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domingo, 16 de noviembre de 2014

SARAH, FOGO Y HIELO


"Dexâ-m bem kontâ-bu um stória"
Mayra Andrade, cantautora caboverdiana


Sí, por fin habemus segundo libro... después de una gestación más o menos corta y un alumbramiento de varios años:
 
Un gélido día de enero, caminantes alemanes encuentran entre témpanos de hielo el cuerpo inerte de una mujer en las vegas del Viejo Rin, cerca de la triple frontera con Francia y Suiza. Alertadas las autoridades policiales de los tres países, no tardan en averiguar que se trata de Sarah Widmer, una joven de nacionalidad suiza, estudiante de medicina en la Universidad de Basilea.
 
¿Pero qué pudo haber pasado con esta veinteañera llena de vida, hija ejemplar que nunca había causado disgusto alguno a sus padres? A base de documentos originales, diálogos, noticias de los diarios, cartas, chats, correos electrónicos y apuntes del moleskine de Sarah, el autor reconstruye los últimos diez meses en la vida de la joven. Especial atención se le da el medio año que pasó en Fogo, una isla de Cabo Verde, donde Sarah conocerá y se enamorará de un mundo totalmente distinto a su Basilea natal. Las noticias del viaje de Sarah se entrelazan con el posterior viaje de su padrino Karl a Fogo en busca de testimonios de su presencia para poderlos trasmitir a sus compadres huérfanos de hija. ¿Tal vez hay alguna relación entre la estadía caboverdiana de Sarah y su inesperado y precoz fallecimiento?

ACTO DE CONTRICIÓN Y CUATRO DOCENAS DE M.I.

Nunca te había tenido tan abandonad@, querid@ lector@ de este modesto bloguito. Ocho meses sin un post adefesiero - he batido mi propio récord de ineficiencia y ausencia total de inspiración y productividad. Y ojo que no ha sido un semestre "monse",  como le diríamos en mi tierra (hace tres décadas, quién sabe si se sigue usando el término) a un período de tiempo aburrido o carente de material contable.

Todo lo contrario: además de sobrevivir a mi segundo año de fauna pedagógica, léase: como profesor de adolescentes y alguno que otro elemento aborreciente, en estos meses hice también mi primera gira literaria por la gran Colombia, contando con un espléndido auditorio vacío en la ciudad de Santafé de Bogotá - el día, la hora y el lugar muy mal escogidos, Alejito de mi corazón. Pero Medellín, Popayán y Cali se encargaron de compensar de lejos la frialdad de la sabana cundiboyacense. Todo esto y mucho más en LEYENDO COLOMBIA.

Por si fuera poco, después de alborotar a mis vecinos cafeteros, parí a mi segundo hijo literario, la novela de inspiración caboverdiana SARAH, FOGO Y HIELO.

Finalmente, hace casi 48 horas, completé cuarenta y ocho vueltas alrededor del sol. Bueno, al menos puedo decir que todavía no se levantan en el metro los mozalbetes bien educados para cederme el asiento...

viernes, 30 de noviembre de 2012

DÍAS DE MAIO

Noviembre en el centro de Europa: cielo gris, ocho horas de “luz” – si ese cielo color panza de burro deja filtrar alguno que otro rayito de sol tenaz – y temperaturas poco gratas al sistema respiratorio. Momento perfecto para rememorar otros noviembres llenos de sol, de luz y calor. Por ejemplo el del 2011 que comenzó en la ciudad de Praia, capital del archipiélago africano de Cabo Verde. Fueron días de trabajo intenso, recorriendo cuatro islas con un grupo muy exigente pero algo despistado. Tres de los siete clientes no llegaron en el vuelo previsto sino que perdieron la conexión en Lisboa y llegaron un día después. Al final de la gira, caminando con ellos por el casco viejo de Mindelo, cuna de la célebre Cesária Évora, gritó mi nombre un muchacho cubierto con gorra y anteojos oscuros. No lo reconocí, pero una vez retirada la protección solar supe inmediatamente que era el buen Zeca, amigo querido de Susana y Yellow (ver post Acuarela de Mindelo). Quedamos en vernos en la noche, como de costumbre donde Susana, para luego tomar algo y disfrutar los encantos mindelenses, Zeca incluido.

Al día siguiente de madrugada, regresé a Praia para continuar desde allí a una de las islas más pequeñas y aisladas, la única que todavía no conocía: Maio. Llegar a Maio no es fácil, el único enlace marítimo desde la capital fue reducido de uno semanal a uno quincenal. Aparte de eso, solo hay dos vuelos semanales que no duran más de diez minutos para atravesar las doce millas que la separan de Praia... ¡cuando el vuelo no es cancelado a último minuto! Y eso es exactamente lo que pasó aquel 11.11.2011. Los serviciales colegas de TACV, la línea aérea de bandera, ya habían empezado a organizar un hotel para los náufragos no residentes en la ciudad, cuando se corrió la voz de que un impaciente pasajero estaba en negociaciones con el piloto de un jet privado para hacer un servicio particular ad-hoc de Praia a Maio. Me auné al grupo de insubordinados en vista de que ya tenía el alojamiento reservado en Maio. La cosa salió cara pero lo importante es que esa misma noche llegué a la Casa Bonita, pensión conducida por Regina, profesora alemana que decidió cambiar las aulas teutonas por el sol del trópico.
Patio y jardín de Casa Bonita
 
Con su don de gentes, sus oídos siempre atentos a las necesidades de sus clientes, su actitud servicial, Casa Bonita se convirtió en el punto de llegada de todos los europeos en busca de un alojamiento tranquilo y seguro en Maio. Con su afición por la música, sobre todo la percusión, Regina hizo muy buenas migas con afamados músicos caboverdianos. En un concierto conoció también a Ronald, él tenía 28 años, ella 58. Se hicieron amigos, se hicieron amantes. Ronald la ayudó a terminar la Casa Bonita. Formaban una pareja muy apasionada, si no hubiera sido por la afición de Ronald al trago y las drogas. Primero desapareció un billete, luego un artefacto de la casa, después el equipo de música. Pero más adelante vino lo peor: la violencia física y moral. Cuando conocí a Regina, Ronald llevaba preso seis meses, pero probablemente lo soltarían después de un año más. Con los nervios destrozados, Regina había regresado un tiempo a Alemania para recuperarse de aquel período tan difícil.
Colorida calle del pueblo de Pedro Vaz

De la mano de Regina conocí no solo las bellezas ocultas de esta pequeña isla, sino a todo un ramillete de curiosos expatriates: un grupo místico de italianos, caracterizados por andar tomados del brazo en grupos de tres o cuatro, todos con túnicas blancas y mochilas celestes. El bar de playa de Carol, una neozelandesa que había vivido en la mitad de países del mundo para terminar con su marido francés en el Atlántico de Cabo Verde. En un contenedor al frente de la iglesia de Nossa Senhora da Luz, el bávaro Wolfgang montó un chiringuito con bocaditos dulces y salados, pescados deliciosos pero la especialidad de la casa son las cinco o seis variedades de malagueta, la salsa picante de los caboverdianos, que Wolfgang combina con diferentes tipos de aceite, vinagre y guindillas. O Silvain, el joven cocinero francés que vino primero a trabajar con un compatriota suyo pero luego se enamoró de una morena y montó con ella su propio negocio en una azotea del centro. De Rüdiger me contaron que se volvió adicto al grog, el aguardiente de caña hecho en las islas, y tuvo que regresa a su natal Hamburgo para ser ingresado en un instituto psiquiátrico.

