"Dexâ-m bem kontâ-bu um stória"
Mayra Andrade, cantautora caboverdiana
Conociendo mis andanzas caboverdianas, mi buena amiga Eliza tuvo el detalle de informarme inmediatamente que el libro ganador del Premio Planeta 2009 narraba la vida de una mujer de aquellas islas perdidas en medio del Atlántico. Como vivimos en una sociedad de la información, la noticia fue recibida con entusiasmo pero olvidada tan pronto como entraron nuevos titulares en esta cabeza de colador. Hasta varios meses después, cuando en una librería española me detuve frente a la novela que me había recomendado Eliza: Contra el viento de Ángeles Caso.
La novela empieza con la biografía de una mujer española llena de inseguridades, con una historia familiar bastante traumática. Ya en la primera página me topé con un pasaje de esos que se te meten bajo la piel porque la narradora se describe a sí misma como una persona que no da pasos conscientes, regidos por la razón y un luminoso objetivo a lo lejos sino simplemente flota ahí dentro, en la vida, agitando los brazos para no ahogarse. Es decir se describe como una persona con características temerosamente parecidas a mí mismo. Vamos por buen camino, pensé, esto promete.
A modo de contrapunto de la ibérica histérica, está la biografía de Maria da Conceicão Monteiro Soares, más conocida como São. Nace São en la isla de São Nicolau, uno de los lugares más deprimidos de todo Cabo Verde. Su madre emigra a Europa cuando São es todavía muy pequeña y la deja a cargo de Jovita, una especie de comadrona del pueblo de Queimadas. En la escuela, São se destaca por su aguda inteligencia causando las delicias de su entrañable maestra Natércia.
A raíz de la muerte de una amiguita de su misma edad por falta de atención médica, surge en São el deseo de seguir la carrera de medicina. São no entiende por qué la gente con dinero sí puede recibir atención médica y en cambio en su pueblo se muere una niña por cualquier insignificancia. São siente la vocación de atender también a la gente con pocos recursos. Pero todas sus ilusiones terminan el día que Jovita le dice que ya no tienen dinero para pagar el colegio y que São tendrá que ir a trabajar como empleada doméstica en la capital.
Pasa el tiempo y se complican las cosas: como tantas domésticas, São es acosada sexualmente por su patrón y decide seguir los pasos de una amiga que se fue a trabajar a Europa. Lisboa es la puerta de entrada de caboverdianos al Viejo Mundo y es ahí también donde São aterriza, se enamora y tiene un hijo con el que parece ser el hombre de su vida. Hasta el día que llega borracho a la casa y le da la primera y única pateadura que São aceptará encajar. Siguiendo el consejo de una amiga, se va con su hijo a Madrid y por diversos contactos entra a trabajar como asistenta en casa de la narradora que se encuentra sumida en una depresión por la ruptura de su matrimonio.
„La furia y el fuego“ es el título que lleva el capítulo donde se produce este encuentro de dos mundos: la narradora deprimida y São. A medida que ambas mujeres se van compenetrando, la patrona se entera de las peripecias por las que ha pasado su asistenta. Pero a pesar de todas ellas, muchísimo peores que las suyas propias, São está allí, fuerte, serena, alegre. En la interacción de ambas está la clave que sacará a la narradora de su depresión.
Más adelante, São regresa a Lisboa y se produce el momento de más tensión de toda la novela: su hijo, André, es secuestrado por el padre que se lo lleva a su país, Angola. ¿Podrá São recuperar al pequeño André? Imposible adelantarles el showdown.
No poca gracia me hizo escuchar a la autora confesar, en una entrevista en la tele, que nunca había pisado Cabo Verde. En ese instante comprendí también por qué en la novela aparece Carvoeiros como puertito de pescadores, siendo el caso en realidad que está al borde de un acantilado donde la pesca es impracticable. También busqué a Jovita o alguien que la hubiera conocido en la villa de Queimadas pero para mi mala suerte tuve muy poco tiempo y no logré conseguir información alguna.
Los dejo con una bella imagen de la isla de São Nicolau, el valle donde comenzó la vida de São.
