Brava es Maria 2, la oficiosa mujer de João, pescador de Fajã d'Agua. Tiene Maria 2 una dignidad inquebrantable en la mirada. En el primer minibús que sale para la villa, lleva el botín marítimo de su marido para ofrecerlo por las calles de Nova Sintra y con el dinero de las ventas compra los productos necesarios para su familia. De vez en cuando, reciben en su casa a grupos de turistas que después de refrescarse en las piscinas naturales disfrutan una barbacoa con la pesca matutina de João y una rica ensalada aderezada por ella misma. Con sus dos hijos, Maria 2 es férrea en cuestiones disciplinarias... para que aprendan a trabajar, dice Maria 2 y esboza una tímida sonrisa en la que faltan varios dientes.
(Retrato de familia: María 2, su marido João y la pequeña Agustina)
Brava es Pepê, el más devoto seguidor de Bob Marley sobre la faz de la tierra. Sus trenzas de rasta ya le llegan hasta el culo, por eso casi siempre las lleva recogidas bajo una gorra con los infaltables colores negro, rojo, amarillo y verde. En el minibús que maneja, transportando gente y mercadería a lo largo y ancho de la geografía bravense, solo se escucha la música del profeta jamaiquino. Con sus facciones perfectas, su tez café con leche y su encantadora timidez, no es de sorprender que Pepê ya tenga una hija de 7 años en Nova Sintra, otra de 2 en la lejana isla de Santo Antão y un hermoso bebé de 18 meses en Alemania.
Brava es Nina, espigada y rubicunda pecosa de la ciudad hanseática de Rostock que llegó como practicante a la vecina isla de Fogo. Desde allí se desplazó en varias oportunidades a la ilha das flores, donde conoció a Pepê. El flechazo fue instantáneo. Trataban de verse al menos cada 15 días, cruzando de una isla a la otra, y en un viaje juntos a las islas de Barlavento concibieron a Lucas. Para el parto y los primeros dos años del pequeño, la juiciosa Nina optó por trasladarse a su ciudad natal. Allí la visitó Pepê, siendo el frío de setiembre lo que más impresionó al Bob Marley de Nova Sintra. Dentro de seis semanas, Lucas cumple dos años y Nina está preparándose para la reunificación familiar en Brava. Como buena europea del norte, ella prefiere vivir solo con su familia nuclear. A Pepê en cambio, no lo convence la idea de separarse de su conglomerado familiar multigeneracional. Tendrán que negociar.
Brava es Vavâ, de día pastor de cabras en las laderas de Lomba Lomba, de noche el cantautor más buscado de la ilha das flores. Con su voz aterciopelada y mirada pícara interpreta, guitarra en mano, las más bellas mornas, coladeras y funanás de Cabo Verde, ya sean composiciones propias o ajenas. Una velada musical con Vavâ, ya sea como solista o en plan dueto o terceto, es una experiencia inolvidable. Cuando anuncian la última canción, el auditorio puede contar con que tocarán una hora más por el puro placer de cultivar su música...siempre y cuando sigan llegando a su mesa copas de grog.
(Vavâ -de rojo- tocando y cantando con dos colegas bravenses)
Brava es José, el untuoso y afeminado sesentón propietario del hostal homónimo. Entre sus virtudes no destaca la pulcritud: la falta de aseo en los cuartos de su hostal es clamorosa. Las cortinas de las duchas, que en su momento fueron blancas, están negras de todo el moho que prolifera en los baños. Las paredes agrietadas, las sábanas malolientes, todo ello agravado por la humedad imperante en las alturas de Brava. Hay que tener mucha mala suerte para caer en Casa José... o en las manos de su dueño, como más de un jovenzuelo ingenuo de la villa de Nova Sintra.
Brava es Henrique, mozalbete de 22 años que no terminó la escuela primaria y como muchos otros jóvenes bravenses sin trabajo se pasa los días con los amigos aplanando los adoquines de Nova Sintra y tomando grog. Su naturaleza confundida lo convirtió en presa fácil del hostelero José que le ofreció dinero a cambio de algunos recados y llegado el momento del pago aprovechó la ingenuidad de Henrique para hacerle tocamientos poco católicos que el joven no rechazó.
Brava es Li y su mujer Tai Mei, joven pareja de comerciantes afincados desde hace un año en la villa. Se acogieron a un programa de fomento del gobierno chino para acrecentar el comercio exterior con países africanos, sin saber lo que los esperaba en esta isla remota en medio del Atlántico. Los negocios no van tan bien como les pronosticaron los funcionarios de Hangzhou. Pero sobre todo, Li y Tai Mei echan de menos la variedad culinaria de su tierra: acá todo día galopa, galopa, galopa (sic), se lamenta Li señalando el plato de arroz cubierto por una garoupa a la plancha, pescado de delicada y jugosa carne blanca muy común en las aguas de Cabo Verde. ¿Y el atún y la serra que tienen tan buen mercado con los turistas europeos? Esos pescados secos no nos gustan a los chinos, protesta Li. Para agilizar las ventas en su comercio, tomaron a una empleada local y ahí le van entrando al kriolu. Poco a poco se están contagiando de la alegría africana pero reniegan en vista de la indisciplina laboral de los nacionales. Todavía miran con profundo recelo a sus país anfitrión y Tai Mei confía en que el hijo que está esperando se casará con otra china como ellos, pues en su imaginación no caben nietecitos chino-kriolos.
Brava es Aliou, senegalés de 28 anyos que cruzó del Cap Vert de la ciudad de Dakar a las islas que los portugueses bautizaron frente al Cabo Verde. Así se invierten los papeles: en el siglo pasado muchos caboverdianos emigraban a Senegal en busca de un mejor porvenir y ahora son los guineanos, senegaleses, gambianos etc. los que se trasladan a las islas para vivir más tranquilos. Allá tenemos oro, petróleo, diamantes y esa riqueza solo ha generado codicia, guerras, caudillismo y derramamiento de sangre. Aquí no hay nada más que el mar, el cielo, el sol y podemos vivir tranquilos, dice Aliou y levanta del suelo un canastón lleno de mercadería del negocio de Li y Tai Mei que lleva para ofrecerla de pueblo en pueblo hasta el último rincón de la ilha das flores.
(Aldea de Cachaço, estación final de una jornada de ventas para Aliou)