Miro el gris de noviembre desde mi ventana y quisiera volver a estar en Maio, conversar con Regina de esto y de aquello, decirle que espero que Ronald la deje tranquila cuando salga de la cárcel, invitarla a tomar una Strela en el chiringuito de Wolfgang, comprar dos pastéis para cada uno y rociarlos con sus malaguetas vanguardistas.

jueves, 11 de agosto de 2011

DEL AGUA A BRAVA - PARTE 2

Brava es Maria 1, dueña de uno de los mejores restaurantes de Nova Sintra. Con la ayuda de sus parientes ultramarinos, adquirió la concesión del único local colindante con la plaza central de la villa y lo bautizó Puesta de Sol. Todo iba bien hasta el infarto coronario de su marido que los obligó a trasladarse a la capital, Praia, ya que Brava, aparte de una posta de primeros auxilios, carece completamente de un centro de salud capaz de atender casos complejos.

(María 1 disfruta el sol de la tarde en la Praça Eugénio Tavares)

Brava es Maria 2, la oficiosa mujer de João, pescador de Fajã d'Agua. Tiene Maria 2 una dignidad inquebrantable en la mirada. En el primer minibús que sale para la villa, lleva el botín marítimo de su marido para ofrecerlo por las calles de Nova Sintra y con el dinero de las ventas compra los productos necesarios para su familia. De vez en cuando, reciben en su casa a grupos de turistas que después de refrescarse en las piscinas naturales disfrutan una barbacoa con la pesca matutina de João y una rica ensalada aderezada por ella misma. Con sus dos hijos, Maria 2 es férrea en cuestiones disciplinarias... para que aprendan a trabajar, dice Maria 2 y esboza una tímida sonrisa en la que faltan varios dientes.

(Retrato de familia: María 2, su marido João y la pequeña Agustina)

Brava es Pepê, el más devoto seguidor de Bob Marley sobre la faz de la tierra. Sus trenzas de rasta ya le llegan hasta el culo, por eso casi siempre las lleva recogidas bajo una gorra con los infaltables colores negro, rojo, amarillo y verde. En el minibús que maneja, transportando gente y mercadería a lo largo y ancho de la geografía bravense, solo se escucha la música del profeta jamaiquino. Con sus facciones perfectas, su tez café con leche y su encantadora timidez, no es de sorprender que Pepê ya tenga una hija de 7 años en Nova Sintra, otra de 2 en la lejana isla de Santo Antão y un hermoso bebé de 18 meses en Alemania.

Brava es Nina, espigada y rubicunda pecosa de la ciudad hanseática de Rostock que llegó como practicante a la vecina isla de Fogo. Desde allí se desplazó en varias oportunidades a la ilha das flores, donde conoció a Pepê. El flechazo fue instantáneo. Trataban de verse al menos cada 15 días, cruzando de una isla a la otra, y en un viaje juntos a las islas de Barlavento concibieron a Lucas. Para el parto y los primeros dos años del pequeño, la juiciosa Nina optó por trasladarse a su ciudad natal. Allí la visitó Pepê, siendo el frío de setiembre lo que más impresionó al Bob Marley de Nova Sintra. Dentro de seis semanas, Lucas cumple dos años y Nina está preparándose para la reunificación familiar en Brava. Como buena europea del norte, ella prefiere vivir solo con su familia nuclear. A Pepê en cambio, no lo convence la idea de separarse de su conglomerado familiar multigeneracional. Tendrán que negociar.

Brava es Vavâ, de día pastor de cabras en las laderas de Lomba Lomba, de noche el cantautor más buscado de la ilha das flores. Con su voz aterciopelada y mirada pícara interpreta, guitarra en mano, las más bellas mornas, coladeras y funanás de Cabo Verde, ya sean composiciones propias o ajenas. Una velada musical con Vavâ, ya sea como solista o en plan dueto o terceto, es una experiencia inolvidable. Cuando anuncian la última canción, el auditorio puede contar con que tocarán una hora más por el puro placer de cultivar su música...siempre y cuando sigan llegando a su mesa copas de grog.

(Vavâ -de rojo- tocando y cantando con dos colegas bravenses)

Brava es José, el untuoso y afeminado sesentón propietario del hostal homónimo. Entre sus virtudes no destaca la pulcritud: la falta de aseo en los cuartos de su hostal es clamorosa. Las cortinas de las duchas, que en su momento fueron blancas, están negras de todo el moho que prolifera en los baños. Las paredes agrietadas, las sábanas malolientes, todo ello
agravado por la humedad imperante en las alturas de Brava. Hay que tener mucha mala suerte para caer en Casa José... o en las manos de su dueño, como más de un jovenzuelo ingenuo de la villa de Nova Sintra.

Brava es Henrique, mozalbete de 22 años que no terminó la escuela primaria y como muchos otros jóvenes bravenses sin trabajo se pasa los días con los amigos aplanando los adoquines de Nova Sintra y tomando grog. Su naturaleza confundida lo convirtió en presa fácil del hostelero José que le ofreció dinero a cambio de algunos recados y llegado el momento del pago aprovechó la ingenuidad de Henrique para hacerle tocamientos poco católicos que el joven no rechazó.

Brava es Li y su mujer Tai Mei, joven pareja de comerciantes afincados desde hace un año en la villa. Se acogieron a un programa de fomento del gobierno chino para acrecentar el comercio exterior con países africanos, sin saber lo que los esperaba en esta isla remota en medio del Atlántico. Los negocios no van tan bien como les pronosticaron los funcionarios de Hangzhou. Pero sobre todo, Li y Tai Mei echan de menos la variedad culinaria de su tierra: acá todo día galopa, galopa, galopa (sic), se lamenta Li señalando el plato de arroz cubierto por una garoupa a la plancha, pescado de delicada y jugosa carne blanca muy común en las aguas de Cabo Verde. ¿Y el atún y la serra que tienen tan buen mercado con los turistas europeos? Esos pescados secos no nos gustan a los chinos, protesta Li. Para agilizar las ventas en su comercio,
tomaron a una empleada local y ahí le van entrando al kriolu. Poco a poco se están contagiando de la alegría africana pero reniegan en vista de la indisciplina laboral de los nacionales. Todavía miran con profundo recelo a sus país anfitrión y Tai Mei confía en que el hijo que está esperando se casará con otra china como ellos, pues en su imaginación no caben nietecitos chino-kriolos.

Brava es Aliou, senegalés de 28 anyos que cruzó del Cap Vert de la ciudad de Dakar a las islas que los portugueses bautizaron frente al Cabo Verde. Así se invierten los papeles: en el siglo pasado muchos caboverdianos emigraban a Senegal en busca de un mejor porvenir y ahora son los guineanos, senegaleses, gambianos etc. los que se trasladan a las islas para vivir más tranquilos. Allá tenemos oro, petróleo, diamantes y esa riqueza solo ha generado codicia, guerras, caudillismo y derramamiento de sangre. Aquí no hay nada más que el mar, el cielo, el sol y podemos vivir tranquilos, dice Aliou y levanta del suelo un canastón lleno de mercadería del negocio de Li y Tai Mei que lleva para ofrecerla de pueblo en pueblo hasta el último rincón de la ilha das flores.

