vieja Monasterio, recorro sus mercados, sus callecitas medievales y, en una de ellas, una sonriente oriental me ofrece un volante. Pensando que se trata de propaganda mística del Falun Gong, estoy a punto de deshacerme del papelito cuando caigo en la cuenta de que lo que están publicitando son masajes según la medicina tradicional china (MTC). Media hora de masaje para cuello y espalda no estaría nada mal. Lo consulto con la amable chinita y al minuto estoy en un antiséptico salón de tratamiento.

Como el servicio contratado es para cuello y espalda, no considero necesario aligerarme de toda la vestimenta y dejo puesto un discreto pantaloncillo retro. La atenta masajista me advierte que es necesario que me despoje de toda mi ropa. Serán las reglas de la MTC, pienso y obedezco. Los siguientes treinta minutos disfruto el trabajo de tan delicados y dedicados deditos orientales. Para mi sorpresa, cuando el tiempo contratado está por expirar, esos mismos deditos retiran la toalla que tan decentemente me cubría trasero y piernas para propinarme con las puntas de las uñas unas sutiles cosquillitas entre los muslos.

Amable señorita del celeste imperio, le pido por favor que retome ud. su lugar y siga ocupándose de mi cuello y espalda que es para lo que fue contratada. Obedece muy atenta, pero a los dos minutos vuelve a descorrer la toalla y retoma las cosquillitas que fomentan la circulación en las regiones equinocciales de mi anatomía. Esta vez ya no le digo nada y la dejo que siga su dudosa rutina, si para ellos el cuello llega hasta las pantorrillas, algo tendrá que ver con los meridianos, el yin y el yang, supongo.

De repente recibo la orden “¡voltealse!” ¿Qué cosa? En este estado de ebullición con seguridad que no. Con gestos unívocos de su mano derecha yendo de acá para allá, la atenta terapeuta MTC dice quererme aliviar la tensión ocasionada por sus cosquillitas. Naranjas, chinita mañosa, ¿qué es esto? Cuello y espalda es lo que pedí y no me venga ud. con aliviar tensiones y después quién sabe si me las cobra como terapia adicional, final feliz o qué sé yo. Déjeme ud. descansar cinco minutos y punto final. Hecho lo cual, pago el servicio contratado y me despido. Caminando a casa esa tarde, sonriéndome a mí mismo con picardía y cosechando miradas desconcertadas, me pregunto si por avaro no me habré perdido la oportunidad de experimentar a la Irina Palm de Monasterio. Pero con la precariedad de las ventas...

martes, 30 de octubre de 2012

NOCHES BUENAS

Pasé mi primera nochebuena alemana en un pueblo remoto de la Schwäbische Alb, donde la matriarca encerraba a todos en el vestíbulo y recién los dejaba entrar al salón cuando entonaba Ihr Kinderlein kommet, oh kommet doch all. La familia anfitriona era bastante religiosa y fueron las fiestas navideñas más católicas que he celebrado en mi vida, leyendo el nacimiento de Jesús en los evangelios, cantando villancicos alemanes... Y ciertamente cenando maravillas tanto saladas como dulces, que hasta el momento era la única cosa en común con las fiestas de casa. Por supuesto que ese año no nevó. Sacando las cuentas, de veinte navidades germanas tan solo recuerdo una verdaderamente blanca.

Mi segunda navidad alemana la pasé en la ciudad de Friburgo. Alemania acababa de reunificarse y yo me estaba comenzando a arrejuntar con Beatrix, una chica lista, de muy buen ver y relaciones familiares algo complicadas: padres divorciados que no mantenían contacto alguno entre ellos y vivían con sus nuevas parejas. Para efectos prácticos significaba que la cena de nochebuena tocaba con la madre y su marido, el almuerzo de navidad con el padre, su mujer y el hijo de ambos.

En casa de la madre, serían las siete de la noche cuando nos recibieron con un aperitivo y acto seguido se procedió a la Bescherung, el intercambio de regalos. Primer choque cultural: ¿intercambio de regalos antes de las doce? ¡Inaudito! Si todavía no ha nacido el cumpleañero ¿cómo se van a entregar los regalos?

Luego una cena deliciosa y a golpe de nueve y media ya estábamos de vuelta en casa. ¿Esa fue la nochebuena? Me quedé bastante decepcionado, ni brindis a medianoche ni pesebre sin niñojesús hasta las doce campanadas. De pequeños, mi madre nos mandaba a dormir la siesta para poder resistir hasta la medianoche o más si nos provocaba. Nunca pensé que todo podría acabar mucho más pronto.

Volvimos a casa y no había pasado ni media hora cuando nos llamó una de las amigas de Beatrix, que fuéramos al bar tal y tal en el centro a tomar algo que allí estarían todos. ¿Todos? Sí. Después de la Bescherung anticipada y la nochebuena familiar absuelta en dos horas, esto es lo que me faltaba. ¡Salir de bares! Seguramente habrá cuatro gatos, pensé, si es no-che-bue-na. ¡Qué va! Fuimos al bar de moda y efectivamente estaba repleto. ¿Pero será que no tienen familia? Pasé el resto de la noche preguntándome qué andaba mal con Alemania para la gente necesitar ir al bar en nochebuena.

Para colmo de males: todavía no existían las leyes de protección para no fumadores y volvimos a casa apestando a cigarro. El año que viene me voy a mi tierra a celebrar la navidad como dios manda. Nada de Bescherungen anticipadas ni bares hediondos.

FAUNA PEDAGÓGICA

CARLOS HAYES
Un ángel de enredadas raíces celtas y vascongadas le mostró el camino y le abrió las puertas del Nuevo Colegio a Carlos. Él, que siempre había sido reacio a ejercer la docencia frente a un público (pre)adolescente, escucha las condiciones de trabajo y hay un argumento que finalmente se lleva por tierra su resistencia: dieciséis (¡16!) semanas de vacaciones pagadas al año. Para un vago como él, la tentación es irresistible. Ya se las arreglará para trasmitir el indicativo y el subjuntivo a las nuevas generaciones de estudiantes prepúberes y púberes. Todo es nuevo: el edificio, los muebles, la constelación de colegas, los alumnos que vienen de otros colegios, los conflictos que irán surgiendo...

