viernes, 1 de noviembre de 2013

MEDELLÍN EN SUSTANTIVOS


Ansiedad – al enterarme, poco antes de llegar, de que la ciudad tiene dos aeropuertos y yo no voy a aterrizar en esa céntrica pista que he visto tantas veces en el Google Maps. Incluso decidí alojarme en Los Laureles por la cercanía al aeropuerto donde terminó la vida de Carlos Gardel en un accidente en 1935. Pero no, el vuelo que he reservado no me llevará a las onduladas bóvedas del Olaya Herrera sino al moderno Aeropuerto José María Córdova en la localidad de Rionegro, a 35 km de la capital paisa.

Alivio – después de conversar con Lilian, mi vecina de asiento en el vuelo Cartagena – Medallo y acordar que tomaremos juntos un taxi desde Rionegro hasta el centro. Ella es paisa, como les dicen a los de Medellín y toda Antioquia, si bien vive hace muchos años en Mompós, Bolívar.


Asombro – mientras desciende el avión y veo los campos antioqueños que se me antojan idénticos a las zonas rurales de Europa Central. Todo muy verde, todo muy cuidado.


Sonrisas – por la carretera al centro, viendo una publicidad que dice Antioquia la más educada. Ya veremos. Al mismo tiempo, por la radio escuchamos una emisión cómica que no tiene mucho de educada, a juzgar por el rubor en el rostro de Lilian.


Buen tino – el de Fernando, taxista paisa, para llevarme con toda precisión y seguridad a un hotel de San Joaquín donde finalmente prolongaré mi estadía de tres a siete noches. ¿Por qué? ¿Por quién(es)?


Gentileza – la de Esteban al pasar a recogerme, después de su jornada de trabajo, para llevarme a dar una vuelta por los must-see nocturnos de Medellín: El Poblado, Parque Lleras y Los Laureles.


Boca abierta – la mía al ver que Esteban en la vida real es mucho más atractivo que en las fotos que había visto por internet.


Sabrosura – de las empanadas paisas del Machetico que acompañamos con salsa picante y unas cervezas, sentados en las gradas del Parque del Poblado.


Anticipación – de una semana muy caliente, a juzgar por el despliegue de amabilidad de Esteban rebautizándome Checho o Chechín apenas subí a su camioneta.


Desenfado – el de los colegiales paisas que, para fomentar las sonrisas al momento de tomarse una foto de grupo con su maestra, corean risueños anoche piché disfrutando las vistas desde el cerro Nutibara, al lado del Pueblito Paisa.


Saciedad de consumo – luego de degustar mi primera bandeja paisa en Medallo, y eso que la pido light con pechuga de pollo, en un rústico local de Campo Bonito.


Preocupación 1 – al enterarme de que aquella noche de julio juegan por el campeonato de fútbol los verdolagas de Nacional Medellín contra el Santa Fe de Bogotá... lo anuncian los ubicuos globos verde-blanco-negros. ¿Y si ganan? ¿Se pondrá esto patas arriba?


Preocupación 2 – al no recibir noticia alguna de Esteban, lo cual, dadas las circunstancias – el Nacional de Medellín gana el torneo – es comprensible.


Distracción – viendo la célebre película paisa La virgen de los sicarios en mi smart mientras los verdolagas castigan a los capitalinos.


Proteccionismo – al no abandonar el hotel ni compartir la algarabía de Medellín en su fiesta verdolaga.


Angurria – por querer estar conectado a internet no solo en la multitud de zonas WiFi sino donde tenga cobertura mi celular.


Estupidez – la mía al decidir comprar un paquete de internet móvil y descubrir que no funciona y solo me pueden ayudar en un centro comercial que queda muy lejos de mi Carrera 70.


Paciencia – la que tengo que desplegar para llegar al Centro Comercial Los Molinos, hasta que me resuelvan el impasse y la conexión funcione... ¡por fin!


Sorpresa – al recibir la llamada de Andrés Felipe, mi plan B, cuya propuesta acepto encantado en vista del silencio del plan A, o sea Esteban.


Modernidad – la del Metro de Medellín y su brazo lateral, el MetroCable, por donde subimos hasta ver la Biblioteca España, sobrevolando las comunas calientes de Santo Domingo Savio y La Francia.


Prudencia – con la cena, apenas un poco de arroz y plátano frito, para recuperar el ritmo digestivo normal, alterado por las bandejas paisas y mi entusiasmo con los jugos de frutas.


Encanto – el de los ojos claros de doña Martha, dueña del café donde tomo desayuno todos los días, que me hacen sentir como un parroquiano más frente a mi arepita con queso y mi taza de chocolate.


Carne de gallina – la que te producen las casi cuatro horas del Circuito Pablo Escobar por la ciudad de Medellín, desde sus años mozos hasta la sencilla lápida que lleva su nombre en el cementerio Monte Sacro de Itagüí.


Emoción –cuando nos dicen que el escritor Fernando Vallejo llegará en un par de horas al café de su hermano. Ciertamente nos quedaremos a esperarlo con Andrés Felipe.


Felicidad – la de mi plan B pues no solo conoceré al escritor Vallejo gracias a él, sino que nuestros paseos por la capital paisa serán un enriquecimiento en todo sentido: la pastelería Versalles en el viejo centro donde ciertamente degustaremos empanadas chilenas y argentinas, las esmeraldas que me ayudará a conseguir el padre de su amigo Mario Iván, los exquisitos jugos de frutas frente a los Campos de Paz, las caminatas de Belén a Los Laureles y del centro al barrio de Boston pasando junto a las gordas de Botero y el busto de Mahatma Gandhi.


Descubrimiento – de que el autor de La virgen de los sicarios no comparte la misantropía del narrador de sus novelas. Es un setentón encantador que cada vez que algún admirador se le acerca a pedirle una foto, se saca coquetamente los anteojos y se levanta risueño para complacer la solicitud. A nosotros, sin conocernos, nos invita a su mesa y a tomar lo que queramos.


Tertulia – de tres horas con él, una experiencia inolvidable. Recorremos el valle del Aburrá desde Sabaneta hasta Bello, pasamos por el célebre cuarto de las mariposas, vamos a la peregrinación de María Auxiliadora, conversamos con Barbet Schroeder y Germán Jaramillo, director y protagonista de la película, desmembramos la gramática castellana y revolucionamos nuestra lengua común.


Ausencia – por la que brilló el plan A. No volví a ver al bello Esteban en Medellín ni en ninguna otra parte.


Clínicas – por toda la ciudad se erigen cientos de centros de salud. Me dicen mis informantes que el turismo médico -transplantes, cirugía plástica y mucho más- es una importante fuente de ingreso de esta ciudad. ¡Vea, pues!


Ascensión – del Cerro Tres Cruces, a modo de despedida, antes de partir hacia Cali. Por seguridad, Andrés Felipe me prohibe llevar el móvil así que no quedarán testimonios gráficos de la subida, los esforzados deportistas que nos iremos cruzando por el camino ni de la hermosura del paisaje. 

Certeza – mientras abandono el valle del Aburrá por la subida de las Palmas, de que Medellín, Andrés Felipe y yo volveremos a vernos pronto. ¿Habrá también una segunda oportunidad para el plan A? Vamos a ver.