(Aldea de Cachaço, estación final de una jornada de ventas para Aliou)

domingo, 31 de julio de 2011

DEL AGUA A BRAVA - PARTE 1

Brava es la más pequeña y remota de las islas habitadas de Cabo Verde. Tiene el tamaño y la forma de un corazón - eso dice al menos el himno que le dedicó el poeta bravense Eugénio Tavares (1867 - 1930). Por su clima benigno, no tan caluroso como Sao Filipe y Praia, la isla de las flores fue el lugar elegido para construir Nova Sintra, como su tocaya portuguesa, residencia de verano de la aristocracia local y una de las ciudades más peculiares de Cabo Verde con su alameda central y calles diagonales y perpendiculares. Sin embargo, es en Boston y Lisboa donde vive actualmente la mayoría de bravenses. Por su deficiente infraestructura y casi total ausencia de oportunidades laborales, la emigración es la opción de muchos.

(Vista aérea de la villa de Nova Sintra)

Brava es una mujer que en 1900 va caminando cabizbaja y presurosa del pueblo de Nossa Senhora do Monte a la villa de Nova Sintra. En el camino se cruza con un grupo de soldados que buscan al poeta y periodista Eugénio Tavares para arrestarlo, pues con sus arengas para mejorar las condiciones de vida del pueblo caboverdiano se ha vuelto un personaje incómodo para la burocracia colonial de Lisboa. Lo que la patrulla no sabe: el buen Eugénio fue advertido a tiempo por sus paisanos y logró escapar, vestido de mujer, hasta un barco que lo llevó a Nueva Inglaterra, lugar que desde antes de 1800 alberga una importante colonia de caboverdianos.

(Niños bravenses posan junto a la estatua de Eugénio Tavares)

Brava es Sónia, la mujer de Víctor, el hombre más rico de Nova Sintra. Educada en Portugal, dirige las dos pensiones de su marido y supervisa la formación de sus gemelos Iván y Raví que por las tardes reciben clases particulares de inglés y guitarra. En la villa dicen que Sónia te sonríe por delante y por detrás te clava el puñal. Víctor tiene la mirada de los tipos que pasan sobre cadáveres para conseguir lo que quieren. Su opinión sobre Eugénio Tavares es implacable: un hombre que se viste de mujer, al margen de los motivos que haya podido tener, no merece respeto alguno - dice con los ojos inyectados por el grog. Víctor es por cierto el mejor amigo de Herbert en Brava.

(En el techo de la pensión de Sónia, viendo la isla de Fogo en cuatro estratos)

Brava es Herbert, treintañero natural de New Hampshire y afincado en estas islas como gerente de la flamante empresa de trasbordadores veloces. Tiene la mirada pétrea y la estatura de un boxeador peso pesado. Su corte de pelo delata su paso por el ejército más poderoso de la tierra, desde donde fue reclutado para el ambicioso proyecto de modernizar el transporte interinsular caboverdiano. Herbert trata siempre de captar la atención de la gente por donde sea. Si va a borde de las naves de su empresa, se planta delante de los pasajeros, las manos en las caderas cual sargento frente al pelotón que dirige, desafiando el feroz oleaje de la Mar d'Canal que a él no lo afecta en absoluto mientras la mitad de los pasajeros padece llenando las bolsitas de mareo que se encuentran frente a sus asientos. Cuando entra a un restaurante, saluda en voz alta a todos para que nadie deje de percibir su presencia, cosa que con la masa que desplaza es totalmente innecesaria. Y al salir del local, a veces se pierde en la oscuridad de la villa en compañía de una espigada mulata.

(Brava desde la Mar d'Canal - antes de que llegara el fast-ferry de Herbert)

Brava es Elfriede, vienesa cincuentona que se pasó vomitando los cuarenta minutos que duró la travesía de la isla de Fogo al puerto bravense de Furna por las agitadas aguas de la Mar d'Canal. Arriban al puerto a la hora de la cena, pero lo único que le apetece a ella es un té negro y encerrarse en su cuarto hasta que se le pase el malestar. Una vez recuperada, Elfriede recorrerá a pie buena parte de la isla de las flores, guiada en todo momento por el siempre atento Alino. Se cansará de tomarles fotos a las alamedas de hibiscos y cucardas, a los amables burritos que se le cruzarán por el camino cargados de bidones de agua y sus risueños conductores. Se dará un refrescante baño en las piscinas naturales del puerto de Fajã d'Agua y dirigirá miraditas embobadas a su guía kriolo.

Brava es Alino, la excepción a la regla: mientras los bravenses emigran, este simpático albañil con estatura de ropero, nacido hace 28 años en la vecina isla de Fogo, eligió vivir en Nova Sintra. La culpa la tiene sin lugar a dudas la encantadora Alcinda, su mujer y madre de sus dos hijos, Gilsson y Jelmisson. Como gran conocedor de todos los senderos de Brava, en sus días libres Alino también se recursea como guía de caminatas, familiarizando al viajero con los paisajes, la flora y la fauna locales. Pero lo que más le gusta es llegar al destino final de la ruta y que sus clientes le inviten una cerveza bien fría.

Brava es Alcinda, una mujer fuerte y, como toda caboverdiana, el pilar de su familia. Hasta hace poco vendía, balanceando una batea en la cabeza, papayas y mangos, papas, camotes y zanahorias por las calles de Nova Sintra para contribuir a la economía familiar. Un golpe de suerte y los buenos oficios de su marido, Alino, le consiguieron un contrato de trabajo como vendedora de gasolina en uno de los dos grifos de la villa. Su empleo es temporal, pero por el solo hecho de tener un trabajo pagado en Brava, Alcinda ya pertenece a la clase privilegiada de la isla de las flores.

(Alcinda y Alino durante una caminata en el monte Fontainhas, 974 m.a.s.n.m.)

Brava es Tony 1, nacido en Massachusetts pero descendiente directo de uno de los linajes fundadores de Nova Sintra. Con su tez clara y ojos azules, cuesta creer que este cincuentón tenga sangre africana en las venas. A pesar de haber nacido y crecido al otro lado del Atlántico, Tony 1 se siente profundamente kriolo y dice hablar con fluidez la lengua criolla de varias de las islas de Cabo Verde. Actualmente está invirtiendo todos sus dólares restaurando los solares de su familia en Fogo y Brava, con la intención de trasladarse completamente a la ilha das flores una vez que sus hijos se independicen. Este es un lugar ideal para desconectarse, dice Tony 1 antes de sumergirse voluptuoso en la piscina natural de Fajã d'Agua acompañado por la menor de sus hijas.

Brava es Tony 2, moreno de ojos claros, crecido como muchos bravenses en un ghetto de Providence, Rhode Island. A él, el país de las oportunidades ilimitadas no le brindó ninguna o tal vez, por su historia familiar desestructurada y como tantos caboverdianos sin una figura paterna, no las supo aprovechar y fue a parar a la cárcel por tráfico de estupefacientes con 22 años para después ser repatriado a su natal puerto de Furna. Allí logró rehacer su vida, se tatuó el mapa de Cabo Verde en el pecho, formó una nueva familia y gracias a sus conocimientos de inglés y su trato amable tiene muy buena demanda como guía de caminatas.

(Tony 2 al lado de las piscinas naturales de Fajã d'Agua)

martes, 5 de abril de 2011

EL CASO DE ÁNGELES CASO

Conociendo mis andanzas caboverdianas, mi buena amiga Eliza tuvo el detalle de informarme inmediatamente que el libro ganador del Premio Planeta 2009 narraba la vida de una mujer de aquellas islas perdidas en medio del Atlántico. Como vivimos en una sociedad de la información, la noticia fue recibida con entusiasmo pero olvidada tan pronto como entraron nuevos titulares en esta cabeza de colador. Hasta varios meses después, cuando en una librería española me detuve frente a la novela que me había recomendado Eliza: Contra el viento de Ángeles Caso.

