Ayer
me instalé WhatsApp en el celular... ¡qué felicidad! Ahora puedo
intercambiar mensajes y fotos con todos mis contactos – sin
importar en qué país se encuentren – a un precio muy módico:
solo tenemos que estar todos conectados a internet. Huelga añadir
que también tengo una cuenta en el CaraLibro (aka) Facebook, tres
direcciones de correo electrónico, la del trabajo, una seria y otra
juguetona, y dos más que ya caducaron por falta de uso. Sin contar
membresías a redes sociales de perfil profesional y/o facilitadoras
de contactos personales.
Me
pregunto cómo he podido prescindir de tan vitales instrumentos de
comunicación durante más de cuatro décadas. ¿Cómo pude terminar
el colegio y perpetrar dos universidades, incurrir en un matrimonio y
alguno que otro conato de mancebía sin celular, emilios, WhatsApp ni
redacciones en hypertext? Pienso en la máquina de escribir
que le pedí prestada a un compañero de universidad para redactar un
trabajo y me siento un cavernícola. Recién hacia el final de la
carrera, por la generosidad de Manolo que me regaló su computadora
vieja al comprarse una nueva, pude escribir mi tesis de grado en
forma digital. Luego Manolo la pasó del floppy a su artefacto
para adaptarla a los formatos más modernos del milenio pasado.
Hace
veintitrés veranos, durante una chambita vacacional, uno de los
compañeros me habló por primera vez de las maravillas del correo
electrónico: yo en mi computadora (en Friburgo, Alemania) y mi novia
en la suya (en Estrasburgo, Francia) nos enviamos mensajes que son
enviados a su destino inmediatamente. Recordé haber visto algo
parecido en una película de ciencia ficción y no le hice mucho más
caso.
Pasaron
los años, unos cinco – creo – y otros amigos me volvieron a
preguntar si no tenía dirección electrónica. Qué pesados, pensaba
yo, dale con el bendito eMail que a mi entender usaban no más de
cuatro gatos, en su mayoría personal de instituciones académicas.
En fin, yo también pertenecía a una institución académica y
animado por uno de mis estudiantes hice las formalidades del caso
para obtener mi primera dirección electrónica.
¡Qué
complicado era todo! Tres controles de seguridad hasta llegar al
bendito buzón de entrada – que con bastante probabilidad estaría
vacío pues, como el coronel de García Márquez, no tenía quien me
escribiera. Ni pensar que llegaría un día, diez años más tarde,
en que volver de vacaciones significaría la odiosa realidad de tener
cientos de correos acumulados en la cuenta del trabajo – ¡ptuagh!
Y
el teléfono móvil, o celular como nos gusta decirle al otro lado
del charco... que pasó de ser una exclusividad de cuatro perencejos
muy importantes ellos, seguramente, a un accesorio omnipresente en
cualquier medio de transporte público donde la mayoría de pasajeros
están embobados y embebidos por los aparatitos de marras. Me resistí
durante años a tener uno hasta que llegó un momento en el cual
cruzaba diariamente dos fronteras en un viaje de más de una hora con
imprevistos frecuentes lo que hizo que engrosara las filas de
telecomunicadores móviles.
¡Qué
descubrimiento los primeros mensajes de texto o “sms”! ¡Qué
sensación de modernidad! Y ni se diga las primeras cuentas de correo
en línea gracias al Hotmail, Yahoo! y sucedáneos. Registrarse en
Bangkok y enviar un correo a Freiburg con copia a Lima. ¡Ja ja ja!
¡Cuántas cuentas abiertas y vueltas a cerrar desde entonces! Hoy
recibo los correos privados en el celular y teóricamente podría
recibir también los del trabajo pero, aquí entre nos, a calzón
quitao: ¿quién quiere recibir los correos de sus jefes o directores
en el móvil a no ser que sea alguien muuuuy importante?
Y
las famosas social
networks,
las redes sociales. ¡Qué pesadez! Comencé con el Xing por motivos
profesionales. Mis amigas me decían tienes que entrar al Hi5 pero no
les hice caso hasta que vino Facebook y mató al Hi5. Resultado: ¿en
qué tiempo voy a hacer lo que realmente tengo que hacer si me paso
el día revisando mis tres correos, las noticias del WhatsApp, las
redes sociales Xing y Facebook más alguna que otra de amistades
peligrosas? Línea ocupada – estoy comunicando.
Hola, Muchacho Inquieto:
ResponderBorrarDivertida semblanza. En todo caso, se ve que sigues muy enamorado de todos esos medios, sistemas, artilugios y plataformas supuestamente pensadas para mejorar nuestras comunicaciones. Tal vez las han hecho aumentar en volumen. Personalmente, dudo de que en calidad.
Mi hermana me convenció a finales del siglo pasado para que abriera una cuenta de correo electrónico. ¡La de emilios que intercambiaríamos! Desde entonces nos habremos escrito unas cuatro veces.
Por lo demás, como ya dijo una muchachita de doce años: el CaraLibro ya es cosa de abuelos.
Saludos desde Colonia
HjV
Hola mi gran HjV:
ResponderBorrarComparto plenamente lo del aumento de volumen, mas no de calidad.
Fuerte abrazo
Sergio
Querido Sergio:
ResponderBorrarqué amena crónica!! me identifico contigo en tus inicios de la tecnología pero sigo en ello aún. Tengo un e.mail pero me asusta pensar en tanta comunicación cibernética!
Un abrazo desde Hamburgo.
Tere