Espectaculares paisajes andinos y revitalizantes aguas termales recompensan al viajero que sobrevive las sacudidas de la ruta y está dispuesto a renunciar a cierta comodidad a cambio del cielo más azul del mundo y mucho aire puro. Entre montañas altísimas se contornea el valle del río Checras. Es la primera vez que lo veo en época de lluvias y casi no reconozco el torrente caudaloso que debe de estar al doble de su volumen en verano.
En los campos se siembra, como siempre, maíz, papas, cebollas y otras hortalizas pero me sorprende ver numerosas plantaciones de melocotón. Se diría que es el cultivo de moda. Por todos lados crecen esbeltos eucaliptos y robustos molles centenarios.
La caminata que nos toca hacer hoy comienza en la plaza de Chiuchín. Atravesamos el pueblo hasta el puente que lleva a los baños termales de Huancachín, pero nos desviamos antes de las piscinas para subir el cerro y tomar el camino de herradura a Huancahuasi. Según la gente de la zona, se puede hacer en una hora. Yo les explico que gallinazo no canta en puna y que mejor dupliquen – por lo menos – el tiempo estimado. Al final del sendero nos espera una deliciosa piscina con vista espectacular a las montañas y el valle.
No faltan en cada pueblo grupos de hombres de diferentes edades en torno a una botella de chicha o ron. La ominosa conjunción de falta de empleo y abuso de alcohol. En cambio, me alegra ver que varios colegios lucen renovados, al fin y al cabo el 29.1% de la población peruana está entre los 0 y 14 años edad. Observo esos ramilletes de chicos y chicas y me pregunto qué será de estos niños cuando sean grandes. ¿Tendrán buenas perspectivas aquí en la sierra o migrarán como tantos a las ciudades de la costa en busca de mejores oportunidades? Es lamentable constatar que el estado peruano, a pesar de los crecientes recursos con que cuenta, invierte tan solo 2.7% del PBI en educación.
Vuelvo a CHA de Pedras después de un año de no haber estado en la isla de Santo Antao, Cabo Verde. Los cinco kilómetros de trocha infame que suben de Coculí hasta el pueblo están fatales, como cada vez que termina la temporada de lluvias.
Paisajes espectaculares de este fértil valle recompensan al viajero que sobrevive las sacudidas de la ruta y está dispuesto a trepar cerros y caminar al borde de precipicios de vértigo. Entre montañas que parecen cortadas con los dientes de un T-Rex, se contornea el valle formado por la ribeira de Cha de Pedras. Cuesta imaginarse que este cauce pedregoso, que de momento no tiene nada de agua, se convierte una vez al año en un torrente que arrasa a su paso con todo lo que se le pone por delante, carreteras incluidas.
En las laderas no hay un metro cuadrado que no esté aprovechado para cultivar maíz, frejol y caña de azúcar; los primeros para comer, la última para fabricar grog, el aguardiente local. Por todos lados crecen frondosas higueras y almendros africanos, mangos y árboles de pan.
La caminata que nos toca hacer hoy comienza en Cha de Pedras, pasa por Joao Afonso y termina en Coculí. A lo largo de la ruta, grupos de hombres de todas las edades reunidos en torno a una botella de grog. Aquí también: el ominoso binomio formado por un alto nivel de desocupación y abuso de alcohol.
Veo con gusto que han renovado la escuela primaria que como siempre está repleta de pequeñas y pequeños. Se nota que la población del archipiélago entre los 0 y 14 años hace 35.2% del total, otra típica pirámide de base ancha.
Me pregunto qué será de ellos más adelante. Aparte del buen clima, el mar, el sol, un poco de pesca y agricultura, estas islas carecen totalmente de recursos naturales, lo que lleva a que tengan que importar más del 80% de los bienes de consumo. Y a que la población en la diáspora duplique a la que reside en las islas. ¿Tendrán que buscarse un mejor porvenir fuera de su tierra estos niños también? Ojalá que no.
Por lo pronto, a pesar de contar con muchísimos menos recursos que el Perú, el estado de Cabo Verde invierte 5.7% de su PBI en educación, proporcionalmente más del doble que nosotros. Nada mal para un país con apenas 35 años de vida independiente. Otros tienen casi doscientos años y aun no le dan a la educación la relevancia que merece.