La novela empieza con la biografía de una mujer española llena de inseguridades, con una historia familiar bastante traumática. Ya en la primera página me topé con un pasaje de esos que se te meten bajo la piel porque la narradora se describe a sí misma como una persona que no da pasos conscientes, regidos por la razón y un luminoso objetivo a lo lejos sino simplemente flota ahí dentro, en la vida, agitando los brazos para no ahogarse. Es decir se describe como una persona con características temerosamente parecidas a mí mismo. Vamos por buen camino, pensé, esto promete.

A modo de contrapunto de la ibérica histérica, está la biografía de Maria da Conceicão Monteiro Soares, más conocida como São. Nace São en la isla de São Nicolau, uno de los lugares más deprimidos de todo Cabo Verde. Su madre emigra a Europa cuando São es todavía muy pequeña y la deja a cargo de Jovita, una especie de comadrona del pueblo de Queimadas. En la escuela, São se destaca por su aguda inteligencia causando las delicias de su entrañable maestra Natércia.

A raíz de la muerte de una amiguita de su misma edad por falta de atención médica, surge en São el deseo de seguir la carrera de medicina. São no entiende por qué la gente con dinero sí puede recibir atención médica y en cambio en su pueblo se muere una niña por cualquier insignificancia. São siente la vocación de atender también a la gente con pocos recursos. Pero todas sus ilusiones terminan el día que Jovita le dice que ya no tienen dinero para pagar el colegio y que São tendrá que ir a trabajar como empleada doméstica en la capital.

Pasa el tiempo y se complican las cosas: como tantas domésticas, São es acosada sexualmente por su patrón y decide seguir los pasos de una amiga que se fue a trabajar a Europa. Lisboa es la puerta de entrada de caboverdianos al Viejo Mundo y es ahí también donde São aterriza, se enamora y tiene un hijo con el que parece ser el hombre de su vida. Hasta el día que llega borracho a la casa y le da la primera y única pateadura que São aceptará encajar. Siguiendo el consejo de una amiga, se va con su hijo a Madrid y por diversos contactos entra a trabajar como asistenta en casa de la narradora que se encuentra sumida en una depresión por la ruptura de su matrimonio.

La furia y el fuego“ es el título que lleva el capítulo donde se produce este encuentro de dos mundos: la narradora deprimida y São. A medida que ambas mujeres se van compenetrando, la patrona se entera de las peripecias por las que ha pasado su asistenta. Pero a pesar de todas ellas, muchísimo peores que las suyas propias, São está allí, fuerte, serena, alegre. En la interacción de ambas está la clave que sacará a la narradora de su depresión.

Más adelante, São regresa a Lisboa y se produce el momento de más tensión de toda la novela: su hijo, André, es secuestrado por el padre que se lo lleva a su país, Angola. ¿Podrá São recuperar al pequeño André? Imposible adelantarles el showdown.

No poca gracia me hizo escuchar a la autora confesar, en una entrevista en la tele, que nunca había pisado Cabo Verde. En ese instante comprendí también por qué en la novela aparece Carvoeiros como puertito de pescadores, siendo el caso en realidad que está al borde de un acantilado donde la pesca es impracticable. También busqué a Jovita o alguien que la hubiera conocido en la villa de Queimadas pero para mi mala suerte tuve muy poco tiempo y no logré conseguir información alguna.

Los dejo con una bella imagen de la isla de São Nicolau, el valle donde comenzó la vida de São.

sábado, 19 de marzo de 2011

BIOGRAFÍA EN CINCO AGUAS

Hasta los veintiún años viví a diez minutos andando del Océano Pacífico. El mar de Lima es tan frío y gris como el Mar del Norte o el Báltico a pesar de estar doce grados al sur del Ecuador. Una caprichosa corriente marina nos trae el agua fresquecita desde la Antártida. En la misma latitud, pero sobre el Atlántico, está Salvador de Bahía, donde el mar y el clima son realmente tropicales. Lo que a Lima le falta en calidad playera gracias a esa congeladora líquida de apellido alemán, le sobra en exquisitos pescados, mariscos y temperaturas primaverales. Mis primeros recuerdos en esa playa de piedras redondas y ridículo nombre hawaiano están ligados a la tía Lila y las fresas con leche condensada que nos llevaba en un práctico tupperware. Sentados en esas mismas piedras, mi hermano mayor respondíó alturadísimamente a una inquietud que me tenía muy preocupado a la tierna edad de siete años: ¿por qué se le pone a uno a veces la cosa dura? Los revolcones que me dieron las olas entrando y saliendo de él me enseñaron a tenerle mucho respeto al mar, cosa que me ha sido muy útil en mis posteriores encuentros con el Atlántico, Mediterráneo e Ìndico. Pero en ningún otro mar del mundo se puede jugar tan rico a la "licuadora" como en la miraflorina playa Waikiki, tratando de esquivar el remolino que se forma entre la ola que va y la que regresa. Que quede claro: si Magallanes lo hubiera conocido en la Costa Verde de Lima, de ningún modo lo habría bautizado Pacífico.
En 1988 cambié ese mar frío y gris por un río frío pero cristalino que baja de la Selva Negra y desemboca en un canal que lleva al Rin. Con su anchura de quince metros y apenas veinte a cincuenta centímetros de profundidad, el Dreisam no se presta para proezas natatorias, a lo sumo para refrescarse los pies una tarde calurosa de verano. Para nadar, mucho más agradable es la laguna Flückiger, situada en lo que fue la exhibición floral de Friburgo, muy cerca del centro. Algo tendrían esas aguas pues mi plan era pasar modestos cinco meses en sus orillas y al final se convirtieron en quince años. El primer primero de mayo que pasé allí, circundando la laguna en bicicleta, no podía creer que hubiera tanta gente tomando sol en pelotas. Pero obediente al dicho a donde fueres haz lo que vieres, hice lo que vi. Recuerdo especialmente tres atardeceres en esas orillas: uno, en el verano del 90, cuando conversando con Beatrix llegamos a la conclusión de que los revolcones horizontales eran un asunto húmedo y resbaladizo bastante sobrevalorado y enrollante, que no íbamos a perder nuestro tiempo con eso. Tres meses después cambiamos de opinión. El segundo atardecer, en junio del 91, cuando me sonrió un rubicundo muchacho inquieto con el que luego fui a tomar una tímida cerveza en el chiringuito de la laguna. Y el último, en el verano del 97, libando vino tinto y comiendo brezeln con Marcelo y Verena que estaban a punto de sellar una estratégica unión que nunca llegó a ser.
Pensando inocentemente que la mudanza a Basilea era mi primer paso de retorno hacia el sur, aunque fueran tan solo 72 km, cambié esa laguna por un torrentoso río en 2003. Qué maravilla salir del trabajo corriendo – es decir en bicicleta – y enrumbar al malecón del Rin para un delicioso chapuzón en el río. Sobre todo cuando nos tocó el verano del siglo. Pero los otros también, porque por ese bördli circulaban no solo las refrescantes aguas azules del Rin sino todo un zoológico de bichos raros desde jubilados calenturientos, nadadores inveterados, parejitas exhibicionistas, fumones empedernidos hasta aventureros casuales en busca de un cuarto de hora de calor humano. Allí entablé amistad vitalicia con Giacomo y Monsieur Rémy y otras menos duraderas con veraneantes magrebíes, de Tailandia, Sri Lanka, Italia y lugares menos exóticos como Alsacia, Suiza y Alemania. Allí conocí al loco Claudio, un fetichista de string tangas que pasa casi todos los inviernos nórdicos luciendo su colección en bellas playas caribeñas. Al padre Fernando, tenaz cazador de aventuras amorosas en el poco tiempo libre que le deja su vida parroquial. Incluso fuera de la temporada de baños, pasear por el malecón del Rin sigue siendo una de mis actividades favoritas cada vez que regreso a Basilea.
Trescientos kilómetros Rin abajo, el río recibe por su derecha las aguas de su segundo afluente más importante: el Meno o Main, como se le llama en alemán. Tantas esclusas tiene este río en su curso que el último tramo es una masa de agua marrón inmóvil, sin vida. No sirve como el Rin para baños deliciosos. Cuando me mudé del Rin al Meno a fines del 2004, había cerca de la ciudad de Frankfurt una laguna en medio del bosque con características similares al bördli. Pero como a los propietarios del terreno no les gustaba el éxito ni el público de la playa, fueron rellenando la laguna poco a poco con tierra y piedras hasta no quedar sino un estanque para patos y uno que otro cisne. En estos siete años todavía no he encontrado nada que se compare con el Flückiger ni mucho menos con el Rin. Hay lagunas con playas municipales pero, como esta región está muy densamente poblada, cuando la calor aprieta el gentío dentro y fuera del agua hace que la experiencia sea todo menos memorable. No queda sino coger el tren a Basilea o un avión que me lleve de vuelta al mar aunque sea tan solo por unos días o semanas.
Después de haber pasado cuatro meses viajando por el archipiélago, ya siento mías también las atlánticas aguas de Cabo Verde. Me encantan Tarrafal de Santiago y Santa María de Sal. Tarrafal es una bahía pequeñita, podría parecer una cala de Mallorca si no fuera por la tez morena de sus pescadores. Queda felizmente al otro extremo de la capital y en días de semana no se tiene que compartir la playa con más de veinte personas. El pueblo es tranquilo. No pasa nada. Santa María es totalmente distinta. Es el resort número uno y el de más trayectoria de Cabo Verde. Lo descubrieron las tripulaciones de la South African que tenían que hacer una pausa en sus vuelos intercontinentales cuando por el apartheid les estaba vetado el espacio aéreo africano. Luego se corrió la voz, llegaron los rusos de Aeroflot que hasta se construyeron un hotel exclusivamente para sus tripulantes, los italianos, alemanes, ingleses, franceses y españoles. La playa de Santa María son once kilómetros de una deliciosa arena blanca-dorada donde hay tanto espacio que es imposible llegar a tener ni remotamente la sensación Rimini. Puedes caminar kilómetros de kilómetros mojándote los pies en el verde del mar. Pero también son mías la playa de Lajinha que llamo cariñosamente la Copacabana de Mindelo, Salina con sus curiosas formaciones rocosas en Fogo y las piscinas naturales de Faja de Agua en Brava y Juncalinho en Sao Nicolau.

