lunes, 27 de febrero de 2012

TAMBIÉN LA LLUVIA

Directora: Icíar Bollaín

Protagonistas: Juan Carlos Aduviri, Gael García Bernal, Karra Elejalde, Luis Tosar

Coproducción franco-hispano-mexicana, 2011

Anoche fue la noche de los Óscar, perdón, de los Premios de la Academia, como reza su nombre oficial hollywoodense. Si bien estuvo en la selección oficial de España como candidata a mejor película en lengua extranjera, También la lluvia no llegó a ubicarse entre las cinco finalistas. Una lástima, tomando en cuenta el inmenso reto asumido por la dupla directora-guionista Icíar Bollaín – Paul Laverty, unidos no solo detrás de cámaras sino en la vida real.

El entramado de esta cinta combina con bastante destreza tres planos narrativos: un equipo de producción hispano-mexicano se desplaza hasta Cochabamba, Bolivia, para filmar una película sobre el primer alzamiento indígena contra Cristóbal Colón y los abusos de los conquistadores. Mención especial merece aquí Karra Elejalde, el más convincente de todo el elenco en su doble papel de actor Antón y personaje Colón. El segundo hilo narrativo es el rodaje mismo de la película, al más puro estilo del “teatro en el teatro” del Siglo de Oro, en este caso un film dentro de otro. El tercer hilo que se entrecruza con los dos primeros, finalmente, llega con la revuelta popular que se produce en Cochabamba por la privatización de la empresa del agua y el consiguiente incremento desporporcionado de su precio.

¿Pero llegó acaso el almirante genovés hasta las verdes yungas del Chapare boliviano? ¿Y era el caudillo Hatuey un quechua de los Andes? Para Costa (Luis Tosar) y Sebastián (García Bernal en uno de sus papeles más insípidos), productor y director de la película dentro de la película, no hay problema: así como la conquista de América está hilvanada de un sinnúmero de equivocaciones y malentendidos – como Colón creyendo hasta su muerte que había llegado a las Indias orientales – por qué no trasladar las verdes colinas de Cuba a Bolivia y convertir a los cobrizos indígenas de los Andes, con un poco de maquillaje, en taínos quechuahablantes. Y lo más atractivo: los costos de producción serán mucho más bajos y podrán contratar a una enorme cantidad de extras por two fucking dollars diarios.

Con lo que no cuentan es que justamente durante el rodaje de su película se va a producir la “guerra del agua” ni mucho menos que Daniel (un genial Juan Carlos Aduviri), el actor boliviano que han elegido para encarnar a Hatuey, está liderando el movimiento de protesta contra la privatización del líquido elemento. Temerosos de que lo detenga la policía, tratan de convencerlo de que debe abandonar la lucha, por lo menos hasta terminar el rodaje. Pero él les responde con convicción que hay cosas más importantes que su película.

Con la muerte de Hatuey en la hoguera se desencandena el showdown. Antes de encender las llamas, el sacerdote le propone que se convierta al cristianismo para así conmutar la pena de la hoguera por el garrote y asegurarse el pasaporte al cielo. ¿Es allí donde van los cristianos? quiere saber el caudillo quechua-taíno antes de tomar tan importante decisión. El sacerdote asiente y Hatuey, sin dudarlo un instante, opta por el infierno y arde el fuego. Y comienza a arder también Cochabamba, poniendo al equipo de Costa y Sebastián en una situación desesperada.

Muy bien logrado el paralelismo entre el plano histórico del 1500 “conquistadores explotan a indios taínos” y el del 2000 “equipo hispano-mexicano explota a indios quechuas”. Me hubiera gustado que los pastores alemanes de las fuerzas del orden de la Bolivia moderna se transformaran de una manera más visible en herederos de Becerrillo y Leoncico, los legendarios mastines de los conquistadores que aparecen en algunas escenas de la película. Por ser el enemigo más temido de los taínos, Becerrillo recibía el doble de paga que un soldado ballestero. Leoncico, su hijo, cobraba sueldo de alférez y recibía su parte de cada botín de oro y esclavos.