CESÁRIA
Hasta bien entrada en la cuarentena, esta chatita gordita, casi tan alta como ancha, cantaba en bares de medio pelo de Mindelo, su puerto natal. Un día, un productor francés la escuchó y la invitó a grabar en su estudio. Con su voz aterciopelada y su encanto natural se hizo famosa como „la diva de los pies descalzos“. Veinte años después, Cesária Évora es una celebridad internacional con giras desde California hasta Shanghái pasando por Caracas y Bucarest. Si algo la limita actualmente, son solo las consecuencias de décadas de abuso de alcohol y tabaco. Ya no toma, pero no ha podido dejar de fumar, a pesar de la prohibición médica. Cuando las temperaturas lo permiten, en los escenarios prefiere siempre cantar sin zapatos. Por su carácter campechano y su voluntad de ayudar a todo el que se lo pide, es una de las personas más populares y queridas en su país, Cabo Verde. Su casa en Mindelo no tiene vigilancia particular. Basta tener un poco de suerte para encontrarla. Después de tres intentos fallidos en el transcurso de un año – la señora andaba de gira o estaba indispuesta – por fin logro reunirme con ella un sábado por la tarde. Me acompañan Yellow y Christopher, paisanos lejanamente emparentados con la artista. Lo único que nos pide Cize, como la llaman sus amigos y parientes, es que no la entrevistemos. Siempre la había visto con pelo corto en fotos y reportajes y me llama la atención su actual peinado de trenzas africanas que le llegan hasta la cintura. Nos hace pasar a su salón, me enseña orgullosa los innumerables premios que ha recibido – Grammy incluido. Le digo las pocas palabras que sé decir en su lengua, kriolu, y me da la impresión de que el gesto es bien recibido pues manda llamar a su „empregada“, un muchacho enjuto pintado de rubio que según me cuentan es su sobrino, para que nos sirva pontche de limao, un delicioso licor de melaza macerado con cortezas de limón, que degustado en tan ilustre compañía sabe aún más rico. Usted no bebe, Cize? le pregunto. No, me lo ha prohibido el médico, responde dándole una pitada profunda a su cigarrillo.
Para oír "Bia de Lulucha", uno de los primeros grandes éxitos de Cize, seguir el enlace o copiar y pegar:
http://www.youtube.com/watch?v=QqEovTkgTvM
YELLOW
Su nombre oficial es José Morais pero así no lo conoce nadie. De un antepasado inglés heredó los cabellos claros que motivaron que desde joven lo llamaran „yellow man“ o simplemente Yellow. Con su estatura y corpulencia de armario, deslumbró en un santiamén a la guapa Susana, que ya tenía dos hijos de uniones anteriores. Luego vino Christopher, primer hijo de Yellow y tercero de Susana. Fue la madre de Yellow, una encantadora morena setentona, la que me llevó al bar-domicilio de la pareja. Chocamos en la puerta del supermercado Fragata y sus compras se le cayeron al suelo. Recogimos todo juntos y así entablamos conversación. Ven a que conozcas el bar de mi hijo, me invitó solícita, queda aquí cerca. Así llegué al bar Susana del que me convertí en visitante asiduo. Cuando vi que el supuesto hijo era un tipo „gringo“ pensé que no le había entendido bien a la señora. Más adelante me enteré de que los genes anglófilos venían por el lado paterno. Y que a Yellow no le gustaba darle dinero a su madre, pues la señora es miembro de una iglesia medio sectaria y su hijo teme que gran parte de su ayuda vaya a parar en las manos de sus sufridos y codiciosos pastores. Esta confidencia me la hizo Yellow después de la visita a Cesária Évora, mientras caminábamos a la fiesta de despedida de su amigo Debis.
CHRISTOPHER
Es el primer hijo de Yellow y tercero de Susana. Nació un 28 de noviembre y por lo tanto su fiesta de „guarda-cabeça“ se celebró el 5 de diciembre siguiente. Yo justo estaba en Mindelo y al pasar como de costumbre a marcar tarjeta en el bar Susana, me di con las buenas noticias del nacimiento de Christopher y de que esa misma tarde se celebraría su „guarda-cabeça“. Según la tradición mindelense, una semana después del nacimiento se reúnen los familiares y amigos para comer, beber y cantarle canciones al recién nacido, augurándole así una vida larga y feliz. Para tan importante ocasión, Susana y Yellow tiraron la casa por la ventana. No solo el bar sino también los espacios privados estaban repletos de gente. Al parecer, algunos de los asistentes no habían sido invitados pues oí cómo Yellow los expulsaba del bar a gritos. Volví a ver a Christopher un año después, en vísperas de su primer cumpleaños. Tenía mucha curiosidad por ver si el pequeño calificaría para el mismo apodo que su padre, pero los genes africanos son más fuertes que los ingleses y Christopher tiene los ojos grandes de su madre pero de un color tal vez más claro. Su tez es canela, sus cabellos totalmente prietos. Vamos a ver cómo cambia en los años que vienen.