viernes, 18 de febrero de 2011

LA EDUCACIÓN DE CHIU A CHA

Vuelvo a CHIUchín después de veinte años de no haber estado en la serranía de Huacho. Los dieciocho kilómetros de trocha infame que suben desde el puente Tingo hasta el pueblo están fatales y eso que recién comienza la temporada de lluvias.

Espectaculares paisajes andinos y revitalizantes aguas termales recompensan al viajero que sobrevive las sacudidas de la ruta y está dispuesto a renunciar a cierta comodidad a cambio del cielo más azul del mundo y mucho aire puro. Entre montañas altísimas se contornea el valle del río Checras. Es la primera vez que lo veo en época de lluvias y casi no reconozco el torrente caudaloso que debe de estar al doble de su volumen en verano.

En los campos se siembra, como siempre, maíz, papas, cebollas y otras hortalizas pero me sorprende ver numerosas plantaciones de melocotón. Se diría que es el cultivo de moda. Por todos lados crecen esbeltos eucaliptos y robustos molles centenarios.

La caminata que nos toca hacer hoy comienza en la plaza de Chiuchín. Atravesamos el pueblo hasta el puente que lleva a los baños termales de Huancachín, pero nos desviamos antes de las piscinas para subir el cerro y tomar el camino de herradura a Huancahuasi. Según la gente de la zona, se puede hacer en una hora. Yo les explico que gallinazo no canta en puna y que mejor dupliquen – por lo menos – el tiempo estimado. Al final del sendero nos espera una deliciosa piscina con vista espectacular a las montañas y el valle.

No faltan en cada pueblo grupos de hombres de diferentes edades en torno a una botella de chicha o ron. La ominosa conjunción de falta de empleo y abuso de alcohol. En cambio, me alegra ver que varios colegios lucen renovados, al fin y al cabo el 29.1% de la población peruana está entre los 0 y 14 años edad. Observo esos ramilletes de chicos y chicas y me pregunto qué será de estos niños cuando sean grandes. ¿Tendrán buenas perspectivas aquí en la sierra o migrarán como tantos a las ciudades de la costa en busca de mejores oportunidades? Es lamentable constatar que el estado peruano, a pesar de los crecientes recursos con que cuenta, invierte tan solo 2.7% del PBI en educación.


Vuelvo a CHA de Pedras después de un año de no haber estado en la isla de Santo Antao, Cabo Verde. Los cinco kilómetros de trocha infame que suben de Coculí hasta el pueblo están fatales, como cada vez que termina la temporada de lluvias.

Paisajes espectaculares de este fértil valle recompensan al viajero que sobrevive las sacudidas de la ruta y está dispuesto a trepar cerros y caminar al borde de precipicios de vértigo. Entre montañas que parecen cortadas con los dientes de un T-Rex, se contornea el valle formado por la ribeira de Cha de Pedras. Cuesta imaginarse que este cauce pedregoso, que de momento no tiene nada de agua, se convierte una vez al año en un torrente que arrasa a su paso con todo lo que se le pone por delante, carreteras incluidas.

En las laderas no hay un metro cuadrado que no esté aprovechado para cultivar maíz, frejol y caña de azúcar; los primeros para comer, la última para fabricar grog, el aguardiente local. Por todos lados crecen frondosas higueras y almendros africanos, mangos y árboles de pan.

La caminata que nos toca hacer hoy comienza en Cha de Pedras, pasa por Joao Afonso y termina en Coculí. A lo largo de la ruta, grupos de hombres de todas las edades reunidos en torno a una botella de grog. Aquí también: el ominoso binomio formado por un alto nivel de desocupación y abuso de alcohol.

Veo con gusto que han renovado la escuela primaria que como siempre está repleta de pequeñas y pequeños. Se nota que la población del archipiélago entre los 0 y 14 años hace 35.2% del total, otra típica pirámide de base ancha.

Me pregunto qué será de ellos más adelante. Aparte del buen clima, el mar, el sol, un poco de pesca y agricultura, estas islas carecen totalmente de recursos naturales, lo que lleva a que tengan que importar más del 80% de los bienes de consumo. Y a que la población en la diáspora duplique a la que reside en las islas. ¿Tendrán que buscarse un mejor porvenir fuera de su tierra estos niños también? Ojalá que no.