Nota ortográfica al margen: ¿Por qué la dupla Bollaín/Laverty le ha quitado la H a Atuey? me pregunté al comprobar que los subtítulos alemanes, que yo creía equivocados, correspondían a los créditos oficiales de la película. ¿Será que no tuvieron tiempo de mirarlo en Wikipedia o cualquier otro manual de historia? Está bien que nuestra H castellana en posición inicial sea muda, pero es chocante para los que “conocemos” a Hatuey que nos lo desnuden de hache.

La gran interrogante que acompaña al público al terminar la película es ¿qué ha cambiado esencialmente en estos 500 años? En ese sentido, También la lluvia merecería ser discutida en todos los colegios secundarios desde Tijuana hasta Ushuaia... y por qué no de Irún hasta Gran Canaria.

martes, 21 de febrero de 2012

DE ÉBANO, ORO Y BARRO

In memoriam Michael J. (1958 - 2009) y Whitney H. (1963 - 2012)

Él nació en el mes de agosto en el seno de una familia afroamericana clasemediera del Centro-Oeste. Al morir, tenía 50 años y una carrera artística sin parangón en el mundo de la música que le valió el título de rey del pop. En su cuerpo inerte, los forenses encontraron un coctel letal de medicamentos potenciado por media vida de cirugías y terapias que transformaron al encantador adolescente moreno en un esperpento incoloro desnarigado.

Su vida personal estuvo marcada por una transición abrupta de la más tierna infancia a la adultez de la mano de un padre rígido lleno de ambiciones proyectadas en sus numerosos hijos. Y por el intento desesperado de recuperar aquella infancia perdida, inquietud que desembocó en la fascinación que sentía por los niños y tenía mucho más de curiosidad pueril que de deseo erótico.

Como tantos que crecimos al ritmo de su música, mi vida está hilvanada de sus inconfundibles bailes y canciones: cómo olvidarlo en One day in your life, con su melena afro-look en nuestra TV en blanco y negro. Su celebérrimo video clip de Thriller hizo que apodáramos así a un compañero de clase. Durante la visita de una prima californiana, aproveché para que la niña me explicara el significado de la canción de moda Beat it que a mí francamente no me decía nada.

Lo recuerdo, ya visiblemente blanqueado por el vitiligo y cuantiosas otras terapias cutáneas, contorneándose con una famosa modelo morena encima de una noria y con la hija del rey Elvis durante el entreacto de quince meses que fue su matrimonio. Memorable también el célebre vídeo de Earth song que dramatiza la destrucción de la floresta amazónica, la crueldad de la guerra en Ex-Yugoslavia y la matanza de elefantes en África. O el colorido They don't care about us con la rítmica percusión del grupo bahiano Olodum y su doble telón de fondo que intercala las favelas de Rio de Janeiro con el casco viejo de Salvador.

De ser uno de los hermanos menores de la banda familiar Jackson Five, Michael se convirtió en la megaestrella del pop de tres décadas. Hasta que las noticias de su frágil salud y escandalosos juicios por abuso de menores superaron a las proezas musicales y sus coreografías más que perfectas.

En 2009 planeaba su gran regreso a los escenarios con una serie de conciertos en Londres. This is it – Ya fue – era el lema correspondiente. Muy profético, por cierto. Tanto que la muerte llegó más rápido que la limusina al Royal Albert Hall.

¡Que encuentres tu infancia perdida en el Neverland donde navegas con tu inconfundible caminata lunar, Jacko!

Ella también nació en el mes de agosto, pero cinco años más tarde que Michael, en el seno de una familia afroamericana clasemediera de Nueva Jersey. Al morir, tenía 48 años y una carrera de vértigo basada en su portentosa voz de tres octavas que le valió el título de reina del pop. En su cuerpo inerte, los forenses encontraron un coctel letal de fármacos que, potenciado por dos décadas de abuso de drogas, su corazón no resistió.

Whitney comenzó cantando en el coro de la iglesia bautista a la que asistía su familia. Siempre atenta al dictamen de Cissy Houston, su madre y talentosa cantante, se tomó a pecho el consejo que ella le dio: cuando cantes, no trates de hacerlo bien ni mal, sino con corazón, con sentimiento. Y vaya si despertaba sentimientos esa voz angelical interpretando himnos góspel, primero, y más adelante temas inolvidables como Saving all my love, I wanna dance with somebody, The greatest love of all, One moment in time.

