No
tomé muy en serio al buen Alessandro cuando me dijo que “tenía”
que leer la Novela de ajedrez
de Stefan Zweig. Que te salgan con recomendaciones literarias después
de un intenso intercambio de fricciones, no sé. Te la presto,
insistió. ¿A ver? Ah, sí, está bien, no ocupa mucho lugar. La
metí dentro del maletín y me dije a lo mejor será una buena
lectura para el tren de la mañana. Sólo se me ocurre un dicho de
mis tías abuelas: ¡qué atrevida es la ignorancia!
Desde
la primera página, la genialidad de Zweig te atrapa con la
descripción del embarcadero en Nueva York y el hormigueo al interior
del vapor con destino a Río y Buenos Aires. Aparte del narrador en
primera persona, un emigrante austriaco, destacan dos pasajeros que
no podrían ser más distintos:
Mirko
Czentovic, campeón mundial de ajedrez, un oscuro huérfano que
sobrevive gracias a la benevolencia del párroco del pueblo yugoslavo
donde nació. Un buen día, el muchacho que todos creían subnormal
por su escaso rendimiento académico y participación en la vida
cotidiana, sorprende a todos. El párroco tiene que interrumpir una
de sus rutinarias partidas de ajedrez y su protegido, al demostrar
cierto interés frente al tablero, es animado a ocupar su lugar... y
termina poniendo en jaque a su oponente.
Se
corre la voz. De campeón distrital, pasa a campeón nacional, a
campeón mundial. Se rumorea también que su capacidad de abstracción
es nula: Mirko no puede reconstruir una partida en la cabeza y por
tanto tiene siempre a la mano su tablero de bolsillo. Igual de
limitadas son sus capacidades lingüísticas, el muchacho es incapaz
de redactar una frase correcta en idioma alguno. Pero pone en jaque a
cuanto rival se le siente por delante. Su ego va creciendo hasta
dimensiones nunca imaginadas en la misma medida que aumenta su
fortuna personal. Además, Mirko tiene el sano instinto de mantenerse
fuera del alcance de la prensa y no dar entrevistas a nadie.
Al
narrador lo invade una inmensa curiosidad por conocer de cerca a tan
peculiar síntesis de genialidad y estulticia. Con sus amigos, urden
una trampa: cada tarde, a modo de anzuelo, se reunirán a jugar
ajedrez en el salón del barco, con la esperanza de despertar el
interés del campeón. El plan da resultado y pronto podrán jugar –
previo desembolso de la tarifa correspondiente – con el campeón
mundial que no se da siquiera la molestia de sentarse frente a sus
rivales amateurs sino tan solo se acerca a la mesa, mueve su ficha y
se retira.
La
genialidad de Zweig está en la psicografía de estos personajes,
detalles pintorescos como la boca abierta de Mirko ante los avances
del intruso, la manera arrogante de decirle que lo había dejado
ganar al intruso, la descripción de los cabellos del abogado ilustre que según
el narrador parecían haberse blanqueado de un día para el otro y la
frenética partida final entre Mirko y su improvisado rival... un
encuentro que le pone los pelos de punta al lector, muy al margen del nivel de pericia que posea en los 64 campos del damero. ¡Muchas gracias, Alessandro!
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