martes, 1 de mayo de 2012

HUESTES DE MANCOS

Excelencia o sublimidad de ingenio, virtud u otra dote del alma. Así define el Diccionario de la Real Academia el término eminencia, que es también el tratamiento protocolario para cardenales, aquellos príncipes de la iglesia católica vestidos de negro y rojo escarlata. Delante del nombre de Jorge Arturo Augusto Fernando Cardenal Medina Estévez leo la abreviatura Emmo. que es el superlativo de eminente: eminentísimo. Es decir, volviendo a la definición: excelentísimo o sublimísimo de ingenio, virtud u otra dote del alma.

Después de leer sus recientes declaraciones a la revista chilena Caras (edición del 27 de abril pasado), me pregunto cuáles serán esas dotes del alma en la que es pródigo ese buen señor que compara al homosexual con un niño que nace sin un brazo. Está claro que el ingenio y la virtud se le perdieron en el camino de Santiago al Vaticano y viceversa. Definitivamente, el eminentísimo no se ha dado la molestia de actualizar sus conocimientos de psicología, medicina, derecho. Tal vez no se le puede exigir tanta sublimidad de ingenio a un venerable clérigo de ochenta y cinco años, peor aún viniendo de una institución que ignora demasiadas cosas que suceden más allá de las paredes de sus templos y sacristías y silencia otras tantas en sus propias filas.

Tomando en cuenta que una cuarta parte o más del clero católico es bastante propenso a las prácticas homosexuales, tenemos que el ejército a cuyo estado mayor pertenece el eminentísimo cardenal santiaguino cuenta con 25% de soldados a los que les falta un brazo. Todo un hándicap para una milicia en permanente lucha contra el demonio. Y yo me pregunto dónde queda la sublimidad de virtud de un líder que pretende ignorar el comportamiento de la cuarta parte de su personal. A la pregunta de Caras si ha conocido a sacerdotes gay, Medina responde que conoce un caso y no quiere señalar nombres porque es muy delicado. Pero el colega en cuestión no le pidió ayuda y por tanto él no pudo dársela.

¿En qué ayuda estaría pensando el eminentísimo? ¿A lo mejor la misma que sugiere su compañero de armas Juan Antonio Reig, obispo de Alcalá de Henares, contra el síndrome AMS? AMS ciertamente no tiene nada que ver con la tolerante ciudad holandesa de Amsterdam, donde no tendrían mucho eco las palabras del eminentísimo Medina ni su colega complutense, sino son las siglas de lo que Reig ha denominado – muy científicamente – síndrome de Atracción hacia el Mismo Sexo. Dicha anormalidad tiene tratamiento, cosa que “demuestra” el obispo con testimonios de algunos individuos que han superado tal “dolencia”.

Me aúno al estupor del columnista Pedro Salinas: es como si la iglesia católica se zurrara en la ciencia. Desde 1990 la OMS ha excluido la homosexualidad del catálogo internacional de enfermedades. Lo propio han hecho numerosas academias científicas de países tan dispares como el Reino Unido, Rusia y China.

En cambio, poco o nada dicen Medina y Reig, ni una palabra de perdón o arrepentimiento, de los centenares (¿miles?) de menores víctimas de abuso sexual por sacerdotes. El teólogo Hubertus Mynarek resume con agudeza la situación que atraviesan los curas católicos gays cuyo temor a ser descubiertos y acusados de AMS los conduce a una represión neurótica del propio comportamiento sexual. Sobre esta base, la energía sexual reprimida durante años surge y busca su víctima entre individuos jóvenes y sumisos.

¿Cuántos años tendrán que pasar y cuántos crímenes ser cometidos contra niños indefensos para que el Vaticano establezca el celibato como opción voluntaria, reconozca la plena igualdad de hombres y mujeres y se reconcilie con ese 25% de soldados mancos en sus propias huestes?