Roma – estación Termini, viernes, 17h00
Mañana se casan Raffaella Angelini y Gonzalo Hernández del Águila. Ella, italiana de pura cepa, descendiente directa de uno de los cardenales que gobernaban los estados pontificios; él, madrileño del castizo barrio de La Latina. Como buenos jóvenes europeos del S. XXI, Raffaella y Gonza hablan cuatro o cinco idiomas, tienen la mejor de las formaciones profesionales y no viven en sus alicaídos países de origen sino al norte de los Alpes. Un trabajo bien pagado así como un variopinto e internacional grupo de colegas y amigos los ayudan a no sentir tanta nostalgia de sus respectivas penínsulas mediterráneas que de todos modos visitan varias veces al año.
El grupo de invitados a la boda que ha quedado en reunirse con Gonza a las 17 horas en el andén 17 de la stazione Termini no podía ser menos multicolor: predomina en número y volumen de las voces un castellano con marcado acento ibérico, pero también se oye uno que otro simpático dejo ultramarino con matices caribeños, rioplatenses y andinos. No falta por supuesto la gutural jerga de las amistades germanas de los contrayentes. Por ahí se oyen también lenguas exóticas, podrían ser bálticas o eslavas, cuyos hablantes se ven forzados a recurrir al inglés para comunicarse con los demás invitados. La pregunta es ¿dónde está el novio? Ya son las 17h30 y ni rastros de Gonzalo. ¿Cambiaron de planes en último minuto? ¿Acaso se ha dado a la fuga como Julia Roberts en Runaway Bride?
Una llamada del novio aclara todo: resulta que a uno de los invitados alemanes que caminaba con Gonza por las calles de Roma le robaron la cartera donde llevaba el boleto para recoger su equipaje depositado en la estación. El reglamento estipula que la única manera para que el desafortunado germano pueda recuperar su maleta es sentando una denuncia policial, tarea nada fácil cuando se trata de combatir la falta de voluntad del funcionario italiano un bochornoso día viernes por la tarde. Superado ese escollo, aparecen en el andén 17 Gonzalo y las cinco personas que faltaban.
Escila y Caribdis aguardan sin embargo a la vuelta de la esquina: una vez distribuido el centenar de invitados en los dos autobuses alquilados para el evento, arrancan los motores en direzione Torgello. La alegría no dura mucho: es verano y la salida de Roma por la via Tiburtina está totalmente congestionada. Un aviso luminoso indica que en vez de los habituales 20 minutos se tardarán una hora y media hasta poder circular por la Autostrada del Sole hacia el sur. Con cada metro que la caravana avanza, aumenta la sensación de estar en un paseo escolar de alumnos de primaria.
Una vez en la autovía al sur, el siguiente escollo: el conductor del segundo autobús le envía un aviso de alarma al primero. Rien ne va plus! Bus 1 se detiene en el carril de emergencia y espera a Bus 2. Luego de verificar cuántos asientos disponibles quedan en B1, se procede a trasladar a los invitados más urgidos del B2 al B1 para continuar hasta Véroli, dejar allí al primer grupo y volver a por los que faltan. La cena estaba prevista para las 20h pero B1 recién llega al hotel a las 21h30 con lo cual es necesario corregir toda la logística y mantener en alerta al equipo de cocina hasta que estén allí todos los invitados. Raffaella, oportunamente afónica, no puede ni sabe qué decirle al impaciente personal del hotel. A las 23h – por fin – se llenan las mesas con un sonoro buon appetito a tutti.
Véroli – capilla del convento del Carmen, sábado, 12h00
Situado en la cima de una colina, el convento del Carmen domina un valle lleno de campos de girasoles, cereales, viñas y alamedas de cipreses. El calor aprieta a mediodía. Más aún tomando en cuenta que los invitados a la boda no solo han desayunado en el hotel sino también asistido a un agasajo en casa de los padres de la novia, regado de prosecco, vinos, gaseosas y toda una gama de bocaditos dulces y salados. La ingesta de ingentes cantidades de calorías se hace evidente.
Al interior de la capilla, en la mitad trasera del flanco derecho, Robert y Carlos constatan sudorosos que delante de ellos están sentados Giovanni, buen amigo de Raffaella, y su novio francés Bernard. Una mirada hacia atrás revela que el cubano Arístides y su otoñal marido germano se ubicaron exactamente detrás de ellos. ¡Qué ejemplo de unidad familiar! Y sin acuerdo previo. Un guiño de Carlos al frente, uno de Robert hacia atrás y comienza la ceremonia bilingüe a cargo de un reverendo tío del novio tan políglota como su sobrino.
Sin darle tiempo al cura de acabar con el podéis ir en paz, la congregación italo-hispana y de todo el mundo comienza a abandonar con prisa la iglesia en busca de una brisa fresca. Cuando los flamantes esposos terminan por fin de estampar sus rúbricas en los archivos solemnes y tomarse las fotos de ley frente al altar, el templo ya se ha vaciado. Raffaella y Gonzalo saldrán de la capilla con marcha nupcial pero sin miradas conmovidas ni risitas bobaliconas de parientes, amigos y paracaidistas a ningún lado del pasillo. Todos están afuera esperando con un abanico en una mano y un puñado de arroz en la otra, para la buena ventura de los recién casados.
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