A
Joseph Aloisius y Hugo Rafael.
Joseph
ocupaba un cargo del que por principio solo la muerte separa. Hugo
tenía el firme propósito de eternizarse en el suyo pero la muerte lo separó
oncológicamente de él.
Joseph
no estaba hecho para una vida en el escaparate, prefería el estudio,
la reflexión solitaria, la meditación, la oración. Hugo vivía y
se nutría de la admiración de su pueblo, ese pueblo al que las
riquezas del país prodigaban casas, colegios y hospitales con
médicos cubanos.
Joseph
fue la eminencia gris detrás de su antecesor en el cargo y cuando
este murió, todas las miradas recayeron en él. Hugo trató de
derrocar de un golpe a su penúltimo antecesor pero falló en el
intento, esperó unos años y su pueblo lo eligió como presidente.
Joseph
es un hombre de pocas pero sopesadas, inteligentes, lúcidas
palabras. A Hugo le pones un micrófono y no hay manera de hacerlo
callar – y eso que lo intentó hasta el rey de España; su emisión
diaria de Aló, Presidente no baja de tres a cuatro horas en el aire.
Joseph
obtiene su inspiración de paseos solitarios, de la contemplación
espiritual. Hugo obtiene su inspiración viajando a Cuba donde sus
hermanos mayores Fidel y Raúl; él les lleva petróleo, ellos le
prestan sus hospitales y le dan consejos para su gobierno.
Durante
su gestión, Joseph tuvo que hacer frente a las más espectaculares
denuncias por abuso sexual de parte de sacerdotes y al destape de la
flagrante corrupción en su entorno inmediato de la curia romana pero
no supo hallar los medios para combatir las acusaciones, castigar con
efectividad y no con benevolencia a los culpables y blanquear la
maculada imagen del Vaticano. Durante su gestión, Hugo logró
desactivar la independencia de poderes, politizó el sistema judicial
y logró que su país se convirtiera en el más corrupto, criminal e
inflacionario de América.
A
Joseph lo adoran los más conservadores de su organización, es
inamovible en cuestiones como el sacerdocio de mujeres, el control de
la natalidad o la apertura a relaciones del mismo sexo (que dicho sea
de paso afectan al 25% de sus compañeros de almas). A Hugo lo adoran
los líderes izquierdistas de las Américas y algunos chicos malos
del Oriente como Ahmadineyad, aquellos que prefieren ignorar que casi
todo el dinero que reparte pródigamente proviene del imperio enemigo
que al mismo tiempo es el socio comercial número uno de Venezuela.
Joseph
hizo lo que ninguno de sus antecesores había hecho en siete siglos:
renunciar en vida. Hugo rezó con todas sus fuerzas para que su vida
se prolongara pero se dio con angelitos sordos y sus plegarias no
fueron escuchadas.
Joseph
deja atrás una iglesia con gravísimas divisiones internas,
problemas de continuidad, carencia de sacerdotes, enorme pérdida de
credibilidad y una comunidad de creyentes que grita por el gran
cambio. Hugo deja atrás un país con gravísimos problemas,
endeudado, inseguro, dividido: la burguesía lo detesta, el pueblo lo
adora. Además, le queda a Venezuela un nuevo nombre oficial con el
bolivariana
en el medio, nueva bandera, nuevo escudo y una zona horaria única en
el mundo con un argumento no menos único: para que los chicos vayan
al colegio con luz natural. ¿Por qué no atrasaron mejor media hora
el inicio de las clases?
Joseph,
papa emérito, disfruta aliviado sus paseos por los jardines y
bosques tibios de Castel Gandolfo y sigue desde lejos pero con
acuciosa curiosidad la elección de su sucesor. Hugo, comandante
difunto, seguramente toca el violín sentado en una nube cercana a la
de su ídolo Simón Bolívar.
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