En la cúspide de su carrera, con 29 años, superó sus dudas iniciales y aceptó el reto de ser pareja de Kevin Costner en Bodyguard. Costner estaba tan convencido de que Whitney sería su compañera perfecta que incluso postergó un año el proyecto para no interferir con la gira de conciertos que la diva tenía que cumplir por contrato.

La crítica aniquiló la película y el perfil histriónico de Whitney, pero la historia de amor entre la estrella caprichosa Rachel Marron y su audaz guardaespaldas Frank Farmer cautivó a millones de cinemeros en todos los continentes. La banda sonora es hasta el día de hoy uno de los álbumes más exitosos de la historia.

Ese mismo año se casó con el rappero Bobby Brown, padre de su única hija y probable patrocinador de su carrera en el mundo de las drogas. El comienzo del fin. Nunca más recuperaría la calidad de voz de 1992. Calidad que una de las pocas artistas comercialmente más exitosas que Whitney, la camaleónica Madonna, comentó después de pasar cerca de la cabina donde la primera calentaba su instrumento de batalla: mi sueño es cantar como ella.

En 2009, a propósito de la muerte de Jacko, Whitney dijo en una entrevista que la noticia fue como mirarse en el espejo, que ya no quería saber nada de drogas. Pero la adicción fue más fuerte.

Dos años y medio después, mientras se preparaba para una gira de conciertos, la Voz de Nueva Jersey se reunió con el Peter Pan de Indiana en Neverland.

domingo, 19 de febrero de 2012

TARA R.I.P.

A la tercera va la vencida. Antigua sapiencia popular, tristemente aplicable al caso de Tara, aquella curiosa y alegre felinilla (v. foto) que había salido airosa de la pérdida de dos de sus siete vidas gatunas.

Según me contaron sus bienhechores bípedos, Nana y Dragos, hace dos días, durante una gélida noche de tormenta con vientos huracanados azotando los Balcanes, la traviesa minina no tuvo mejor idea que andar saltando por los techos del ala sur de sus dominios. Con tan mala suerte que el vendaval desencajó de repente el viejo tejado y Tara cayó en territorio enemigo: el cobertizo de los perros.

Todo intento de resistencia fue en vano. La superioridad numérica y de tamaño era demasiada. Durante la inspección matutina, el peón de Nana encontró un estropajo felino sin vida y les comunicó la mala noticia. El sepelio se realizó en privado. No llegué a tiempo para despedirme de Tara.

Aviso a todos los gatos rumanos o de otras nacionalidades que lean estas líneas: manténgase alejados de perros agresivos, en especial de aquellos que viven encerrados. Remember Tara!

lunes, 13 de febrero de 2012

IVÁN EL THAYRRIBLE

En más de veinte años de destacada carrera en los vanos oficios de escritor, catedrático y crítico literario, nunca tuvo una resonancia mediática como la que causaron los tres últimos párrafos de un post publicado hace una semana y media en El País digital. El tema de la columna de la discordia: la primera novela que utiliza como escenario el boom de la cocina peruana.

Suena inofensivo, ¿verdad? Pero entonces ¿qué fibra sensible de la frágil autoestima del pueblo peruano ha tocado Iván Thays (Lima, 1968) para provocar aquella avalancha digital y convertirse en el enemigo público número uno?

En el post Con la tinta aún húmeda, Thays comenta el lanzamiento de la más reciente novela del escritor y publicista peruano Gustavo Rodríguez. Sin haber leído el libro, Iván le achaca al autor un conveniente oportunismo por el actual auge de la cocina peruana, llegando a comparar su publicación con la aparición de los primeros libros que tomaron como telón de fondo los hechos acaecidos en la punta sur de Manhattan un inolvidable martes 11 de setiembre. Hasta aquí todo bien.

