Aparte
de una visita relámpago a tu casa de la colina de la que solo me
queda el recuerdo de una deliciosa lasagna,
hecha en casa, por supuesto, nuestro siguiente encuentro memorable
tuvo lugar en las navidades limeñas de 1991. Cuando llegué, la
colorada y tú acababan de obsequiarse un señor paseo de la mano de
nuestro hermano que en ese entonces las malas lenguas llamaban
muchacho
inquieto.
¡Qué rica vuelta se dieron con Raúl! Por toda la costa norte hasta
la frontera ecuatoriana y de yapa un recorrido completo al Callejón
de Huaylas.
No
coincidimos muchos días, uds. se regresaban entre navidad y año
nuevo, yo, en cambio, me quedaba hasta fines de enero. Pero fueron
semanas muy intensas dada la profusión de sobrinos de corta edad que
poblaban el solar familiar. Nuestros hermanos con hijos consideraron
oportuno que los tres hermanos menores sin prole nos dedicásemos a
entretener y sacar a pasear a la muchachada para tomar helados,
pasear por el parque etc., nos apodaron los
tíos
pedagogos
y la consigna general era vayan,
chicos, con sus tíos pedagogos...
que de pedagogos no teníamos nada, aparte de ti, que en Italia
efectivamente habías asistido a muchachos discapacitados y con
síndrome de Down.
Raúl,
decano de los tíos pedagogos en ese momento, no imaginaba siquiera
que en menos de 18 meses se convertiría también en padre de
familia, con lo cual pasaríamos a un empate perfecto y simétrico:
cuatro hermanos con progenie y cuatro sin, las dos chicas mayores y
los dos chicos menores.
Y
por diversos encuentros y desencuentros, tú y yo pasamos más de
diez años sin vernos. En la semana santa del 95 estaba todo listo
para una visita tuya a Alemania con la colorada, el carro cargado
hasta el techo de productos artigianali
de la región, esos que sabías que nos encantaban. Pero no conté
con que ese fin de semana largo era justamente el único que teníamos
libre antes de los exámenes finales que estábamos por pasar con
Beatrix. El problema de fondo iba más lejos: yo te había confirmado
la visita sin consultarlo con mi mitad mejor... y cuando se lo dije,
fue tajante en el sentido de que no podíamos recibir visita en esas
fechas tan próximas a las pruebas.
Deseé
que me tragase la tierra. No podía desacatar a mi pareja pero
tampoco quería hacerles una brutta
figura
a uds. que ya tenían todo listo y seguramente tomarían mal una
desinvitación tan repentina. Finalmente, me armé de coraje, te
llamé, te expliqué la situación añadiendo una gripe con fiebre a
todo el cuadro goyesco y la visita se postergó por siete largos
años. Pero bien que lo recuperamos, ¿verdad?
A
mitad de aquel camino, tuvimos un intenso intercambio epistolar,
aprovechando la novedad de los correos electrónicos. Ciertamente que
la novedad se refiere a nosotros, los más avezados ya utilizaban la
nueva tecnología desde los primeros noventa. Recordando tus antiguos
testamentos a nuestros viejos, sentí la imperiosa necesidad de
presentarte un catálogo detallado de quejas acerca de tu
comportamiento hacia mí, que iba desde los ataques de gas tóxico de
la infancia hasta los frecuentes comentarios sarcásticos en cartas
familiares o llamadas telefónicas pasando por los versitos de Guido
d'Arezzo. Con tus respuestas sinceras y mis repreguntas insistentes,
consolidamos un diálogo marcado por la apertura y respeto mutuo.
¡Qué
aventura la del 2005, cuando nos reunimos para acompañar al viejo en
su viaje final! Tú no te separaste un instante de él. Viniste sin
la colorada para evitar conflictos etruscos y obvporque la
ocasión no era como para hacer turismo. ¡Cuántas animadas ruedas
de tragos nos echamos en esas tres semanas rodeando la cama del
moribundo! Por supuesto que no pudo faltar la ominosa pata de pavo en
la conversación. Pero también muchos recuerdos gratos de nuestros
años comunes. Cuando le preguntaste si nunca se había arrepentido
de tener tanto hijo, iamente te contestó pícaro: los habría ahorcado a
todos. ¡Y qué ineficientes que resultamos como despenadores,
a la hora de atender la petición del viejo para que lo ayudáramos a
acelerar su partida! Ojalá nos toquen colaboradores más eficaces
cuando nos llegue el momento, brother.
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