martes, 30 de noviembre de 2010

MI HIJO DANIEL Y LA PAREJITA FOGOSA

Medianoche en el aeropuerto de Praia, Cabo Verde. Sentado en un café, espero con mis clientes la llamada al embarque de su vuelo de regreso a Europa. Entre tanto, reparto un dedo de pontch, dulzona bebida local de alto tenor alcohólico, en ocho vasitos descartables.

- Hoy se cumplen 166 años de la muerte de Flora Tristán, les digo, la que pasó por Praia en 1833 y cuyos comentarios leímos en el lugar de los hechos una tarde calurosa de noviembre. Y 122 años después de su muerte nací yo, así que también vamos a brindar por mi cumpleaños. Saúde!

Iba a añadir que Florita murió en el año 44 – como mi flamante edad – del siglo XIX, pero tampoco se trata de agobiarlos con tanta numerología. Termina el brindis, las felicitaciones y se oye el consabido pasajeros del vuelo tal y tal, sírvanse pasar a la sala de embarque. ¡Adiós y buen viaje!

Diez minutos después, mi taxi se detiene en la angosta calle Tenente Valadim del centro de Praia. Rosy me ha vuelto a asignar el cuarto número tres, de un color verde bastante chillón. Dejo mi equipaje y subo a la azotea con la esperanza de respirar un poco de aire fresco. No soy el único con tan brillante idea. Un grupo de franceses bebe vino en una esquina y, en otra, una persona se ha parapetado para dormir bajo las estrellas en un amplio columpio tipo Lo que el viento se llevó. Veo que hay otra mecedora que podría calificar como puesto de comando para la noche y se lo comento al empleado de Rosy. Al rato sube la jefa en persona.

- Escuché que estabas pensando dormir en la azotea. ¿Te importaría entonces cederle tu cuarto a un amigo mío que es policía y necesita un lugarcito para (gestos manuales inequívocos) con una chica?

- Cuestión de honor, Rosy. No te preocupes. Con todo gusto les dejo mi cuarto a tus amigos fogosos.

- Voy a mandar a que te traigan un colchón y ropa de cama para que estés más cómodo.

- Gracias, Rosy, tú siempre tan amable.

El grupo de franceses baja el volumen de la conversación al enterarse de que detrás del parapeto hay una persona tratando de dormir. Al rato se retiran ellos también a sus habitaciones. Me acomodo en mi flamante cama techera y me quedo dormido debajo de Orión. Este es un cumpleaños especial, definitivamente.

Dos horas más tarde siento el llamado de la vejiga y un penetrante olor a cigarrillo. Veo que el parapetado está sentado en su columpio fumando. Trato de encontrar mi celular para ver la hora y en ese jaleo pierdo el equilibrio, las patas de la mecedora ceden debajo de mi cabeza y las piernas se van para arriba.

- Are you alright?

Me pregunta una voz amable desde el otro lado de la azotea.

- Sí, sí, gracias.

No sé por qué se me dio por contestarle en castellano.

Amanece en Praia y una mosca impertinente no deja de molestarme hasta que decido incorporarme y veo que mi compañero de techo hace lo propio.

- Buenos días.

¿Me está hablando en castellano?

- ¡Hola! ¿De dónde eres?

- Sorry, I don't speak Spanish.

- Where are you from?

- Holland.

Un holandesito de entre 25 y 30, supongo. A las ocho de la madrugada y después de una noche corta, el sentido de la vista no es muy fiable, al menos en mi caso. Me cuenta Daniel que viene a ver a su novia que – ¡qué casualidad! – es una de las practicantes que conozco en la isla vecina. Volvemos a encontrarnos en la mesa del desayuno y ya mi visión se ha regenerado. Es un muchacho muy guapo y le sugiero ir a caminar un poco por el centro. Como es domingo, no hay mucha marcha, pero para que tenga al menos una idea general de la capital de Cabo Verde antes de seguir viaje a la isla de Fogo. Acepta encantado.

Visitamos la zona del palacio y la guardia presidencial, la plaza Albuquerque, el mercado Sucupira. Lo llevo a mis lugares favoritos, al Café Sofia con su sánduche de queso y canela, a la pastelería Pão Quente con su café y deliciosos pastéis de nata. Volviendo al hostal de Rosy, una de sus empleadas abre la puerta, nos mira y me pregunta inocente e indiscretamente:

- ¿Eres su padre? ¿O a lo mejor su padrastro?

No lo puedo creer. ¡A qué punto hemos llegado! Recién estoy cumpliendo 44 y ya se me atribuye la paternidad responsable de un tremendo muchachón que aparenta tranquilamente unos 28. A falta de otros recursos no queda sino morirse de risa. Durante las dos horas siguientes, todo gira en torno a nuestra tan hilarante como flamante relación padre-hijo. En la azotea donde nos conocimos, buscamos el único lugar sombreado y soportable para sentarse y esperar el momento de volver al aeropuerto. Yo para volar a Sal, Daniel a Fogo. Conversamos como viejos amigos de nuestros proyectos, planes de viaje, lo que nos gustaría hacer en la vida. Para reconfortarme me cuenta que sus padres son mucho mayores que yo.

A la una y cuarto llega mi taxi. Daniel no pierde tiempo y lo reserva también para que lo lleve al aeropuerto una hora más tarde. Me gusta este regalo de cumpleaños, mi hijo Daniel.