jueves, 26 de abril de 2012

POSTDATA: INTOCABLE(S)

Ríos de tinta recorren la prensa germana comentando, interpretando, justificando el éxito sin precedentes de la comedia francesa Intocable, vista ya por más de ocho millones de personas. Así también el periodista Rudolf Novotny el martes pasado en el diario Frankfurter Rundschau.

Lo más interesante, comenta Novotny, es que a Intocable le faltan todos los ingredientes que hacen una película exitosa: los protagonistas galos son totalmente desconocidos en Alemania, la cinta no es parte de un ciclo (cf. Harry Potter, Piratas del Caribe etc.), no es tampoco la adaptación de un bestseller ni cuenta con un alto presupuesto de márketing. La distribución comenzó con menos de la quinta parte de copias que cuando se lanza un blockbuster de Hollywood.

Un fenómeno, un enigma, un milagro... y todos preguntándose ¿por qué el éxito de Intocable? ¿Por qué ciertas películas hacen que al día siguiente las contemos entusiasmados a los colegas de trabajo mientras que otras las olvidamos antes de que los créditos terminen de recorrer la pantalla?

Novotny busca la explicación contactando al dueño de una avícola en Argelia. Se llama Abdel Sellou y no es un hombre guapo: bajo, compacto, sin afeitar, cuello ancho y cabeza rapada. El tipo ideal para hacer de malandrín. ¿Hubieran preferido verme a mí en la pantalla o al espigado moreno atlético de Omar Sy? pregunta risueño Abdel. Acaba de publicar un libro. Su título en francés: Tu as changé ma vie. Cambiaste mi vida. En él cuenta su versión de los hechos a modo de contrapunto y agradecimiento a su expatrón, el millonario duque corso Philippe Pozzo di Borgo en cuya biografía, publicada hace más de una década, se basa la película.

Abdel comenta que en la cinta faltan aspectos como la profunda depresión en que cayó Philippe a raíz de la muerte oncológica de su mujer. Pero no es una crítica, lógicamente hay que compactar la historia para que pueda caber en menos de dos horas. Acá entre nos, se inclina Abdel como para una confidencia: nunca creí que iba a ser un éxito. ¿A quién podría interesarle la vida de un muchacho árabe de los arrabales o la de un tetraplégico que pasa las hojas de su libro con un palito en la boca?

La pregunta por el éxito de Intocable toca también el viejo conflicto entre arte y comercio. El arte quiere sacudir, incomodar al auditorio, adelantarse a su tiempo y por ende es incapaz de alcanzar a las masas, lo cual es un problema porque a su vez, una película tiene que hacer taquilla. Intocable logra una reconciliación de ambos extremos, no resulta superficial ni recargada.

En el estreno mundial de la película, en un cine de los parisinos Campos Elíseos, Abdel, que había permanecido completamente ajeno al rodaje, vio que una parte del público lloraba mientras otra reía, para luego invertirse los papeles. En ese momento comenzó a creer en el éxito de Intocable: porque es una historia verdadera, porque es una historia sincera. La historia de una amistad altamente improbable.

TINTINEO INDISCRETO


Cuando el sonoro rin-rin-rin cortó el silencio de la noche, el público de la ilustre ciudad hanseática llenaba la sala de conferencias y una vaporosa María Gracia Delgado compartía con su lírica con él. A su derecha en el podio, Felipe Cubas, tan alto como ancho desde su segundo premio literario, no daba crédito a lo que acababa de suceder. A la izquierda, un ruborizado Carlos Hayes trataba de hacer callar el maldito aparato.

El programa que los anfitriones les habían hecho llegar lo decía clarísimo: quince minutos por persona y luego se pasaría a las preguntas del público. Obsesionado por cumplir con los términos y convencido de que no hay que abusar de la atención de la audiencia por mucho más de un cuarto de hora, Carlos activó el cronómetro de su celular pero olvidó bajarle el volumen para que – transcurrido el lapso – tan solo se produjera una sutil vibración y no un penetrante timbre que se escucharía en toda la sala.

Irritada por el ruido, la etérea María Gracia aceleró el final de su intervención y le pasó la palabra a Carlos. Este trató de disimular su evidente molestia por el tintineo indiscreto y compartió con el público parte de su primer libro así como algún material inédito. Más que el papelón del rin-rin, lo que molestaba a Carlos era pensar que la sala estaba llena pero él sólo disponía de dos libros para vender. No estaba seguro si podría tomar nota de los demás pedidos para enviarlos posteriormente.

Antes de iniciar su turno, el último de la noche, Felipe instó a Carlos a desactivar su entrometido aparatito. Pasaban los minutos y Cubas seguía deleitando a la audiencia con su voz uniforme. Algunos cambiaban de posición en sus sillas, los bostezos se hacían incontrolables y de repente uno que otro se entregaba a un sutil cabeceo. Viendo que había pasado largamente el cuarto de hora de la intervención y no llegaba el punto final, Carlos no pudo evitarlo y envió un carraspeo a Felipe a ver si por favor finalizaba su lectura y pasaban a la repartición de pisco sour que era seguramente el momento más esperado por todo el público.