DESAPARECIDOS
Durante la semana previa al inicio de clases, hay un programa de introducción en el que todo el personal docente está obligado a participar. El primer día, como suele ser en equipos recién formados, comienza con una rueda de presentación en la que destaca la diversidad de orígenes, lenguas y experiencia de los colegas. Para sorpresa de más de uno, a partir del tercer día empieza a desaparecer alguno que otro flamante colaborador del Nuevo Colegio: una aguerrida profesora de la Isla Grande que probablemente chocó con su correspondiente coordinadora – las malas lenguas dicen que tiene trastornos psíquicos, un simpático y tímido maestro de otra isla más pequeña del que nunca supimos las razones que lo llevaron a rendirse antes de haber luchado la primera batalla.

FIONA (a) MISS ANEMIA
Desde las primeras palabras que pronunció al presentarse, todos supimos que detrás de la fachada seria y estricta de la espigada maestra de lenguas clásicas se escondía una mujer inteligente, aguda y con un sentido del humor fino y sutil. Por su palidez nórdica, algún gracioso la empezó a llamar Miss Anemia. Sus pupilos no conocen el aspecto lúdico de Fiona: en clase es muy estricta y se hace lo que la miss dice, punto final, amén. ¡Ay del que olvida en casa sus útiles, libros u otro material de estudio! Una amonestación de Miss Anemia y los muchachos marchan cual soldaditos. Hasta las mascotas obedecen a Fiona: sus alumnos me contaron el otro día que la miss es medio loca y le enseñó a su gato cómo hacer sus necesidades en el váter de la casa – igual que sus amos.

ISLAS EN PIE DE GUERRA
Comienzan las clases y con ellas la estrecha relación con una de las especies más peligrosa en el ámbito escolar: los padres de familia. Al tercer día, un padre se queja porque un fogoso maestro oriundo de una isla mediterránea le ha hablado en mala forma a su retoño. El director, un islandés con mucho recorrido, tres doctorados y vasta experiencia, se cita con el inculpado para aclarar el asunto. Según Giovanni, el ceñudo director le dedicaba más atención al perrito de la secretaria que al tema que venían a tratar, lo cual le da tanta rabia que termina la entrevista y se retira. Veinte minutos más tarde, retoman la conversación, pero en tan malos términos que el siciliano se despide de su breve carrera en el Nuevo Colegio llamando al director un jodido islandés hideputa. Tratan de resolver el conflicto con diversos mediadores esa misma noche, pero Giovanni no da marcha atrás y prefiere quedarse en la calle que volver a ver a quien tanto ha piropeado. El islandés, atónito con el insólito arrebato de xenofobia meridional, tendrá que conseguir un sustituto en cuestión de horas.

LA SEÑORA YVONNE
Con su piel canela y forma de ser tan cool, la señora Yvonne es la profesora más popular del Nuevo Colegio...y junto con Miss Anemia una de las más estrictas y exigentes también. Está harta de que le digan a ti te encanta el calor, tú que eres caribeña. ¡No, señores, no! Mis padres son caribeños, responde Yvonne, pero yo nací en el centro de la meseta castellana y soy tan ibérica como el pata negra. Pero eso sí, nadie ha recorrido tanto mundo como ella, viviendo en diversas islas del Caribe, el verde cocodrilo de sus ancestros, por supuesto, pero también como profesora de español en los departamentos ultramarinos de la Martinica y Guadalupe, visitando a su hermano casado en Italia o simplemente recorriendo Asia por el puro placer de ver el mundo. Por las tardes, más de una vez hemos coincidido en el cercanías de regreso a casa. Para ella son tan solo quince minutos, la mitad que para mí, pero igual los aprovechamos para ponernos al día en el acontecer escolar... y con esa fauna tenemos siempre mucho que contar.

RISITAS DE ORO
Lo primero que llama la atención de Risitas de Oro es – ¡oh sorpresa! – su sonrisa enmarcada por un paréntesis de pelo rubio y el azul de su mirada. Viene de trabajar varios años en el extranjero con la actitud y apertura típica de un expat. Tiene algo de Peter Pan, un eterno adolescente, un colibrí que va brincando de flor en flor. Apenas ha estado un momento contigo y ya está de nuevo por otro lado, con otro proyecto en las manos, siempre corriendo, siempre sonriendo. Es un agua casi gaseosa, que pasa a tu lado sin llegar a mojarte. Siempre comprensivo, siempre con ganas de echarte una mano, pero siempre demasiado apurado para hacerlo. Lo llevé a una chinganita mexicana y Risitas de Oro feliz con el ambiente poco ortodoxo – el local en cuestión es proveedor oficial de numerosos comercios de amor del barrio – pidiéndose los platillos que ya conocía de sus diversos viajes por las Américas.

MÍSTER MUCHALETRA
Es un pedazo de tío: un metro noventa y tantos de estatura, mucha presencia con su vozarrón audible en varias yardas a la redonda, currículum internacional que abarca estaciones prolongadas en penínsulas europeas, islas nórdicas, egeas e índicas. Con la madurez volvió a la carrera pedagógica que había abandonado para recorrer mundo. Su cabeza es un hervidero de inteligencia – el míster es un genio matemático y al mismo tiempo se traga un idioma tras otro como si estuviera jugando. Pero tanto cociente intelectual también tiene su lado complicado. Es un peligro darle la palabra por que Mr Muchaletra después no la suelta. ¡Y las vueltas que da antes de llegar al punto! Apenas se abrieron las comunicaciones vía intranet, comenzó a producir emilios a raudales, a veces tan largos que pocos lectores llegaban hasta el final de los mismos. En alguna ocasión se le fue la mano, mejor dicho la lengua, y tuvo que asumir las consecuencias. Desde entonces ha optado por un perfil más bajo. ¡Adelante, Míster, no hace falta que te metas al caracol, basta que dejes hablar al resto de vez en cuando!