Por lo pronto, a pesar de contar con muchísimos menos recursos que el Perú, el estado de Cabo Verde invierte 5.7% de su PBI en educación, proporcionalmente más del doble que nosotros. Nada mal para un país con apenas 35 años de vida independiente. Otros tienen casi doscientos años y aun no le dan a la educación la relevancia que merece.

sábado, 1 de enero de 2011

ACUARELA DE MINDELO

CESÁRIA

Hasta bien entrada en la cuarentena, esta chatita gordita, casi tan alta como ancha, cantaba en bares de medio pelo de Mindelo, su puerto natal. Un día, un productor francés la escuchó y la invitó a grabar en su estudio. Con su voz aterciopelada y su encanto natural se hizo famosa como „la diva de los pies descalzos“. Veinte años después, Cesária Évora es una celebridad internacional con giras desde California hasta Shanghái pasando por Caracas y Bucarest. Si algo la limita actualmente, son solo las consecuencias de décadas de abuso de alcohol y tabaco. Ya no toma, pero no ha podido dejar de fumar, a pesar de la prohibición médica. Cuando las temperaturas lo permiten, en los escenarios prefiere siempre cantar sin zapatos. Por su carácter campechano y su voluntad de ayudar a todo el que se lo pide, es una de las personas más populares y queridas en su país, Cabo Verde. Su casa en Mindelo no tiene vigilancia particular. Basta tener un poco de suerte para encontrarla. Después de tres intentos fallidos en el transcurso de un año – la señora andaba de gira o estaba indispuesta – por fin logro reunirme con ella un sábado por la tarde. Me acompañan Yellow y Christopher, paisanos lejanamente emparentados con la artista. Lo único que nos pide Cize, como la llaman sus amigos y parientes, es que no la entrevistemos. Siempre la había visto con pelo corto en fotos y reportajes y me llama la atención su actual peinado de trenzas africanas que le llegan hasta la cintura. Nos hace pasar a su salón, me enseña orgullosa los innumerables premios que ha recibido – Grammy incluido. Le digo las pocas palabras que sé decir en su lengua, kriolu, y me da la impresión de que el gesto es bien recibido pues manda llamar a su „empregada“, un muchacho enjuto pintado de rubio que según me cuentan es su sobrino, para que nos sirva pontche de limao, un delicioso licor de melaza macerado con cortezas de limón, que degustado en tan ilustre compañía sabe aún más rico. Usted no bebe, Cize? le pregunto. No, me lo ha prohibido el médico, responde dándole una pitada profunda a su cigarrillo.

Para oír "Bia de Lulucha", uno de los primeros grandes éxitos de Cize, seguir el enlace o copiar y pegar:

http://www.youtube.com/watch?v=QqEovTkgTvM

YELLOW

Su nombre oficial es José Morais pero así no lo conoce nadie. De un antepasado inglés heredó los cabellos claros que motivaron que desde joven lo llamaran „yellow man“ o simplemente Yellow. Con su estatura y corpulencia de armario, deslumbró en un santiamén a la guapa Susana, que ya tenía dos hijos de uniones anteriores. Luego vino Christopher, primer hijo de Yellow y tercero de Susana. Fue la madre de Yellow, una encantadora morena setentona, la que me llevó al bar-domicilio de la pareja. Chocamos en la puerta del supermercado Fragata y sus compras se le cayeron al suelo. Recogimos todo juntos y así entablamos conversación. Ven a que conozcas el bar de mi hijo, me invitó solícita, queda aquí cerca. Así llegué al bar Susana del que me convertí en visitante asiduo. Cuando vi que el supuesto hijo era un tipo „gringo“ pensé que no le había entendido bien a la señora. Más adelante me enteré de que los genes anglófilos venían por el lado paterno. Y que a Yellow no le gustaba darle dinero a su madre, pues la señora es miembro de una iglesia medio sectaria y su hijo teme que gran parte de su ayuda vaya a parar en las manos de sus sufridos y codiciosos pastores. Esta confidencia me la hizo Yellow después de la visita a Cesária Évora, mientras caminábamos a la fiesta de despedida de su amigo Debis.

CHRISTOPHER

Es el primer hijo de Yellow y tercero de Susana. Nació un 28 de noviembre y por lo tanto su fiesta de „guarda-cabeça“ se celebró el 5 de diciembre siguiente. Yo justo estaba en Mindelo y al pasar como de costumbre a marcar tarjeta en el bar Susana, me di con las buenas noticias del nacimiento de Christopher y de que esa misma tarde se celebraría su „guarda-cabeça“. Según la tradición mindelense, una semana después del nacimiento se reúnen los familiares y amigos para comer, beber y cantarle canciones al recién nacido, augurándole así una vida larga y feliz. Para tan importante ocasión, Susana y Yellow tiraron la casa por la ventana. No solo el bar sino también los espacios privados estaban repletos de gente. Al parecer, algunos de los asistentes no habían sido invitados pues oí cómo Yellow los expulsaba del bar a gritos. Volví a ver a Christopher un año después, en vísperas de su primer cumpleaños. Tenía mucha curiosidad por ver si el pequeño calificaría para el mismo apodo que su padre, pero los genes africanos son más fuertes que los ingleses y Christopher tiene los ojos grandes de su madre pero de un color tal vez más claro. Su tez es canela, sus cabellos totalmente prietos. Vamos a ver cómo cambia en los años que vienen.

DEBIS

Su nombre oficial es Eduardo, pero como buen caboverdiano no lo usa, todos lo llaman Debis. Tiene la cabeza rapada, una barriga incipiente y brazos corpulentos. No se parece en absoluto a sus otros hermanos Beri y Waldir. Debis emigró a Francia hace unos ocho años, trabaja como electricista y está muy feliz de vivir cerca de París. La fiesta, a la que Yellow ha tenido la gentileza de llevarme, es para despedirse Debis de sus parientes y amigos después de pasar sus vacaciones en Cabo Verde. Su familia le ha prestado la azotea de su casa en el céntrico barrio de Madeiralzinho. Debis tiene un hermano músico y rastafari, Beri, que es muy amigo de Yellow y Susana, de allí también la invitación. Antes de ingresar al edificio donde se celebra la fiesta, vamos Beri, Yellow y yo a comprar cervezas en un supermercado para contribuir a la causa. Subiendo a la azotea pasamos por la improvisada cocina donde Pomba, también hermano de Debis, está dando los últimos toques a una suculenta pasta que huele delicioso.

POMBA

Hermano de Debis. El apodo de Pomba, paloma en portugués, resulta irónico al ver a un tremendo moreno de por lo menos metro noventa de estatura y cien kilos de peso. Le pregunto ¿sabes que dicen que quien es bueno en la cocina lo es también en la cama? Se ríe Pomba, se ríen también los que lo circundan. Me sirvo un plato de esa pasta que huele tan rico y sabe todavía mejor bajo el cielo estrellado de Mindelo.

WALDIR

Es el hermano menor de Debis, Beri y Pomba, más menudo también de físico. Me comentan que tiene problemas de salud mental, sufre de esquizofrenia y no debe tomar alcohol porque se vuelve autodestructivo. La gruesa cicatriz que luce en el cuello, al lado de la manzana de Adán, proviene de su último intento de degollarse. Procuro mantener una prudente distancia de Waldir, quien a pesar de las recomendaciones ya ha tomado más de cuatro cervezas.

