Un
frío día de enero – invierno boreal – le proponen a Carlos un
negocio redondo: recibir y atender a un comité de dignísimas damas
de una no menos digna nación ubicada entre el Pacífico y el Caribe.
El asunto suena muy bien y la perspectiva de ganarse unos euros,
adquiriendo además contactos en las altas esferas de la sociedad
ultramarina, hace la oferta aun más tentadora. Hay cuatro meses de
tiempo para preparar la ilustre visita y tanto Carlos como Imelda y
Cecilio, los iniciadores del proyecto, compatriotas y anfitriones de
las damas durante la segunda mitad del viaje, ponen manos a la obra
para que todo salga a pedir de tan distinguidas bocas.
Si
los repentinos cambios de itinerario son un manantial de
inconveniencias, aun más difícil es consolidar el pago adelantado
de servicios. Tratándose de una primera relación comercial, lo
usual es acordar un abono previo del 50 por ciento para garantizar
las reservas y demás prestaciones por contratar. Carlos, algo más
versado en temas de turismo comercial que sus dos colegas, insiste en
el tema pero desde la otra orilla del océano no hay reacción.
Confiando en la honorabilidad de la clientela y los buenos oficios de
Imelda y Cecilio, Carlos se arriesga y reserva una serie de hoteles y
servicios en nombre propio.
Una
semana antes de la fecha de llegada prevista, la directora del comité
solicita la cancelación de todas las reservas. Quieren los buenos
oficios de Carlos pero sin todo lo demás. Aplazan el tema de los
inevitables gastos de cancelación hasta el encuentro personal en
Berlín. A modo de confirmación del contrato, la víspera del vuelo
intercontinental le transfieren una quinta parte de la suma
estipulada. A Carlos no le queda sino realizar una operación
kamikaze: encarar al enemigo en vivo y en directo y luchar cuerpo a
cuerpo por su saldo de euros. Se le pasan por la cabeza medidas
radicales como confiscar los pasaportes y no soltarlos hasta el pago
del último euro.
Aeropuerto
de Berlín-Tegel. Llega el comité de distinguidas, alegres y
dicharacheras damas, con la directora por delante, una amable
cincuentona con cara de ardilla. La sigue otra señora cuyo rostro
delata numerosas cirugías y parece salido de una serie B de la TV
americana. Otra de las señoras bordea el siglo y tiene que ir
asistida de una muchacha más joven. Las demás, tranquilas y
observadoras, destaca entre ellas una treintañera de mirada
enigmática.
Al
término de un viaje de más de 20 horas, no es el mejor momento para
tratar temas delicados, así que Carlos espera pacientemente hasta
llegar al hotel. Oh sorpresa la que se llevan todos cuando llegan a
la recepción y la atenta joven les informa que la reserva del grupo
ha sido cancelada. Carlos teme lo peor, que sus clientas han sido
estafadas por granujas del otro lado del Atlántico.
Media
hora y diez llamadas internacionales después, se aclara el asunto.
En la cartera de la caótica directora estaba la confirmación de
reserva con un número de emergencia para solucionar el desarreglo.
Las distinguidas damas cenan y Carlos se reúne a ajustar cuentas con
la jefa. Recibe una cuota más de las cinco que abarca el paquete,
fijan los puntos del programa, los costos que, según ella, habrán
de repartirse entre las demás participantes ya que ella misma va
como becada.
La
mañana siguiente, después del desayuno, viene el aluvión: la
amable dama le comunica a Carlos que las damas no están dispuestas a
pagar un euro más y que prefieren prescindir de sus valiosos
servicios en Praga, la siguiente escala del viaje. Que lo lamenta
mucho pero que no lo puede cambiar. El ambiente entre las
participantes es tenso, Carlos no entiende ni le interesan los
procedimientos internos del comité, trata de disimular su disgusto y
realiza el programa de visitas planificado para la capital
reunificada. Ha contratado especialmente a un apuesto aborigen
berlinés que estaba seguro haría las delicias visuales de las
damas, si bien su castellano oxidado y amalgamado con portugués
dejaba mucho que desear.
Entre
líneas, sobre todo de la señora de mirada enigmática, Carlos se va
enterando de los malestares al interior del comité: que la directora
nunca les puso cifras claras – tal importe es para pagar tal
servicio, que las señoras se sienten estafadas y que están
financiando el viaje de al menos una persona más. No es asunto suyo,
pero obviamente que Carlos no es el único perjudicado inmediato.
Qué
mala idea tuvo la directora esa última mañana. Venirle a pedir que
le reembolsara el último pago que le hizo. ¡Para qué habló!
Carlos brincó de la silla, golpeó la mesa, que qué se había
creído, después de todos los perjuicios que le estaban causando
encima quería reembolso, pero ni soñando. Que no solo él sino las
mismas personas del comité estaban quejándose de estafa. La
distinguida señora entonces reunió al grupo y tomó las medidas
disciplinarias del caso. Cuando llegó el minivan que las llevaría a
la estación, todas ellas, menos una, se despidieron muy amablemente
de Carlos que se quedó refunfuñando y sin conocer Praga en tan
ilustre compañía.