El quinto párrafo se las trae. Como bien dice el mismo blogger, ese post no es tan literario sino más bien una pataleta porque está harto de la burbuja de aire llamada boom de la cocina peruana, gastronomía que evidentemente NO es de su agrado. Está en su derecho, para eso hay libertad de expresión. Además, de gustos y colores no se han puesto ni tienen por qué ponerse de acuerdo los autores. Tampoco Iván ni Gustavo.

¿Pero qué llevó a sus compatriotas a la rasgada nacional de vestiduras? Llamar indigesto, poco saludable, empalagoso, de nombres estrafalarios, petardo de carbohidratos y digno de prohibición a la encarnación del tan emergente como sensible orgullo nacional...y para añadir insulto a la herida: ¡en una publicación europea!

¿Qué pasó por la cabeza de un tipo tan inteligente como Iván?

¿No se imaginó o tal vez incluso invocó el revuelo publicitario que se produciría?

Sopesado y conciliador el comentario de Beto Ortiz al respecto: ni es Thays un mal peruano ni un traidor a la patria, tal vez algo desatinado. Cuestionable no es tanto lo que dijo, sino dónde, cómo y para qué.

Thays se proclama fanático de la cocina italiana. Acá entre nos, Iván: ¿es acaso una humeante lasagna al forno con harto mozzarella y salsa bechamel más liviana que unas papitas a la huancaína? ¿Y el sempiterno tiramisú, cuyo mismo nombre significa súbeme de un tirón, acaso no tiene tantas o más calorías que tu denostado suspiro a la limeña? Cuando de sabrosura se trata, ¿quién en su sano juicio se pone a contar los carbohidratos, por favor?

jueves, 9 de febrero de 2012

INTOCABLE

Directores: Eric Toledano y Olivier Nakache
Protagonistas: François Cluzet y Omar Sy
Título original: Intouchables
Título en Alemania: Ziemlich beste Freunde
Francia, 2011
En mi cadena de comedias francesas favoritas, esta entrañable película dirigida por el binomio Toledano / Nakache es el más reciente eslabón. Basada en la autobiografía de Philippe Pozzo di Borgo, millonario tetraplégico de origen corso, el humor que derrocha Intocable está basado en el antagonismo del refinado aristócrata Philippe y su asistente Driss, un muchacho de la periferia que se presenta al proceso de selección sin otro propósito que el de recibir la confirmación de que lo rechazaron y así seguir cobrando el subsidio de desempleo.
Para la sorpresa del espigado franco-senegalés, Philippe decide darle una oportunidad con la certeza de que el malandrín no resistirá más de quince días. Le agrada la idea de tener un asistente que no sienta lástima por él, un tipo totalmente distinto de los insufribles sobones que ha tenido en los últimos años. Al ver su habitación de servicio, que junto con el baño contiguo es más grande que todo el departamentito en el que malvive su multitudinario clan, Driss se siente un tipo plenamente feliz. Magaly, la atractiva secretaria privada del jefe, es una motivación adicional para el moreno pizpireto.
Pero Intocable es mucho más que una simple oposición Philippe-cerebro / Driss-cuerpo. El asistente se tardará unos días en captar la magnitud de la discapacidad de su cliente, negándose inicialmente a colocarle las medias anti-trombosis y mucho menos a aliviarlo de sus evacuaciones ventrales. Philippe descubrirá en Driss otras facetas de la vida, modos de comunicarse, de interactuar, de sentir el humor, ¡de manejar! Al acercarse a la cuadrada furgoneta que solía usar el jefe, Driss descubre al lado un tentador Maserati. Bye, bye, furgoneta. El robusto veinteañero levanta a Philippe como si fuera una pluma y lo sienta de copiloto antes de „volar“ sobre París. De la mano de Driss, su jefe descubre asimismo las propiedades relajantes de la cannabis sativa que le alivian sus estados de angustia nocturna.
El gran mérito de Intocable es no volverse lacrimógena en momento alguno. Cuando el muchacho se entera de que Philippe mantiene una relación por correspondencia con una mujer de Dunkerque, no le oculta que las cartas floridas que le va dictando el jefe a la secretaria son en su opinión basura y que lo que debería hacer es encontrarse con ella, detonando el showdown de esta excelente película.
Intocable cuenta además con una exquisita banda sonora que abarca desde música clásica, la preferida de Philippe, hasta el pop setentero de Earth Wind & Fire, el grupo de culto de Driss. Lástima que en la versión hispana se le haya quitado la „s“ final al título original (IntouchableS) ya que ese plural, si bien inaudible en francés, implica que son intocables, cada uno en su mundo y a su manera, tanto el aristócrata en su palacete de París como el malandrín de la periferia.