JIMMY
Soy el más joven miembro del staff, el único cuadrúpedo y sin embargo ocupo la importante función de psicoterapeuta del Nuevo Colegio. Tengo ojos negros, el pelo rizado color antracita y hago alarde de una paciencia infinita con todas las personas que me visitan, siempre meneando la cola amablemente. Una vez fui testigo de un altercado entre el director y un siciliano fogoso, llegando el último incluso a culparme por el desenlace de la entrevista al acaparar yo, involuntariamente, la atención del ceñudo islandés. A veces me vienen a ver profesores, alumnos y me traen cositas ricas para hacerse mis amigos, como si yo fuera sobornable. Pero la verdad es que lo soy. Uno de los bípedos que me buscan siempre, empezó con unos bocaditos especiales para canes finos y desde que lo veo por la puerta de vidrio espero a ver qué me trae esta vez. Si viene con las manos vacías, que se olvide de la terapia. Acá nada es gratis.

domingo, 30 de septiembre de 2012

ÉL Y YO (2a. PARTE)

Tú la pasaste muy duro en tus primeros años europeos, un peregrinaje que te llevó por todas las penínsulas, desde la ibérica a la escandinava pasando por la balcánica para recalar al fin en el país de la bota del que no te piensas mover hasta el final de tus días. Yo me fui de casa casi a la misma edad que tú, bordeando los veintiún años – curiosa coincidencia. Solo que al comienzo lo tuve todo mucho más fácil. Un confortable viaje en avión, nuestra prima diplomática esperándome en la puerta del B-747 en Frankfurt, una situación holgada durante los seis primeros meses en tierras germanas.

Cuando tú finalmente llegaste al balneario catalán donde estudiaba tu novia, te diste con que ella estaba con otro chico y por si fuera poco el usurpador se llamaba igual que tú. Pero eran los años del destape y la movida así que los tres se acomodaron amigablemente sin dudas ni murmuraciones. Te pusiste a trabajar en un bar sin tener la menor idea de tragos ni cocteles. En tus propias palabras: mis primeros cubalibres parecían alcohol de 90 grados.

Pasaron más de tres años, ya te habías mudado al centro de la bota, cuando volvimos a vernos. La tía Marita vendió su casa y te regaló el pasaje de avión en la fenecida British Caledonian. Para la sorpresa de toda la familia, el otrora espárrago volvió con una marcada curvatura abdominal convexa. La buona pasta iba dejando sus huellas. Además, después de 48 horas sin poderte asear desde que saliste de Perugia hasta Génova para coger el avión a Londres, tuvimos que mandarte directo a la ducha. Sucumbiendo a la punzante presión familiar – concretamente: madre y hermanas mayores – a los pocos días también te cortaste el pelo y la barba.

Tu castellano se había convertido irrevocablemente en un itañol donde preposiciones, adverbios y otros vocablos de ambas lenguas coexistían alegre, pacífica pero no siempre comprensiblemente. Lo más real-maravilloso de tu visita fue el viaje al norte que hicimos dos hermanos, tú y yo, y dos hermanas en unos incómodos autobuses para estar unos días con nuestro padre en su pueblo natal. Me senté a tu lado y las once horas de Panamericana fuimos conversando de mil cosas, de tus aventuras europeas, de mis inquietudes prepúberes. Me contaste que a mi edad te la corrías todos los días... sentí cierta familiaridad pero no me atreví a compartirla en ese momento, llevaba menos de un año ejerciéndola.

En Puerto Eten, el general nos tuvo muy mimados. Abrió una cuenta en la bodega Neciosup para que compráramos lo que se nos antojase, hasta que las chicas abusaron de la generosidad y el viejo cerró la cuenta. Hacíamos largas caminatas por la orilla del mar y de vez en cuando cambiábamos el idilio etenano por el bullicio urbano de Chiclayo. Así llegamos de visita a la moderna casa de una familia que también veraneaba en el Puerto, donde me quedé boquiabierto al oír decir a un chico de tu edad que la vida hay que vivirla y si te provoca dar el culo, lo das y ya está.

De ese primera visita me dejaste, a modo de legado, la frase ¡abre tu pan! Me veías demasiado pegado a hermanas, padre, abuelas y querías que saliera de ese cascarón protector pero al mismo tiempo inhibidor del desarrollo personal. A treinta años de aquella conversación, creo no haberte decepcionado. Salí de casa por cuatro meses y, veinticuatro años y medio después, todavía no he regresado.

En los seis años que pasaron entre tu primera y segunda visita al hogar familiar, la ballenita que eras se convirtió en un magrísimo yogi tan esforzado que te podías pasar los tobillos por detrás de la nuca. Fue en ese lapso que escribiste tus célebres testamentos, belicosos ajustes de cuentas con tus progenitores... tan desgarradoramente escritos – léase: cero diplomacia en la elección del vocabulario – que agrandaron la brecha que te separaba de ellos.

A pesar de no estar directamente implicado en tus feroces epístolas, te escribí que me parecía mejor no llevar al papel nada que no te atrevieras a decirle cara a cara a la otra persona. En la casa hubo mucho escándalo por las palabrotas que pusiste y poca reflexión sobre los temas de fondo que tocabas. En nuestra familia no estábamos acostumbrados a negociar las cosas juntos sino a acatar órdenes. Muchos años más tarde, el viejo te sorprendió devolviéndote los testamentos a modo de reconciliación. Los tenía guardados bajo llave en su escritorio. ¿Los has guardado tú también? Algún día me gustaría volver a leerlos.

Durante esa etapa yogi, entró a tu vida para quedarse una pelirroja de ojos azules y labios sensuales. En el 87 viajaste con ella a Lima para recorrer costa, sierra y selva y pasar el mínimo tiempo indispensable – navidad incluida – en familia. Sabiendo que al viejo le gustaba jugarse bromitas con extranjeros incautos, previniste a la colorá que sin embargo no pudo esquivar una de sus triquiñuelas, haciéndola pronunciar en italiano el nombre de una de las colinas de Roma, muy malsonante para un hogar limeño clasemediero: el Pincio. Pero más revuelo todavía causó la confusión del imbarazzo italiano con el castellano embarazo, lo que hizo creer a mamá y hermanas que se venía un sobrino más pero no era sino la descripción de una situación embarazosa que había pasado la intrépida colorá.