CHARO

Llegó a esta isla semi-desértica como cooperante española y me dice que no piensa ni remotamente volver a vivir en la península que la vio nacer. Ni siquiera una vez que cerraron la casa-proyecto para niños de la calle, donde trabajaba. Simplemente les cortaron el presupuesto desde Madrid y la contraparte local los puso de patitas en la rúa. Charo es bajita, flaca, muy menuda, pero lo que le falta de corpulencia le sobra en fuerza de voluntad. Contra viento y marea está tratando de conseguir un sustituto para el apoyo que recibían de España y retomar su proyecto socio-educativo. Tiene dos hijos adultos en España, que la visitan cada vez que pueden, lo que no es muy frecuente dada la crisis ibérica. Conoció a Mario, su actual pareja, en Cabo Verde y se les ve muy compenetrados. Ha asumido como hija a su otrora protegida Maria da Graça.

MARIO

Nació en Angola de padres caboverdianos cuando Portugal era la metrópolis de ambos territorios y se llevaba mano de obra barata de una región a otra del imperio verdirrojo. Por su mayor afinidad cultural con Lisboa, los „berdianos“ mulatos asumían con frecuencia posiciones superiores o de funcionarios públicos en las otras colonias africanas. Habiendo pasado sus primeros años como uno de los favorecidos de la sociedad colonial angoleña, cuál no sería su pasmo ante los primeros síntomas de racismo contra los mestizos, una vez consolidada la independencia de Portugal. Tan difíciles se volvieron las cosas en Angola que su familia entera se repatrió a la flamante República de Cabo Verde. Ahí encontró trabajo como tripulante en la línea de barco que une Mindelo con la vecina isla de Santo Antao. En uno de sus viajes le sonrió muy amable una mujer española que viajaba a Porto Novo para pasar el fin de semana lejos del bullicio de Mindelo.

GRACE JONES

No recuerda si alguna vez conoció a su padre o a su madre. Como adolescente conflictiva recogida en la calle, Maria da Graça llegó a la casa-proyecto de la cooperación española en Mindelo. Después de arduas disputas y gracias a la paciencia y constancia de Charo, Grace Jones, como la apodaron por su afición a no llevar el cabello nunca más largo que cinco milímetros, pasó a integrar el equipo directivo de la casa. Desde que les cerraron el financiamiento y se quedó sin techo, vive en casa de Charo. A la despedida de Debis fueron los tres juntos, Charo, Mario y Grace Jones. Apenas Yellow la vio en la azotea, me dirigió una mirada muy diciente y a la primera canción bailable que puso el DJ, la sacó a bailar a la „chica Bond“ de Cabo Verde.

martes, 30 de noviembre de 2010

MI HIJO DANIEL Y LA PAREJITA FOGOSA

Medianoche en el aeropuerto de Praia, Cabo Verde. Sentado en un café, espero con mis clientes la llamada al embarque de su vuelo de regreso a Europa. Entre tanto, reparto un dedo de pontch, dulzona bebida local de alto tenor alcohólico, en ocho vasitos descartables.

- Hoy se cumplen 166 años de la muerte de Flora Tristán, les digo, la que pasó por Praia en 1833 y cuyos comentarios leímos en el lugar de los hechos una tarde calurosa de noviembre. Y 122 años después de su muerte nací yo, así que también vamos a brindar por mi cumpleaños. Saúde!

Iba a añadir que Florita murió en el año 44 – como mi flamante edad – del siglo XIX, pero tampoco se trata de agobiarlos con tanta numerología. Termina el brindis, las felicitaciones y se oye el consabido pasajeros del vuelo tal y tal, sírvanse pasar a la sala de embarque. ¡Adiós y buen viaje!

Diez minutos después, mi taxi se detiene en la angosta calle Tenente Valadim del centro de Praia. Rosy me ha vuelto a asignar el cuarto número tres, de un color verde bastante chillón. Dejo mi equipaje y subo a la azotea con la esperanza de respirar un poco de aire fresco. No soy el único con tan brillante idea. Un grupo de franceses bebe vino en una esquina y, en otra, una persona se ha parapetado para dormir bajo las estrellas en un amplio columpio tipo Lo que el viento se llevó. Veo que hay otra mecedora que podría calificar como puesto de comando para la noche y se lo comento al empleado de Rosy. Al rato sube la jefa en persona.

- Escuché que estabas pensando dormir en la azotea. ¿Te importaría entonces cederle tu cuarto a un amigo mío que es policía y necesita un lugarcito para (gestos manuales inequívocos) con una chica?

- Cuestión de honor, Rosy. No te preocupes. Con todo gusto les dejo mi cuarto a tus amigos fogosos.

- Voy a mandar a que te traigan un colchón y ropa de cama para que estés más cómodo.

- Gracias, Rosy, tú siempre tan amable.

El grupo de franceses baja el volumen de la conversación al enterarse de que detrás del parapeto hay una persona tratando de dormir. Al rato se retiran ellos también a sus habitaciones. Me acomodo en mi flamante cama techera y me quedo dormido debajo de Orión. Este es un cumpleaños especial, definitivamente.

Dos horas más tarde siento el llamado de la vejiga y un penetrante olor a cigarrillo. Veo que el parapetado está sentado en su columpio fumando. Trato de encontrar mi celular para ver la hora y en ese jaleo pierdo el equilibrio, las patas de la mecedora ceden debajo de mi cabeza y las piernas se van para arriba.

- Are you alright?

Me pregunta una voz amable desde el otro lado de la azotea.

- Sí, sí, gracias.

No sé por qué se me dio por contestarle en castellano.

Amanece en Praia y una mosca impertinente no deja de molestarme hasta que decido incorporarme y veo que mi compañero de techo hace lo propio.

- Buenos días.

¿Me está hablando en castellano?

- ¡Hola! ¿De dónde eres?

- Sorry, I don't speak Spanish.

- Where are you from?

- Holland.

Un holandesito de entre 25 y 30, supongo. A las ocho de la madrugada y después de una noche corta, el sentido de la vista no es muy fiable, al menos en mi caso. Me cuenta Daniel que viene a ver a su novia que – ¡qué casualidad! – es una de las practicantes que conozco en la isla vecina. Volvemos a encontrarnos en la mesa del desayuno y ya mi visión se ha regenerado. Es un muchacho muy guapo y le sugiero ir a caminar un poco por el centro. Como es domingo, no hay mucha marcha, pero para que tenga al menos una idea general de la capital de Cabo Verde antes de seguir viaje a la isla de Fogo. Acepta encantado.

Visitamos la zona del palacio y la guardia presidencial, la plaza Albuquerque, el mercado Sucupira. Lo llevo a mis lugares favoritos, al Café Sofia con su sánduche de queso y canela, a la pastelería Pão Quente con su café y deliciosos pastéis de nata. Volviendo al hostal de Rosy, una de sus empleadas abre la puerta, nos mira y me pregunta inocente e indiscretamente:

- ¿Eres su padre? ¿O a lo mejor su padrastro?

No lo puedo creer. ¡A qué punto hemos llegado! Recién estoy cumpliendo 44 y ya se me atribuye la paternidad responsable de un tremendo muchachón que aparenta tranquilamente unos 28. A falta de otros recursos no queda sino morirse de risa. Durante las dos horas siguientes, todo gira en torno a nuestra tan hilarante como flamante relación padre-hijo. En la azotea donde nos conocimos, buscamos el único lugar sombreado y soportable para sentarse y esperar el momento de volver al aeropuerto. Yo para volar a Sal, Daniel a Fogo. Conversamos como viejos amigos de nuestros proyectos, planes de viaje, lo que nos gustaría hacer en la vida. Para reconfortarme me cuenta que sus padres son mucho mayores que yo.

