lunes, 30 de septiembre de 2013

BOGOTÁ - CARTAGENA

BOGOTÁ
Ir a comprar el pan para el desayuno a la panadería más cercana en las Torres del Parque y terminar bajando -de puro sapo- todo el Parque Independencia hasta llegar a la torre Colpatria en la Carrera Séptima.
La falta de aire al subir por el mismo parque de regreso de Colpatria a La Macarena, tomando en cuenta que no acababa de cumplir 12 horas a 2.760 metros de altitud.
Caminar cantando El Pescador – en versión de Totó la Momposina- por las calles y parques del Bosque Izquierdo.
Pagar un dólar ochenta por dos kilos de perfumadas granadillas en el mercadito de la Perseverancia.
El sabor indefinible de mi primer -y último- jugo de feijoa... una fruta verde pequeña de improbable nombre. Yo me preguntaba si el mismo tendría que ver con feijão (= frejol en portugués). ¡Pero no! El botánico alemán Otto Karl Berg la bautizó así en homenaje a João da Silva Feijó, un naturalista luso-brasilero del S. XVIII.
Las vistas desde el departamento de Óscar en el noveno piso de la ladera.
Despertar por el canto de un gallo en la acogedora garçonnière de Leo en las colinas del Chapinero aka Gay Hills.
La conversación con un cachaco octogenario, sentados ambos mientras hacía sol y lluvia (!) en la Plaza Bolívar.
La tentación de unas pastas con palta (en el menú decía aguacate, en honor a la verdad), platillo que resultó ser angustiosamente soso.
Esperar una hora para poder subir al mirador de Colpatria. Y claro, si a cada uno le toman las huellas digitales electrónicas de cada dedo, fotografía de frente y perfil. Ni para ingresar a los sacrosantos EE.UU. ¡No se pasen esos colpatriotas!
El sobrecogimiento producido al ingresar a la basílica-catedral de sal de Zipaquirá, ubicada en los socavones de una antigua mina.
El inesperado encuentro con mi paisana Santa Rosa de Lima en uno de los recodos de la mina.
Las delicadas y finísimas arepitas del desayuno andino de la panadería Ázimos.
El verdor de los Andes Orientales vistos desde el mirador de Monserrate.
El verdor de las gemas expuestas en el Museo de las Esmeraldas.
Las crêpes poblanas, con ese delicioso puntito de picante, de la cadena de restaurantes Crepes & Waffles, conocida por dar preferencia laboral a madres cabeza de familia.
Las manos regordetas de Botero en el museo del mismo nombre.
La brevísima pero ejecutiva visita de Richard, con quien manteníamos una nutrida correspondencia ciberepistolar de varios meses.
El sermón de Gerhard al día siguiente de la visita de Richard prohibiéndome recibir a más ilustres caballeros en la casa de su marido Orlince.
La visita de Wilson, un entusiasmado osito que recibí apenas habían partido de la casa Gerhard y Orlince rumbo a tierras sureñas.
La amabilidad de Óscar para conseguirme viajes seguros en taxis de su plena confianza.
La publicidad en el Puente Aéreo: Colombia - The only risk is wanting to stay! 
¡Es verdad!

CARTAGENA DE INDIAS
La alameda de palmeras que flanquean el camino desde la escalinata del avión hasta la terminal aérea. Una sensación de Hawai con salsa.
¡Mucho calor!
La emoción de empapar por vez primera mi transpirada humanidad en la Mar de los Caribes.
Una deliciosa limonada con puesta de sol en el Café del Mar encima de la muralla.
Las arepitas de queso del parque Bolívar matizadas con la grata conversa del paisa Jaime.
Delicioso pescado en salsa de coco en el seráfico local llamado Acción de gracias.
Bicicletas de alquiler con asientos castrantes...imposibles de montar más de una hora seguida.
La ley seca por las elecciones municipales que hicieron que no probara una gota de alcohol durante mi estadía caribeña – a no ser por las socorridas chelitas dentro de la pensión del franchute Michel.
Curiosear por los patios y fuentes de las casonas y mansiones coloniales de la ciudad amurallada, sobre todo aquellas con WiFi que descaradamente aprovechaba para ponerme al día con mis contactos de aquí y de allá.
Niños peloteando, ancianas conversando, puestos de comida de diversas delicias en la placita de la Trinidad, corazón del saleroso barrio de Getsemaní.
Las aptitudes lingüísticas de Javier, bachiller en Derecho por la Universidad de Cartagena.
La playa desierta en la costa norte de la Isla Grande del Rosario, coronación de una caminata ecológica que un solo pasajero desquiciado reservó: yo. ¡Felizmente!
Las dos botellas repletas de envoltorios plásticos recogidos del suelo durante la hora que duró la caminata ecológica...y la cara del guía Jáider.
El trueque forzoso de mi camiseta caboverdiana por una local de Cartagena a instancias del negro Jorge que no me dio chance de rechazar la transacción: “tengo que tener esa camiseta tuya”. La pulserita cannabis que después me vendió el moreno de marras con un argumento irrefutable: “cómprale algo a este negro”.

Recuerdos imborrables de mis primeros diez días en tierras colombianas.