No tardó en vengarse la etrusca visitante. Respondiendo a la caballerosidad de su suegro in spe, que le abría la puerta del carro, preguntó con ironía ¿la cortesia peruviana? De ahí en adelante tuvo que abrir y cerrar la puerta ella misma. Asimismo, durante el almuerzo de despedida en un hotel miraflorino, comentando la vista que llegaba desde las montañas hasta el Pacífico, describió el paisaje como proprio brutto. En mi incipiente italiano, interpreté el brutto como un comentario relativo al brutal contraste entre riqueza y pobreza en el casco urbano limeño. Mucho tiempo después aprendí que brutto significaba feo y comprendí que lo que la colorá veía desde el hotel, simple y llanamente no le gustaba... y que para ella nunca sería una opción mentir solo para halagar a sus anfitriones, en claro choque con las diplomáticas costumbres andinas. ¡Tal para cual!


viernes, 28 de septiembre de 2012

ÉL Y YO (1a. PARTE)

Tú me conoces desde 1966. Yo te recuerdo a partir del 70 o 71. Tú llegaste como último eslabón de una cadena de muchachos seis, cuatro y tres años mayores que tú. Tenías apenas dos años cuando nació una niña que acaparó la atención de todos y te relegó a una especie de limbo afectivo: un hijo sánduche, muy chico para seguir los pasos de tus hermanos mayores y opacado por la hermana pequeña, sin contar al inoportuno benjamín que nació siete años más tarde.

Tú estás dotado de una asombrosa capacidad de observación, gran creatividad, agudísima inteligencia, voracidad literaria – no menos de un libro por semana – y gastronómica, que acentúa la fortuna de vivir en el país de los spaghetti alla carbonara y el pane e pomodoro. Tu sentido del humor puede ser incómodo y tu franqueza está en permanente riña con la diplomacia. De ella diste muestra el día que nos conocimos, o sea que tú me conociste pues yo no tengo recuerdo alguno de aquella visita en que te mostraron a tu hermano menor, que, por la presión del alumbramiento inducido farmacológicamente, estaba hinchado por todas partes, también las pudendas, hinchazón que te hizo exclamar con la espontaneidad de tus nueve años qué tales yurfleis que tiene.

Tú me agarraste manía cuando comencé a memorizar los países y capitales del mundo y fungía de monito sabio de cuatro años, deslumbrando a los tíos abuelos y otros visitantes. Teniendo a la sazón el doble de mi estatura, con otro de los chicos inventaron la ocurrencia de llamarme supuestamente para recibir una sorpresa que, al acercarme entusiasmado, se convertía en alzar una pierna y lanzarme una ventosidad en la cara. ¡Juré venganza!

Tú siempre querías acompañar a tus hermanos mayores y te ponías su ropa que te quedaba tres tallas demasiado grande. Una noche de sábado, en la habitación que compartíamos tres de los hermanos, noté que se alistaban para la salida de ley. Tú todavía no tenías permiso para ir con ellos, por eso colocaste varias almohadas bajo tus sábanas para hacer de cuenta que estabas durmiendo plácidamente. No sabías que el pequeño vengador observaba relamido la escena pues iba a denunciarte apenas hubieran desaparecido en la noche limeña. Y te tocó castigo. Claro que no tanto como cuando tuviste la desdichada idea de despacharte una pata de pavo que nuestro progenitor, cuyo humor en materia de jamancia era glacial, había dejado reposando en el horno desde la víspera.

Tú tendrías quince o dieciséis años y un apetito voraz a pesar de ser flaco como un espárrago. Terminabas de almorzar y te echabas a ver en la tele La isla de Gilligan con cuatro panes con mantequilla y azúcar en cada mano. Aquella tarde infame, llegaste a casa, viste la jugosa presa en el horno y no dudaste un instante en tomar posesión de la misma. Una hora después fui testigo de cómo tu esbelta figura era zarandeada a patada limpia por el general desprovisto de su sabrosa merienda. Esa tristemente célebre pata de pavo se convirtió en un hito en tu relación hijo-padre. Cuatro décadas más tarde, el general en su lecho de muerte y tú sin apartarte un instante de su lado, seguían haciéndose bromas sobre el fugaz avechucho.

Una vez viajamos juntos a Cajamarca, solo nosotros dos acompañando a nuestros padres. En las noches frías de los Andes, tú me dejabas embobado con trucos de magia que habías aprendido vaya ud. a saber dónde. Decapitabas fósforos con un pelo y hacías danzar las envolturas de cigarrillos. El año siguiente, entré al mismo colegio que tú estabas a punto de terminar y a veces me escurría al patio de los grandes para verte orgulloso en tu pupitre de secundaria. Luego ingresaste al primer intento a la universidad para darte cuenta de que no te interesaba nada de lo que estudiabas. El general te consiguió algunos trabajitos que tampoco lograron entusiasmarte demasiado.

Por aquel entonces te enamoraste perdidamente de una amiga de nuestra vecina, ambas norteñas fogosas. Una vez, me dijeron para ir con uds a la playa de la Chira. Tenían el carro de uno de nuestros hermanos y un kilo de manzanas perita a modo de merienda. Caminamos un trecho a la orilla del mar y, con la espontaneidad de los setentas, de repente me anunciaron vamos a ir a hacer el amor en las peñas, tú nos esperas aquí. Faltaban cuatro años para mi primera polución nocturna así que tenía cierta noción de lo que se traían entre manos pero no perdí el tiempo imaginándome cosas. Pero sí me impacientó la demora en regresar la aguerrida parejita y, cuando vi sus siluetas a lo lejos, caminé a su encuentro para tirarles una perita mordida a modo de protesta por la larga espera.

Después del episodio playero, no sé por qué tuve otra vez el mal tino de acompañarlos a una sesión deportiva en el departamento de nuestro hermano viajero. Había allí un gimnasio casero con bicicleta estática y algunas pesas. Nuevamente les sobrevino el entusiasmo y la petición quédate en la otra habitación que nosotros queremos hacer el amor. Otra vez, Andrés, me dije. Esta vez las distancias eran mucho menores que en la playa así que me familiaricé con el acompañamiento acústico y atisbé la posición de los cuatro pies, pero sin atreverme a realizar mayores indagaciones.