DEBIS
Su nombre oficial es Eduardo, pero como buen caboverdiano no lo usa, todos lo llaman Debis. Tiene la cabeza rapada, una barriga incipiente y brazos corpulentos. No se parece en absoluto a sus otros hermanos Beri y Waldir. Debis emigró a Francia hace unos ocho años, trabaja como electricista y está muy feliz de vivir cerca de París. La fiesta, a la que Yellow ha tenido la gentileza de llevarme, es para despedirse Debis de sus parientes y amigos después de pasar sus vacaciones en Cabo Verde. Su familia le ha prestado la azotea de su casa en el céntrico barrio de Madeiralzinho. Debis tiene un hermano músico y rastafari, Beri, que es muy amigo de Yellow y Susana, de allí también la invitación. Antes de ingresar al edificio donde se celebra la fiesta, vamos Beri, Yellow y yo a comprar cervezas en un supermercado para contribuir a la causa. Subiendo a la azotea pasamos por la improvisada cocina donde Pomba, también hermano de Debis, está dando los últimos toques a una suculenta pasta que huele delicioso.
POMBA
Hermano de Debis. El apodo de Pomba, paloma en portugués, resulta irónico al ver a un tremendo moreno de por lo menos metro noventa de estatura y cien kilos de peso. Le pregunto ¿sabes que dicen que quien es bueno en la cocina lo es también en la cama? Se ríe Pomba, se ríen también los que lo circundan. Me sirvo un plato de esa pasta que huele tan rico y sabe todavía mejor bajo el cielo estrellado de Mindelo.
WALDIR
Es el hermano menor de Debis, Beri y Pomba, más menudo también de físico. Me comentan que tiene problemas de salud mental, sufre de esquizofrenia y no debe tomar alcohol porque se vuelve autodestructivo. La gruesa cicatriz que luce en el cuello, al lado de la manzana de Adán, proviene de su último intento de degollarse. Procuro mantener una prudente distancia de Waldir, quien a pesar de las recomendaciones ya ha tomado más de cuatro cervezas.
CHARO
Llegó a esta isla semi-desértica como cooperante española y me dice que no piensa ni remotamente volver a vivir en la península que la vio nacer. Ni siquiera una vez que cerraron la casa-proyecto para niños de la calle, donde trabajaba. Simplemente les cortaron el presupuesto desde Madrid y la contraparte local los puso de patitas en la rúa. Charo es bajita, flaca, muy menuda, pero lo que le falta de corpulencia le sobra en fuerza de voluntad. Contra viento y marea está tratando de conseguir un sustituto para el apoyo que recibían de España y retomar su proyecto socio-educativo. Tiene dos hijos adultos en España, que la visitan cada vez que pueden, lo que no es muy frecuente dada la crisis ibérica. Conoció a Mario, su actual pareja, en Cabo Verde y se les ve muy compenetrados. Ha asumido como hija a su otrora protegida Maria da Graça.
MARIO
Nació en Angola de padres caboverdianos cuando Portugal era la metrópolis de ambos territorios y se llevaba mano de obra barata de una región a otra del imperio verdirrojo. Por su mayor afinidad cultural con Lisboa, los „berdianos“ mulatos asumían con frecuencia posiciones superiores o de funcionarios públicos en las otras colonias africanas. Habiendo pasado sus primeros años como uno de los favorecidos de la sociedad colonial angoleña, cuál no sería su pasmo ante los primeros síntomas de racismo contra los mestizos, una vez consolidada la independencia de Portugal. Tan difíciles se volvieron las cosas en Angola que su familia entera se repatrió a la flamante República de Cabo Verde. Ahí encontró trabajo como tripulante en la línea de barco que une Mindelo con la vecina isla de Santo Antao. En uno de sus viajes le sonrió muy amable una mujer española que viajaba a Porto Novo para pasar el fin de semana lejos del bullicio de Mindelo.