A la una y cuarto llega mi taxi. Daniel no pierde tiempo y lo reserva también para que lo lleve al aeropuerto una hora más tarde. Me gusta este regalo de cumpleaños, mi hijo Daniel.

jueves, 13 de mayo de 2010

UN PAVO EN CABO VERDE

(Artículo publicado en la revista ContraPoder, Lima - Perú, enero 2010)

Faltan cuatro semanas para la navidad cuando llego a la ciudad vibrante y musical que es Mindelo, autodenominada capital cultural o corazón de Cabo Verde y eterna rival de Praia, la sede política que está a solo 600 kilómetros y cinco islas de distancia física pero a miles de galaxias en el sentir de los mindelenses.

Muy lejos quedaron los buenos tiempos en que todo vapor inglés que surcaba el Atlántico anclaba en este perfecto puerto natural (v. foto) para recargar carbón las máquinas y besos de cariñosas morenas los sufridos marineritos, antes de continuar hacia Buenos Aires, Valparaíso, Ciudad del Cabo, Bombay o Hong Kong. Entre el motor diesel y el canal de Suez le dieron el golpe de gracia que lo sumió en un letargo del que aun no consigue despertar. Cómo sería de fuerte la presencia del British Empire, que la corona portuguesa decidió construir una réplica de la célebre Torre de Belén lisboeta en el malecón de Mindelo. No fuera a ser que los viajeros despistados, al bajar del barco y darse con una arquitectura colonial bastante anglosajona, se creyeran en tierras de la ceñuda reina Victoria y no de Dom Manuel.

Como mi apariencia no es la típicamente luso-africana de la mayoría de caboverdianos, es frecuente que me pregunten de dónde soy. Digo Perú y mis interlocutores no consiguen disimular su extrañeza – Perú, ¿dónde queda eso? – mezclada con un amago de risita socarrona. ¿Este pavo es realmente de un país que se llama Pavo? ¿Y en navidad qué comen uds? me preguntan pícaros. El gran puente es nuestro vecino Brasil, país muy presente en estas islas ya que comparten la herencia portuguesa y africana, la lengua oficial, los ritmos y se tienen una marcada simpatía recíproca. Estamos a la izquierda de Brasil, les explico. A veces me provoca responderles que el 95% de mis compatriotas (cifra no exenta de cierta generosidad) no tienen idea de la existencia de su país y el cinco por ciento restante probablemente no podría señalarlo en el mapamundi, pero por diplomacia me callo. ¡Si estas islas ni siquiera aparecen en los mapas de África cuyo margen izquierdo por general comienza cincuenta kilómetros al oeste de Senegal sin dejar sitio para las nueve islas habitadas, seis islotes y cuatro arrecifes que componen el archipiélago de Cabo Verde!

Fueron colonia portuguesa durante más de medio milenio, hasta 1975, y luego de una mirada atenta a los productos que se venden en cualquier establecimiento constato: aceite – portugués, productos de aseo – portugueses, alimentos en conserva – portugueses, cerveza – portuguesa (excepto la criolla Strela que no se consigue en todas las islas mientras las lusitanas Sagres y SuperBock son omnipresentes), agua mineral – portuguesa (lo mismo pasa con la marca criolla Trindade, que por cierto tiene unos carteles espectaculares con sinuosas morenas y morenos ojiverdes carentes de toda vestimenta). Según las estadísticas tienen que importar el 90% de sus alimentos. En buen criollo: todo lo que no es pescado, fruta o verdura, viene de fuera... muy probablemente de Portugal.

En el deporte-rey tampoco se ha corrido la voz de la independencia: se sigue la liga portuguesa con fervor patriótico y bastante más entusiasmo y compromiso que el campeonato interinsular. Benfica, Porto o Sporting: that is the question! Y lo confirman las chalinas que a modo de decoración destacan en la mayoría de aluguers (combis y minivans).

Para un limeño, el tráfico de las ciudades caboverdianas es inimaginable: no hacen falta semáforos, cero avenidas congestionadas, la circulación fluye. A modo de carreteras, me esperaba encontrar un rosario de baches. ¡Craso error! La miraflorina avenida Comandante Espinar (último sondeo: setiembre 2009... no vaya a ser que Masías haya tomado cartas en el asunto – aunque lo dudo) cuenta con más huecos en los doscientos metros que separan Pardo de José Gálvez que todas las carreteras que he visto en Cabo Verde. Son pocas las vías asfaltadas, la mayoría cuenta con un recubrimiento de adoquines de piedra, en algunas islas más regulares que en otras, pero todas de una resistencia formidable y bastante bien mantenidas. Al menos algo positivo que dejaron los colonizadores y cuidan los emancipados.

Me dicen que Cabo Verde le da importancia prioritaria a la educación y yo les creo. Veo boquiabierto lo bien puestos que tienen sus colegios hasta en el pueblo más remoto donde hay que caminar dos horas hasta poder tomar un aluguer para ir a cualquier lugar civilizado. Como es un país con la típica pirámide poblacional de ancha base, las calles están llenas de colegiales bien uniformados, las niñas con sus infalibles trencitas y cuentas de colores, los niños casi todos rapados. Para optimizar el acceso a la formación escolar obligatoria de seis años, los colegios trabajan en dos turnos, de 8h00 a 12h30 y de 14h00 a 18h30. No puedo evitar cierta sana envidia al recordar el ominoso estudio panamericano que ubicó la educación pública peruana como la segunda más deficiente – después del sufrido Haití.

¿Cuál es la base de la sociedad en un país de emigrantes en que dos tercios de la población viven fuera y solo un tercio dentro del país? De hecho, en las nueve islas tenemos medio millón y entre sus colonias de EE.UU, Europa y África suman casi un millón de caboverdianos. Por absurdo que parezca, las elecciones políticas se deciden en Boston, Lisboa, Dakar, Rotterdam, causando la desesperación de Praia y Mindelo. Entre los que se quedan en las islas, el matrimonio es una institución muy poco popular. Se prefiere un sistema más práctico: me gustas, te gusto, nos juntamos, hacemos meninos, nos disgustamos, chau, que pase el/la siguiente y la rotación continúa, si bien los meninos se quedan generalmente con la madre. El billete de mayor valor en circulación, cinco mil escudos (equivalente a doscientos soles) nos revela quién es uno de los pilares de la sociedad: no lleva la efigie de un prócer de la independencia, poeta, científico o héroe militar sino representa a la sufrida mujer caboverdiana cargando una batea en la cabeza. El monumento al emigrante, que veo antes de llegar al aeropuerto de Praia nos revela el segundo pilar: muchas familias, la gran mayoría, están divididas, con el padre, la madre o ambos trabajando en el extranjero para ayudar a sus padres, hermanos e hijos.

Camino por el centro de Mindelo y veo clubes náuticos, edificios históricos que albergan museos y centros culturales, la Alianza Francesa, la plaza central que oficialmente se llama Amílcar Cabral, el San Martín de los caboverdianos, pero todo el mundo la llama Plaza Nueva y tiene dos bustos de ilustres personajes. ¿El prócer de la patria, acaso? Não! La placa del uno reza Luís de Camões, el Cervantes de las letras lusitanas; la otra, Manuel de Sá da Bandeira, ministro portugués que abolió la esclavitud. Me gusta este país contradictorio.