La dicha de la pareja no duró más que ese año, luego ella viajó a estudiar a Europa. Tú te acercabas peligrosamente a tu cumpleaños número 21 así como la amenazante espada de Damocles paterna a tu cabeza: o regresas a la universidad o empiezas a trabajar o te pongo las maletitas en la puerta de la casa. Gracias a un tío con buenos contactos navieros, una gris mañana de agosto, faltando un mes para cumplir 21, cogiste tu maletita y partiste en un barco carguero hacia tierras europeas con la esperanza de volver a ver a tu novia.

Después del puerto de Avonmouth, el barco recaló en Amberes. Desde allí tomaste un tren directo a París para continuar a la Costa Brava. En el deslumbramiento de la Ciudad Luz, te hiciste amigo de una pareja joven que se te acercó gentilmente en la Gare du Nord. Te ofrecieron ayuda para encontrar tu conexión a Barcelona y en la primera esquina, navaja en mano, te despojaron de los cuatro dólares que traías. ¡Bienvenido a Europa! 

Continuará... 

jueves, 23 de agosto de 2012

DAMAS DE PRIMERA

Un frío día de enero – invierno boreal – le proponen a Carlos un negocio redondo: recibir y atender a un comité de dignísimas damas de una no menos digna nación ubicada entre el Pacífico y el Caribe. El asunto suena muy bien y la perspectiva de ganarse unos euros, adquiriendo además contactos en las altas esferas de la sociedad ultramarina, hace la oferta aun más tentadora. Hay cuatro meses de tiempo para preparar la ilustre visita y tanto Carlos como Imelda y Cecilio, los iniciadores del proyecto, compatriotas y anfitriones de las damas durante la segunda mitad del viaje, ponen manos a la obra para que todo salga a pedir de tan distinguidas bocas.

Si los repentinos cambios de itinerario son un manantial de inconveniencias, aun más difícil es consolidar el pago adelantado de servicios. Tratándose de una primera relación comercial, lo usual es acordar un abono previo del 50 por ciento para garantizar las reservas y demás prestaciones por contratar. Carlos, algo más versado en temas de turismo comercial que sus dos colegas, insiste en el tema pero desde la otra orilla del océano no hay reacción. Confiando en la honorabilidad de la clientela y los buenos oficios de Imelda y Cecilio, Carlos se arriesga y reserva una serie de hoteles y servicios en nombre propio.

Una semana antes de la fecha de llegada prevista, la directora del comité solicita la cancelación de todas las reservas. Quieren los buenos oficios de Carlos pero sin todo lo demás. Aplazan el tema de los inevitables gastos de cancelación hasta el encuentro personal en Berlín. A modo de confirmación del contrato, la víspera del vuelo intercontinental le transfieren una quinta parte de la suma estipulada. A Carlos no le queda sino realizar una operación kamikaze: encarar al enemigo en vivo y en directo y luchar cuerpo a cuerpo por su saldo de euros. Se le pasan por la cabeza medidas radicales como confiscar los pasaportes y no soltarlos hasta el pago del último euro.

Aeropuerto de Berlín-Tegel. Llega el comité de distinguidas, alegres y dicharacheras damas, con la directora por delante, una amable cincuentona con cara de ardilla. La sigue otra señora cuyo rostro delata numerosas cirugías y parece salido de una serie B de la TV americana. Otra de las señoras bordea el siglo y tiene que ir asistida de una muchacha más joven. Las demás, tranquilas y observadoras, destaca entre ellas una treintañera de mirada enigmática.

Al término de un viaje de más de 20 horas, no es el mejor momento para tratar temas delicados, así que Carlos espera pacientemente hasta llegar al hotel. Oh sorpresa la que se llevan todos cuando llegan a la recepción y la atenta joven les informa que la reserva del grupo ha sido cancelada. Carlos teme lo peor, que sus clientas han sido estafadas por granujas del otro lado del Atlántico.

Media hora y diez llamadas internacionales después, se aclara el asunto. En la cartera de la caótica directora estaba la confirmación de reserva con un número de emergencia para solucionar el desarreglo. Las distinguidas damas cenan y Carlos se reúne a ajustar cuentas con la jefa. Recibe una cuota más de las cinco que abarca el paquete, fijan los puntos del programa, los costos que, según ella, habrán de repartirse entre las demás participantes ya que ella misma va como becada.

La mañana siguiente, después del desayuno, viene el aluvión: la amable dama le comunica a Carlos que las damas no están dispuestas a pagar un euro más y que prefieren prescindir de sus valiosos servicios en Praga, la siguiente escala del viaje. Que lo lamenta mucho pero que no lo puede cambiar. El ambiente entre las participantes es tenso, Carlos no entiende ni le interesan los procedimientos internos del comité, trata de disimular su disgusto y realiza el programa de visitas planificado para la capital reunificada. Ha contratado especialmente a un apuesto aborigen berlinés que estaba seguro haría las delicias visuales de las damas, si bien su castellano oxidado y amalgamado con portugués dejaba mucho que desear.

Entre líneas, sobre todo de la señora de mirada enigmática, Carlos se va enterando de los malestares al interior del comité: que la directora nunca les puso cifras claras – tal importe es para pagar tal servicio, que las señoras se sienten estafadas y que están financiando el viaje de al menos una persona más. No es asunto suyo, pero obviamente que Carlos no es el único perjudicado inmediato.

Qué mala idea tuvo la directora esa última mañana. Venirle a pedir que le reembolsara el último pago que le hizo. ¡Para qué habló! Carlos brincó de la silla, golpeó la mesa, que qué se había creído, después de todos los perjuicios que le estaban causando encima quería reembolso, pero ni soñando. Que no solo él sino las mismas personas del comité estaban quejándose de estafa. La distinguida señora entonces reunió al grupo y tomó las medidas disciplinarias del caso. Cuando llegó el minivan que las llevaría a la estación, todas ellas, menos una, se despidieron muy amablemente de Carlos que se quedó refunfuñando y sin conocer Praga en tan ilustre compañía.

HIERBITAS PARA CAPOTE

Por amable sugerencia de mi tocayo Ariza, me puse a leer la colección de relatos Music for Chameleons / Música para camaleones, de Truman Capote (1924 – 1984). Sería ufano y por lo tanto no voy a mencionar aquí que el buen Sergio, en su inmensurable benevolencia, tuvo la gentileza de escribirme que la lectura de Coctel Selva Negra le hizo recordar algunos relatos de Capote. Se agradece, tocayo.