GRACE JONES
No recuerda si alguna vez conoció a su padre o a su madre. Como adolescente conflictiva recogida en la calle, Maria da Graça llegó a la casa-proyecto de la cooperación española en Mindelo. Después de arduas disputas y gracias a la paciencia y constancia de Charo, Grace Jones, como la apodaron por su afición a no llevar el cabello nunca más largo que cinco milímetros, pasó a integrar el equipo directivo de la casa. Desde que les cerraron el financiamiento y se quedó sin techo, vive en casa de Charo. A la despedida de Debis fueron los tres juntos, Charo, Mario y Grace Jones. Apenas Yellow la vio en la azotea, me dirigió una mirada muy diciente y a la primera canción bailable que puso el DJ, la sacó a bailar a la „chica Bond“ de Cabo Verde.
Medianoche en el aeropuerto de Praia, Cabo Verde. Sentado en un café, espero con mis clientes la llamada al embarque de su vuelo de regreso a Europa. Entre tanto, reparto un dedo de pontch, dulzona bebida local de alto tenor alcohólico, en ocho vasitos descartables.
- Hoy se cumplen 166 años de la muerte de Flora Tristán, les digo, la que pasó por Praia en 1833 y cuyos comentarios leímos en el lugar de los hechos una tarde calurosa de noviembre. Y 122 años después de su muerte nací yo, así que también vamos a brindar por mi cumpleaños. Saúde!
Iba a añadir que Florita murió en el año 44 – como mi flamante edad – del siglo XIX, pero tampoco se trata de agobiarlos con tanta numerología. Termina el brindis, las felicitaciones y se oye el consabido pasajeros del vuelo tal y tal, sírvanse pasar a la sala de embarque. ¡Adiós y buen viaje!
Diez minutos después, mi taxi se detiene en la angosta calle Tenente Valadim del centro de Praia. Rosy me ha vuelto a asignar el cuarto número tres, de un color verde bastante chillón. Dejo mi equipaje y subo a la azotea con la esperanza de respirar un poco de aire fresco. No soy el único con tan brillante idea. Un grupo de franceses bebe vino en una esquina y, en otra, una persona se ha parapetado para dormir bajo las estrellas en un amplio columpio tipo Lo que el viento se llevó. Veo que hay otra mecedora que podría calificar como puesto de comando para la noche y se lo comento al empleado de Rosy. Al rato sube la jefa en persona.
- Escuché que estabas pensando dormir en la azotea. ¿Te importaría entonces cederle tu cuarto a un amigo mío que es policía y necesita un lugarcito para (gestos manuales inequívocos) con una chica?
- Cuestión de honor, Rosy. No te preocupes. Con todo gusto les dejo mi cuarto a tus amigos fogosos.
- Voy a mandar a que te traigan un colchón y ropa de cama para que estés más cómodo.
- Gracias, Rosy, tú siempre tan amable.
El grupo de franceses baja el volumen de la conversación al enterarse de que detrás del parapeto hay una persona tratando de dormir. Al rato se retiran ellos también a sus habitaciones. Me acomodo en mi flamante cama techera y me quedo dormido debajo de Orión. Este es un cumpleaños especial, definitivamente.
Dos horas más tarde siento el llamado de la vejiga y un penetrante olor a cigarrillo. Veo que el parapetado está sentado en su columpio fumando. Trato de encontrar mi celular para ver la hora y en ese jaleo pierdo el equilibrio, las patas de la mecedora ceden debajo de mi cabeza y las piernas se van para arriba.
- Are you alright?
Me pregunta una voz amable desde el otro lado de la azotea.
- Sí, sí, gracias.
No sé por qué se me dio por contestarle en castellano.
Amanece en Praia y una mosca impertinente no deja de molestarme hasta que decido incorporarme y veo que mi compañero de techo hace lo propio.
- Buenos días.
¿Me está hablando en castellano?
- ¡Hola! ¿De dónde eres?
- Sorry, I don't speak Spanish.
- Where are you from?
- Holland.
