domingo, 17 de marzo de 2013

DOS PARTIDAS

A Joseph Aloisius y Hugo Rafael.



Joseph ocupaba un cargo del que por principio solo la muerte separa. Hugo tenía el firme propósito de eternizarse en el suyo pero la muerte lo separó oncológicamente de él.



Joseph no estaba hecho para una vida en el escaparate, prefería el estudio, la reflexión solitaria, la meditación, la oración. Hugo vivía y se nutría de la admiración de su pueblo, ese pueblo al que las riquezas del país prodigaban casas, colegios y hospitales con médicos cubanos.



Joseph fue la eminencia gris detrás de su antecesor en el cargo y cuando este murió, todas las miradas recayeron en él. Hugo trató de derrocar de un golpe a su penúltimo antecesor pero falló en el intento, esperó unos años y su pueblo lo eligió como presidente.



Joseph es un hombre de pocas pero sopesadas, inteligentes, lúcidas palabras. A Hugo le pones un micrófono y no hay manera de hacerlo callar – y eso que lo intentó hasta el rey de España; su emisión diaria de Aló, Presidente no baja de tres a cuatro horas en el aire.



Joseph obtiene su inspiración de paseos solitarios, de la contemplación espiritual. Hugo obtiene su inspiración viajando a Cuba donde sus hermanos mayores Fidel y Raúl; él les lleva petróleo, ellos le prestan sus hospitales y le dan consejos para su gobierno.



Durante su gestión, Joseph tuvo que hacer frente a las más espectaculares denuncias por abuso sexual de parte de sacerdotes y al destape de la flagrante corrupción en su entorno inmediato de la curia romana pero no supo hallar los medios para combatir las acusaciones, castigar con efectividad y no con benevolencia a los culpables y blanquear la maculada imagen del Vaticano. Durante su gestión, Hugo logró desactivar la independencia de poderes, politizó el sistema judicial y logró que su país se convirtiera en el más corrupto, criminal e inflacionario de América.



A Joseph lo adoran los más conservadores de su organización, es inamovible en cuestiones como el sacerdocio de mujeres, el control de la natalidad o la apertura a relaciones del mismo sexo (que dicho sea de paso afectan al 25% de sus compañeros de almas). A Hugo lo adoran los líderes izquierdistas de las Américas y algunos chicos malos del Oriente como Ahmadineyad, aquellos que prefieren ignorar que casi todo el dinero que reparte pródigamente proviene del imperio enemigo que al mismo tiempo es el socio comercial número uno de Venezuela.



Joseph hizo lo que ninguno de sus antecesores había hecho en siete siglos: renunciar en vida. Hugo rezó con todas sus fuerzas para que su vida se prolongara pero se dio con angelitos sordos y sus plegarias no fueron escuchadas.



Joseph deja atrás una iglesia con gravísimas divisiones internas, problemas de continuidad, carencia de sacerdotes, enorme pérdida de credibilidad y una comunidad de creyentes que grita por el gran cambio. Hugo deja atrás un país con gravísimos problemas, endeudado, inseguro, dividido: la burguesía lo detesta, el pueblo lo adora. Además, le queda a Venezuela un nuevo nombre oficial con el bolivariana en el medio, nueva bandera, nuevo escudo y una zona horaria única en el mundo con un argumento no menos único: para que los chicos vayan al colegio con luz natural. ¿Por qué no atrasaron mejor media hora el inicio de las clases?



Joseph, papa emérito, disfruta aliviado sus paseos por los jardines y bosques tibios de Castel Gandolfo y sigue desde lejos pero con acuciosa curiosidad la elección de su sucesor. Hugo, comandante difunto, seguramente toca el violín sentado en una nube cercana a la de su ídolo Simón Bolívar.