¡Vaya descubrimiento, los camaleones! Y no solo por la cantidad y calidad de los distintos cuentos que componen el volumen. En el encantador episodio dialogado A Day's Work / Un día de trabajo, el narrador, llamado TC (cualquier parecido con el autor será pura coincidencia), acompaña a Mary Sanchez, la señora de la limpieza, durante toda su jornada laboral, casa por casa, por diversas calles y barrios de Manhattan. La espigada morena cincuentona es oriunda de las Carolinas, pero más adelante se casó con un portorriqueño, de ahí el apellido hispano y la conversión de bautista sureña a católica romana nuyoricana.

Después de limpiar el departamento de un piloto con problemas de alcoholismo, se toman un descanso y Mary, recientemente enviudada, un metro ochenta y cinco de estatura que contrasta con el inspector de zócalos de Capote, saca de su cartera un estuche de metal con un inusitado tesoro: todo un surtido de porros.

Pero lo mejor viene cuando Mary le explica a TC que son regalos de una de sus clientas, una dama católica muy fina casada con peruano. La familia del marido se la envía regularmente por correo. Mary enfatiza que ella nunca la usa hasta ponerse dura, solamente para quitarle un poco de fealdad a la vida. Enciende el primero, le ofrece un toque a TC pero él declina agradeciendo, es muy temprano.

A cuatro cuadras del piloto está el piso de Edith, una joven editora de moda. Normalmente, Mary se comunica con ella por notitas en la consola, pero una vez llegó a donde Edith y la encontró muy afectada en la cama. Venía de interrumpir un embarazo y, al preguntarle Mary por qué en vez de tomar esa medida tan radical no se había casado con el padre, ella le respondió que no sabía de quién era el hijo y lo último que quería era un marido o una criatura.

Siguen la rutina de limpieza en el departamento de Edith, con paredes repletas de libros desde el suelo hasta el techo. Mary trapea el piso, pasa el plumero por los estantes, siempre con su portaporros a la mano para aliviar la carga del día. ¿Estás seguro que no quieres un toque? insiste la morena, te lo estás perdiendo. Finalmente, TC da su brazo a torcer y es hora de cederle la palabra:

Vaya que he probado algunas hierbas poderosas, nunca tanto como para crear hábito, pero suficiente para juzgar la calidad y saber la diferencia entre mexicana corriente y contrabando de lujo como bastoncitos tailandeses o la suprema Maui-Wawi. Pero después de fumar un troncho entero de los de Mary y a mitad del segundo, me sentí como poseído por un espíritu delicioso, abrazado de una hilaridad locamente maravillosa: el espíritu me hacía cosquillas en los pies, me rascaba la cabeza, me besaba ardoroso con sus labios rojos azucarados, metiéndome su lengua de fuego hasta las profundidades de la garganta. Todo brillaba; mis ojos eran como telescopios; podía leer los títulos de los libros en el estante más alto...

En un arranque de picardía, TC le pregunta a Mary si alguna vez le ha hablado de estas delicias a su confesor. Lo que el Padre McHale no sabe, no le hace daño, responde como una flecha la morena, tómate un caramelito de estos para que te sepa mejor, es de menta.

La siguiente tarea es limpiar la casa de una pareja de ancianos judíos. Una vez allí, el ingente consumo de peruanidad les abre el apetito y se dan un festín con todo lo que encuentran en la refrigeradora. Ponen música, bailan ritmos latinos que Mary domina gracias al finadito. Hasta que de repente... (la continuación está en el libro, ¡lo siento!).

lunes, 16 de julio de 2012

RUBÉN Y EL CURA DEL PUEBLO


A las 21 horas y 26 minutos aparece en escena, vestido de negro y con un sombrerito años cincuenta. El público, compuesto en un ochenta por ciento por latinos afincados en tierras germanas, grita, chilla, aplaude y patalea. Ondea la bandera de Panamá, cómo no, siendo el país natal de la estrella, pero también las de Colombia, Perú, Venezuela y otras naciones latinoamericanas. No cabe duda, Rubén Blades nos pertenece a todos los que amamos, admiramos y/o simplemente gozamos su música.

Doce días antes de completar sesenta y cuatro vueltas al calendario, su cara pareciera decir hago estos conciertos porque necesito plata pero preferiría refocilarme en las islas de San Blas. En cambio su voz suena como si estuvieran colocando el mejor compacto estereofónico blue-ray. Al entonar Decisiones, el tercer número del concierto, le basta comenzar cada verso y pasarle el micro al público que encantado lo completa con puntos y comas: la ex señorita embarazosamente indecisa, el vecino calenturiento de la casa de alquiler y el borracho que cree que a él el alcohol no le afecta los sentidos. 

 Rubén Blades en la Centralstation, Darmstadt, 04 julio 2012

Como una epifanía, la cara sufrida pero amable de Rubén me hace recordar al encantador cura de un pueblo rumano que conocí hace muchos años. Pero el pope Constantin ya no vive entre nosotros, las dos parroquias que tenía a su cargo se dividieron entre dos compañeros de armas más jóvenes. Uno de ellos, Liviu, tiene una esposa muy emprendedora. En la iglesia ortodoxa, tan chapada a la antigua en materia de liturgia, los sacerdotes sin embargo pueden casarse y formar una familia, tal como en las iglesias evangélicas.

Oana es indudablemente el hombre fuerte del hogar. Ella tiene un cargo de alta responsabilidad en una importante entidad estatal. Las malas lenguas dicen que logró su ascenso a través de la famosa promotion canapé, en cristiano: haciéndose amante del gerente de dicha institución. A Liviu no le importa. Lleva la cornamenta con ortodoxa dignidad y disfruta de las ventajas de tener una esposa de altos ingresos.

Ella le compra carro nuevo, le paga semanas completas de vacaciones en Tierra Santa, Egipto, diversas islas griegas pero ¡ay de que al padre se le ocurra sacar los pies del plato! Como le sucedió con una guapa hungarita en Naxos. Al enterarse Oana del affaire – que Liviu tampoco se esforzó en ocultar – le hizo un escándalo que duró varios días. Hay que ver qué poca paciencia que tiene Oana con su litúrgico marido.