jueves, 2 de febrero de 2012

DOÑA INÉS Y SUS TRES MARIDOS

Esta columna fue inspirada por la lectura de Inés del alma mía, deliciosa novela de la escritora limeña pero de nacionalidades chilena y estadounidense, Isabel Allende.

El primero fue Juan. Era Inés una quinceañera en toda la danza de las hormonas, ávida de conocer los secretos de la vida. En el pueblo de Plasencia y muchos más de la Extremadura y el reino de Castilla, Juan tenía la peor de las famas de mujeriego y otras cosas que lo hacían tanto más atractivo para jovencitas inexpertas. Hasta que pasó lo que Inés quería que pasara y su estricto abuelo los conminó a casarse para salvaguardar el honor de la familia Suárez. Como en muchos casos, la bendición conyugal convirtió al marido en un energúmeno que no tenía nada en común con el novio coqueto y entregado que había sido meses atrás. Inés supo llevar con dignidad la cornamenta e incluso se alegraba cada vez que el díscolo marido regresaba a la intimidad del hogar y renacía la atracción que sentían el uno por el otro. Juan, como buen hijodalgo del 1500, sentía que no había nacido para trabajar y era la oficiosa Inés la que con sus artes de costurera paraba la olla.

Atraído por las noticias del oro del Nuevo Mundo, en 1527 Juan decidió ir a buscar fama y fortuna al otro lado de la mar océana. Pasaron varios años sin noticia alguna de su parte... hasta que la intrépida Inés asumió el desafío de ir a buscarlo. Gracias a la naturaleza robusta de su estirpe, la casi treintañera no solo soportó el durísimo viaje sino que mantuvo en jaque, a punta de cacerolazos, a todo oficial o marinero que trataba de acercársele con intenciones poco cristianas. Una vez en costas venezolanas, la única noticia de su marido era que había partido hacia las tierras del Perú donde inocentes indígenas llenaban habitaciones enteras de oro y plata para los conquistadores. Pues al Perú vamos, dijo Inés, y allí recibió finalmente la confirmación de su nuevo estado civil: viuda.

En la villa imperial del Cusco, conoció a Pedro de Valdivia, militar español, veterano de las guerras de Flandes e Italia, que tenía en la mira culminar la conquista de Chile que no había logrado realizar Diego de Almagro. La mutua atracción entre la viuda enérgica y el militar cuya esposa, Marina, residía en España, fue irresistible. Consolidados como pareja de facto, superaron juntos adversidades mil, la larga marcha por el desierto, los ataques de los indios. Juntos fundaron la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura – hoy Santiago de Chile y la defendieron espada en mano, sobre todo Inés, contra los intentos de reconquista de los mapuche. La humilde costurera de Plasencia terminó siendo, para efectos prácticos, Primera Dama del reino de Chile.

Hasta que un apoderado de la corona, el padre La Gasca, conminó a Pedro a poner fin a su relación pecaminosa con Inés y regresar con su legítima mujer, es decir traer a Marina al sur de la tierra. Ironía del destino que el propio Pedro sugiriese a Inés que para no perder sus bienes le convenía contraer matrimonio con uno de sus hombres de confianza: Rodrigo de Quiroga. Con él, varios años más joven que Inés, tuvo un matrimonio feliz, maduro y sereno que finalizó solo varias décadas después con la muerte -casi simultánea- de ambos.

Irónico también que a su llegada al reino de Chile, la supuesta Gobernadora, Doña Marina, viniera a enterarse de que acababa de enviudar tras la cruenta batalla de Tucapel. La generosidad – y tal vez algún remordimiento – de la flamante Señora de Quiroga hicieron posible que la viuda de su amante difunto llevase una vida bastante confortable hasta el final de sus días.