Un holandesito de entre 25 y 30, supongo. A las ocho de la madrugada y después de una noche corta, el sentido de la vista no es muy fiable, al menos en mi caso. Me cuenta Daniel que viene a ver a su novia que – ¡qué casualidad! – es una de las practicantes que conozco en la isla vecina. Volvemos a encontrarnos en la mesa del desayuno y ya mi visión se ha regenerado. Es un muchacho muy guapo y le sugiero ir a caminar un poco por el centro. Como es domingo, no hay mucha marcha, pero para que tenga al menos una idea general de la capital de Cabo Verde antes de seguir viaje a la isla de Fogo. Acepta encantado.
Visitamos la zona del palacio y la guardia presidencial, la plaza Albuquerque, el mercado Sucupira. Lo llevo a mis lugares favoritos, al Café Sofia con su sánduche de queso y canela, a la pastelería Pão Quente con su café y deliciosos pastéis de nata. Volviendo al hostal de Rosy, una de sus empleadas abre la puerta, nos mira y me pregunta inocente e indiscretamente:
- ¿Eres su padre? ¿O a lo mejor su padrastro?
No lo puedo creer. ¡A qué punto hemos llegado! Recién estoy cumpliendo 44 y ya se me atribuye la paternidad responsable de un tremendo muchachón que aparenta tranquilamente unos 28. A falta de otros recursos no queda sino morirse de risa. Durante las dos horas siguientes, todo gira en torno a nuestra tan hilarante como flamante relación padre-hijo. En la azotea donde nos conocimos, buscamos el único lugar sombreado y soportable para sentarse y esperar el momento de volver al aeropuerto. Yo para volar a Sal, Daniel a Fogo. Conversamos como viejos amigos de nuestros proyectos, planes de viaje, lo que nos gustaría hacer en la vida. Para reconfortarme me cuenta que sus padres son mucho mayores que yo.
A la una y cuarto llega mi taxi. Daniel no pierde tiempo y lo reserva también para que lo lleve al aeropuerto una hora más tarde. Me gusta este regalo de cumpleaños, mi hijo Daniel.
Muy lejos quedaron los buenos tiempos en que todo vapor inglés que surcaba el Atlántico anclaba en este perfecto puerto natural (v. foto) para recargar carbón las máquinas y besos de cariñosas morenas los sufridos marineritos, antes de continuar hacia Buenos Aires, Valparaíso, Ciudad del Cabo, Bombay o Hong Kong. Entre el motor diesel y el canal de Suez le dieron el golpe de gracia que lo sumió en un letargo del que aun no consigue despertar. Cómo sería de fuerte la presencia del British Empire, que la corona portuguesa decidió construir una réplica de la célebre Torre de Belén lisboeta en el malecón de Mindelo. No fuera a ser que los viajeros despistados, al bajar del barco y darse con una arquitectura colonial bastante anglosajona, se creyeran en tierras de la ceñuda reina Victoria y no de Dom Manuel.
Como mi apariencia no es la típicamente luso-africana de la mayoría de caboverdianos, es frecuente que me pregunten de dónde soy. Digo Perú y mis interlocutores no consiguen disimular su extrañeza – Perú, ¿dónde queda eso? – mezclada con un amago de risita socarrona. ¿Este pavo es realmente de un país que se llama Pavo? ¿Y en navidad qué comen uds? me preguntan pícaros. El gran puente es nuestro vecino Brasil, país muy presente en estas islas ya que comparten la herencia portuguesa y africana, la lengua oficial, los ritmos y se tienen una marcada simpatía recíproca. Estamos a la izquierda de Brasil, les explico. A veces me provoca responderles que el 95% de mis compatriotas (cifra no exenta de cierta generosidad) no tienen idea de la existencia de su país y el cinco por ciento restante probablemente no podría señalarlo en el mapamundi, pero por diplomacia me callo. ¡Si estas islas ni siquiera aparecen en los mapas de África cuyo margen izquierdo por general comienza cincuenta kilómetros al oeste de Senegal sin dejar sitio para las nueve islas habitadas, seis islotes y cuatro arrecifes que componen el archipiélago de Cabo Verde!