A su vez, ella viaja mucho por motivos laborales y no siempre puede acompañarla el jefe amante. Pero, en cualquier caso, Liviu es algo más relajado en este rubro. Aparte de la generosa hungarita de Naxos, el único fiel consuelo del pope son las botellas de vino que atesora en su bodega privada y va libando en la soledad de sus noches balcánicas. Y la barroca liturgia de los domingos en la bisérica del pueblo, delicadamente restaurada gracias a los auspicios de una señora emigrada a Alemania. Mientras los mayores siguen con devoción el rito dominical, la creatividad de los niños convierte el pequeño cementerio adyacente a la iglesia en un improvisado parque infantil...

 Niños jugando mientras Liviu celebra la misa ortodoxa, Rumanía, 2012

miércoles, 11 de julio de 2012

SE BUSCA: MI MADRE


Cuando llegué a Estonia en busca del pueblo natal de mi madre, nunca imaginé que diez días más tarde abandonaría esa pequeña república báltica con más interrogantes que los que tenía a mi llegada al puerto de Tallin.

Pude gozar conscientemente la compañía evasiva de esa buena señora muy poco tiempo. Su paso por la tierra fue bastante breve pero movido: mis abuelos huyeron con ella de la invasión soviética hacia Alemania. Después de 1945, decidieron seguir viaje y cruzar el Atlántico, el canal de Panamá para instalarse al otro lado del mundo en el Perú, que es donde finalmente conoció a mi padre.

Yo estaba todavía en la primaria cuando ella murió de una misteriosa enfermedad sin haber completado siquiera ocho lustros. Me dejó recuerdos vagos en sepia y su documento de identidad emitido en Alemania con la indicación del lugar y fecha de su estonio nacimiento. Con los años, su recuerdo se ha ido difuminando.

Pasaron varias décadas y, al poco tiempo de haberme instalado en la Alemania reunificada, se desplomó la Unión Soviética. El país natal de mi madre era de repente una república independiente y se convertía así en una opción visitable. Entre los retos de mi nueva profesión y la flamante vida de pareja, vacilé tanto en dar el paso que recién con el cambio de milenio me arriesgué a comprar los pasajes para un crucero que nos llevaría a mi esposa y a mí desde Rostock hasta Tallin.

Después de unos días en la capital estonia, con las visitas de ley, alquilamos un carro para viajar a Kibuna, el pueblo donde según su documento había nacido mi madre. Para nuestra sorpresa, en el registro civil del concejo municipal no aparecía su nombre en los libros del año correspondiente. Consultamos en las mismas entidades de los pueblos vecinos pero tanto en Munalaskme, Kaasiku, Laitse, Vasalemma como en Veskiküla la respuesta fue siempre negativa. ¿Qué pasa entonces? ¿Acaso nací del aire? ¿De dónde salió mi madre?

lunes, 9 de julio de 2012

CAÍDA DEL CIELO


Apreciada Dra. Koepcke de Diller, querida Juliane:

Me acabo de leer de un tirón Als ich vom Himmel fiel – Wie mir der Dschungel mein Leben zurückgab (Cuando caí del cielo – De cómo la selva me devolvió la vida), tu autobiografía en 304 páginas y te aseguro que, si por mí fuera, podrían haber sido 608. Así te cautiva el relato que entrelaza magistralmente la historia de tu vida con un reciente viaje de Múnich, ciudad donde resides, a la niña de tus ojos: la reserva natural de Panguana en la Amazonía peruana.

Por supuesto que no podía faltar una narración detallada del vuelo Lansa 508 de la Nochebuena de 1971, esos 35 minutos que si bien te convertirían muy a pesar tuyo en una de las chicas más famosas del mundo, al mismo tiempo se cobrarían con la vida de Maria, tu madre, y todos los otros pasajeros que tampoco tuvieron la suerte de sobrevivir el accidente.

Cuando la gente te pregunta cómo haces para subirte a un avión – a muchos aviones, habría que acotar – después de lo que pasaste, tu respuesta es puro Juliane Koepcke: con fuerza de voluntad y disciplina... si quiero volver a la selva, tengo que tomar el avión. Y con un fino humor añades que los colegas que te acompañan en esos viajes suelen bromear que no hay manera más segura de volar que hacerlo contigo, tomando en cuenta que es altamente improbable que una misma persona sufra dos accidentes de aviación... al menos estadísticamente hablando.

Sin lugar a dudas tienes la genética de tu lado. Hans-Wilhelm, tu padre, recorrió a pie Europa entera y luego atravesó Sudamérica desde Recife hasta la frontera peruana antes de establecerse como investigador en Lima. Su resistencia, sumada a la tenacidad de tu mamá, te sirvieron para sobrevivir en la selva aquellos interminables once días hasta que por fin pudiste encontrar ayuda. ¡Qué angustia sentir a los aviones de rescate encima de las copas de los árboles y no poder contactar con ellos!

Perdida en el infierno verde se titula la película basada en tu experiencia. Tú jamás llamarías así a la selva que te salvó la vida amortiguando la caída con sus ramas, hojas y lianas; la selva que te protegió de los rayos solares cuando perdiste el conocimiento y te ayudó a encontrar el camino de regreso a la civilización. Lo cierto es que, si bien para una criatura de ciudad la selva puede ser un infierno verde, tú que habías vivido varios años en plena Amazonía estabas perfectamente familiarizada con ella y sus secretos. Sabías que si encontrabas agua, tenías que seguir su curso porque donde hay un río, ahí vive gente. Es más, esos once días de peregrinación forjaron un lazo inquebrantable entre la selva y tú: ella te salvó la vida y tu dedicarías la tuya a su conservación prolongando así el trabajo de pioneros que iniciaron tus padres en el centro de investigación de Panguana, provincia de Puerto Inca, región de Huánuco, Perú.

Especialmente tiernas me parecen las anécdotas familiares como el matrimonio de Maria con Hans-Wilhelm en la iglesia matriz de Miraflores. Al momento de oficiarse la ceremonia, ninguno de los contrayentes dominaba el castellano y de repente se produjo un extraño silencio en la iglesia hasta que el párroco se impacientó: señora, ¡diga SÍ!

