(viene de Driving me Scotland 1)
SIR
COLIN
Qué
alivio encontrarme aquella tarde de junio con Sir Colin en el
aeropuerto y constatar que si bien es escocés – claro que de la
zona burguesa de Edimburgo/Leith – le puedo entender mucho mejor
que a Mr Jackson. Deben de ser de la misma edad, Sir Colin me
confirma que ya tiene un par de nietecitos y que su chochera son los
resultados del casamiento de su hijo con una chica polaca. Además,
tenemos mucha suerte con el grupo que nos ha tocado, todos empleados
de un poderoso consorcio austríaco. A la cabeza del grupo va el
atractivo director del comité de empresa, cuya generosidad
experimentaremos Sir Colin y yo en carne propia al final del viaje.
Una
tarde tranquila, en Aberdeen, nos alejamos de los clientes para cenar
al lado de bustos de Vlad Tepes Drácula
y otros criminales en una iglesia convertida en restaurante gótico.
Allí me cuenta las divertidas peripecias que rodearon el matrimonio
caledonio-polaco de su hijo. Cuando mandaron las 180 invitaciones a
familiares y amigos, tomando en cuenta que la boda se celebraría en
Polonia, en el pueblo de la novia, no contaron con que 180 personas
confirmarían su asistencia. En consecuencia, tuvieron que fletar un
avión completo para el transporte exclusivo de la comitiva nupcial.
Un evento estelar durante las fiestas fue ciertamente la competencia
entre escoceses y polacos a ver quién podía beber más... que
terminó en un embriagadísimo empate.
LAS
MALAS PULGAS DE HARALD
Mi
quinta misión escocesa requiere que me dirija primero al puerto
inglés de Newcastle upon Tyne para recoger a un grupo que llega en
el transbordador desde Amsterdam-Ijmuiden. El tren escogido pasa por
Berwick upon Tweed y voy con mucha curiosidad por ver la pequeña
ciudad fronteriza a caballo entre Escocia e Inglaterra. Es la hora de
la siesta, el vaivén del tren no propicia la vigilia... y de repente
miro por la ventana y constato que estamos a punto de llegar a
Newcastle y me he dormido Berwick. ¡Bravo! Queda la esperanza de
recuperar la pérdida en el trayecto de regreso.
Al
día siguiente muy temprano, por iluminación divina, tomo un taxi al
terminal marítimo que yo creía muy cercano del centro y resulta que
queda a 12 km de distancia. Cuando comienzan a desfilar los
pasajeros, ya llevo más de una hora esperando – mejor así.
Percibo que la edad promedio de mi grupo ronda los 65 años con la
excepción de una jovial y risueña animadora de cuarenta recién
cumplidos. Salimos a buscar el bus y en la puerta del mismo está
Harald, un flaco cuarentón de mirada amable detrás de anteojitos
redondos y un kilometraje europeo envidiable, desde el Cabo Norte
hasta el Finisterre pasando por los Balcanes.
Son
muchas las novedades, aparte de la recogida en Newcastle. Es la
primera vez que hago un circuito escocés en un vehículo continental
con el timón al lado izquierdo. Los integrantes del grupo son todos
miembros de una parroquia católica, lo que se refleja en dos
sesiones diarias de canto en la ruta bajo la batuta de la joven
animadora y la visita a un sinnúmero de catedrales, capillas o sus
respectivas ruinas, que en buena parte aun no conozco.
A
diferencia de los viajes con buses británicos, esta gente trae toda
una despensa rodante de comida y bebida en la bodega. Esto lo
descubrí cuando paramos para descansar en Gretna Green y en cuestión
de cinco minutos ya tenían armado un chiringuito para repartir pan
con salchicha, mostaza, un pepinillo encurtido y una mesa con café y
dulces. Una organización ejemplar.
Si
bien el ambiente general es risueño y relajado, una vez en la ruta
empiezan los problemas: el micrófono, instrumento indispensable para
un circuito turístico en autobús de 52 asientos, tiene un contacto
flojo y todos los esfuerzos de Harald por pegar y componer la falla
son en vano. El micro funciona cuando le da la gana y es motivo de
malestar general en la tropa, lo que, sumado al mal estado general
del vehículo, es una fuente inagotable de quejas de pasajeros a
Harald. Por mi lado, acostumbrado a tener choferes locales durante
casi todos mis anteriores trayectos, nunca he dirigido al conductor
al mismo tiempo que voy explicando la ruta a los pasajeros.
El
recorrido de la capital escocesa será el escenario de la explosión
y caída de Harald: todo Edimburgo está en obras por la nueva línea
de tranvía que unirá el centro con el aeropuerto, las vías
principales cortadas, el tránsito desviado por laberintosos barrios
residenciales. En tales circunstancias el sistema de navegación es
un trasto inservible: no se entera de las avenidas clausuradas ni
propone rutas alternativas.
Harald
quiere saber por dónde tiene que ir. Yo no sé qué sugerirle y le
digo Harald, no puedo hacer dos cosas al mismo tiempo: mi tarea es
señalar a los pasajeros los lugares de interés de la ciudad y no
puedo irte mostrando el camino. Toda la frustración por el micro
roto, la ventilación deficiente, los pasajeros reclamones y el guía
incapaz de dirigirlo, se cuaja en un grito desesperado: ¡si no
sirves para esto, vete de vuelta al Perú!
Pobre
Harald, para qué dijiste eso. Los pasajeros, sin excepción, se
solidarizan conmigo, “su” guía, manifestando su desaprobación
del comportamiento violento e insultante del conductor. Finalmente,
llegamos al Real Jardín Botánico, desembarcamos a la tropa y, mucho
más tranquilo, Harald se disculpa conmigo. Yo no tengo problema, le
digo, pero con ese ataque de furia has puesto a toda la gente en tu
contra y eso sí que va a ser difícil de revertir.
Al
otro día temprano por la mañana, partimos de Edimburgo rumbo al sur
para volver a Newcastle y embarcar el autobús de vuelta al
continente. Desde entonces no hemos vuelto a saber uno del otro.
¿Mejor así?
JIMS,
JUVENIL
ABUELO DE 45
En
mi última vuelta a Escocia me toca como compañero de cabina un
simpático fortachón de cabeza rapada. Se llama James Stewart, como
el último monarca escocés, pero prefiere que le digan Jim, yo
crearé ciertamente mi propia versión y lo llamaré Jims. Es wedgie,
como les dicen a los nacidos en Glasgow. Su dialecto por consiguiente
no está lejos del de Mr Jackson y
más de una vez me veo en la imperiosa necesidad de pedirle que
repita por favor lo que me acaba de decir.
Tenemos
gustos comunes: el timbre de su celular es Payphone,
la canción de moda de Maroon 5. Claro que a mí, aparte de la
melodía, me gusta también el vocalista del grupo pero no tengo que
refregárselo a Jims en la cara. Sacando cuentas, resulta que
es apenas 8 días más joven que yo pero mucho más precoz, para lo
cual no hacen falta mayores méritos. Jims acaba de ser abuelo y su
nietita de medio año lo tiene embelesado. En sus propias palabras
she's the apple of my eye, la niña de mis ojos. ¡Que la
disfrutes, Jims!
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