Fueron colonia portuguesa durante más de medio milenio, hasta 1975, y luego de una mirada atenta a los productos que se venden en cualquier establecimiento constato: aceite – portugués, productos de aseo – portugueses, alimentos en conserva – portugueses, cerveza – portuguesa (excepto la criolla Strela que no se consigue en todas las islas mientras las lusitanas Sagres y SuperBock son omnipresentes), agua mineral – portuguesa (lo mismo pasa con la marca criolla Trindade, que por cierto tiene unos carteles espectaculares con sinuosas morenas y morenos ojiverdes carentes de toda vestimenta). Según las estadísticas tienen que importar el 90% de sus alimentos. En buen criollo: todo lo que no es pescado, fruta o verdura, viene de fuera... muy probablemente de Portugal.
En el deporte-rey tampoco se ha corrido la voz de la independencia: se sigue la liga portuguesa con fervor patriótico y bastante más entusiasmo y compromiso que el campeonato interinsular. Benfica, Porto o Sporting: that is the question! Y lo confirman las chalinas que a modo de decoración destacan en la mayoría de aluguers (combis y minivans).
Para un limeño, el tráfico de las ciudades caboverdianas es inimaginable: no hacen falta semáforos, cero avenidas congestionadas, la circulación fluye. A modo de carreteras, me esperaba encontrar un rosario de baches. ¡Craso error! La miraflorina avenida Comandante Espinar (último sondeo: setiembre 2009... no vaya a ser que Masías haya tomado cartas en el asunto – aunque lo dudo) cuenta con más huecos en los doscientos metros que separan Pardo de José Gálvez que todas las carreteras que he visto en Cabo Verde. Son pocas las vías asfaltadas, la mayoría cuenta con un recubrimiento de adoquines de piedra, en algunas islas más regulares que en otras, pero todas de una resistencia formidable y bastante bien mantenidas. Al menos algo positivo que dejaron los colonizadores y cuidan los emancipados.
Me dicen que Cabo Verde le da importancia prioritaria a la educación y yo les creo. Veo boquiabierto lo bien puestos que tienen sus colegios hasta en el pueblo más remoto donde hay que caminar dos horas hasta poder tomar un aluguer para ir a cualquier lugar civilizado. Como es un país con la típica pirámide poblacional de ancha base, las calles están llenas de colegiales bien uniformados, las niñas con sus infalibles trencitas y cuentas de colores, los niños casi todos rapados. Para optimizar el acceso a la formación escolar obligatoria de seis años, los colegios trabajan en dos turnos, de 8h00 a 12h30 y de 14h00 a 18h30. No puedo evitar cierta sana envidia al recordar el ominoso estudio panamericano que ubicó la educación pública peruana como la segunda más deficiente – después del sufrido Haití.
¿Cuál es la base de la sociedad en un país de emigrantes en que dos tercios de la población viven fuera y solo un tercio dentro del país? De hecho, en las nueve islas tenemos medio millón y entre sus colonias de EE.UU, Europa y África suman casi un millón de caboverdianos. Por absurdo que parezca, las elecciones políticas se deciden en Boston, Lisboa, Dakar, Rotterdam, causando la desesperación de Praia y Mindelo. Entre los que se quedan en las islas, el matrimonio es una institución muy poco popular. Se prefiere un sistema más práctico: me gustas, te gusto, nos juntamos, hacemos meninos, nos disgustamos, chau, que pase el/la siguiente y la rotación continúa, si bien los meninos se quedan generalmente con la madre. El billete de mayor valor en circulación, cinco mil escudos (equivalente a doscientos soles) nos revela quién es uno de los pilares de la sociedad: no lleva la efigie de un prócer de la independencia, poeta, científico o héroe militar sino representa a la sufrida mujer caboverdiana cargando una batea en la cabeza. El monumento al emigrante, que veo antes de llegar al aeropuerto de Praia nos revela el segundo pilar: muchas familias, la gran mayoría, están divididas, con el padre, la madre o ambos trabajando en el extranjero para ayudar a sus padres, hermanos e hijos.
Camino por el centro de Mindelo y veo clubes náuticos, edificios históricos que albergan museos y centros culturales, la Alianza Francesa, la plaza central que oficialmente se llama Amílcar Cabral, el San Martín de los caboverdianos, pero todo el mundo la llama Plaza Nueva y tiene dos bustos de ilustres personajes. ¿El prócer de la patria, acaso? Não! La placa del uno reza Luís de Camões, el Cervantes de las letras lusitanas; la otra, Manuel de Sá da Bandeira, ministro portugués que abolió la esclavitud. Me gusta este país contradictorio.