O cuando tu madre utilizó la palabra alemana Karacho (que se pronuncia como la palabrota carajo) para describir la alta velocidad a la que iba un carro y fue amonestada sutilmente: era mejor que una dama no utilizara ese vocablo tan vulgar. Lo mismo al preguntarle a tu padre por qué cuando hablaban en castellano trataba de usted a su propia hija y te confesó ruborizado que nunca había aprendido las formas verbales del tú y siendo un alemán muy formal, trataba a todo el mundo de usted.

¡Y esa llamada de Werner Herzog en 1998! Fue modesto al presentarse por teléfono como un director de cine al que le gustaría filmar un documental sobre tu vida. No quería una simple entrevista, qué va, sino volar contigo al Perú y desandar tu camino desde el lugar del accidente hasta el río Shebonya, donde te encontraron los leñadores. Después de las épicas producciones Aguirre, la ira de Dios (1972) y Fitzcarraldo (1981), Herzog era todo un experto en rodar películas amazónicas. Lo consultaste con Erich, tu marido, y a él le pareció que te haría bien, que una oportunidad así no se te iba a presentar dos veces en la vida.

Tú estabas hasta las narices de periodistas a los que les contabas una historia y publicaban otra, pero esta vez las cosas se dieron de otro modo. El rodaje con un director de la talla y sensibilidad de Herzog finalmente fue la mejor terapia que pudiste recibir. Qué sorpresa al enterarte de que aquella fatídica mañana de diciembre de 1971, Herzog y su equipo estaban igual que uds. en el aeropuerto Jorge Chávez tratando de conseguir cupo para el vuelo Lima – Pucallpa donde se realizaría el rodaje de Aguirre. Maria y tú lograron embarcarse, pero Werner y su gente se quedaron atrás refunfuñando... hasta enterarse del accidente.

No hubo lágrimas ni arrebatos emocionales al recorrer los escombros del avión Lansa que – ironía del destino – había sido bautizado Mateo Pumacahua y, como su epónimo mártir de la independencia, terminó descuartizado. El shock que significó el impacto desde una altura de 3.000 metros todavía producía el efecto de verlo todo desde afuera, como si la chiquilla caída del cielo en 1971 fuese otra persona. Pero sí, esas semanas con Herzog liberaron las últimas barreras, pudiste reconquistar tu pasado y se sentaron las bases para publicar tus memorias trece años después, en el 2011.

Terminan así cuarenta años en que tu historia fue contada y, a veces más, a veces menos, tergiversada en los innumerables medios que la difundieron. Como dijo Herzog, querida Juliane, tu historia no te pertenece a ti nomás, te guste o no, es propiedad pública.

¡Nos vemos en Panguana!

lunes, 25 de junio de 2012

ACCIÓN DE GRACIAS


Desde hace varias semanas estaba en falta y ha llegado el momento de ponerme al día. La columna de hoy se la quiero dedicar a ustedes, lector@s fieles y/o ocasionales de este y del otro lado del Atlántico, Mares Báltico, Mediterráneo y de los Caribes, Cordillera de los Andes, Océano Pacífico y balnearios aledaños.

El post de hoy lleva el número 63, cifra anodina a primera vista pero detrás de ella se esconden dos números mágicos, uno de ellos repetido: 7 x 3 x 3. Por eso para mí también se trata de una columna especial.

Cuando hace dos años y medio comencé a publicar en este blog, acababa de salir mi primer libro, Coctel Selva Negra, y mi intención era subir una entrega cada semana para mantener las manos calientes. ¡Vaya desafío! De año en año ha ido subiendo el número de posts publicados pero sin llegar ni de lejos a la columna semanal. Mea culpa!

En lo que respecta a 2012, terminé hace poco el borrador de mi segundo libro pero no es ese el motivo de la ausencia de posts en el último mes y medio. Fueron varios viajes los que por un lado me sacaron del ritmo de escritura pero por otro también sirvieron de inspiración para nuevas columnas que publicaré próximamente.

A dos docenas de uds los conozco con nombre y apellido y estoy seguro de que – si hemos llegado a sobrepasar las cinco mil trescientas visitas – es gracias a su fidelidad. Por lo que respecta a bastantes otr@s curios@s, jugueton@s y risueñ@s visitantes, no tengo la menor idea de qué caminos tortuosos de la vida l@s puedan haber conducido a este recodo del ciberespacio, por ejemplo desde Letonia (Latvija), Colombia o Costa Rica, encantadores países que no he tenido el placer de visitar pero me siento muy honrado de saber que, detrás de algún láptop o computadora báltica o tica, costeña o cachaca, paisa o valluna, hay alguien que de vez en cuando se conecta conmigo.

Detrás de Alemania, donde vivo y por lo tanto lugar de origen de más de la mitad de las visitas (sobre todo las mías, claro), se ubican orgullosos los EE.UU. y mi Perú natal, seguidos muy de cerca por los más grandes países hispanohablantes: México, España, Colombia y Argentina. Completan el Top 10 Italia (grazie, fratello perugino!), Chile y Suiza. Hace un par de meses, me cayó de repente una visita de Rusia y esta semana otra de Portugal... Risueños misterios de la cibernáutica.

¿A lo mejor en una de esas visitas se animan y dejan un comentario para poder ubicarl@s mejor?

El post más leído, según las estadísticas del sistema blogger, es Bajo la falda del escocés. ¡Qué curiosidad morbosa la de mi público lector! La medalla de plata se la lleva El caso de Ángeles Caso. ¡Gracias, colega asturiana, por compartir con nosotros la vida de São Soares! Modesto bronce para Biografía en cinco aguas... y otras tantas tierras que he llegado a sentir mías a lo largo de estas décadas: Lima, Friburgo, Basilea, Fráncfort, Cabo Verde y Escocia... plasmadas cada una de ellas en diferentes posts.

¿Que si tengo un post favorito? Imposible, claro que algunos me gustan más que otros. Simpatía especial les tengo por ejemplo a los dos artículos combativos Caras, duras y curas y Huestes de mancos. Por su carácter anecdótico, los relatos de viaje, es decir la mitad de las columnas, están también entre mis preferidos.

¿Y qué me dicen uds.?

¿Tienen también un post que les gustó especialmente?