viernes, 30 de septiembre de 2011

LAS PROPINAS DE RAFAELITO

Domingo, tres de la tarde.

Como todas las semanas, Melina va a visitar a su sobrino Rafael.

- Esta tarde voy ver mi hembrita, saluda a su tía con un abrazo el treintañero orgulloso.

- No sabía que tenías enamorada, Rafa, lo mira con coquetería Melina, ¿desde cuándo, ah?

Brillan los ojos orientales del muchacho con síndrome de Down.

- Hace tiempo, le contesta con anticipación y ternura en su mirada de Gengis Kan. ¿Qué pasa con abuelo Humberto, Melina, lo has visto? Viene todos los domingos esta hora, se asoma a la ventana y mira a la derecha y a la izquierda con impaciencia Rafael.

- Ya debe de estar por llegar, no te preocupes, quedamos en vernos aquí. ¿Por qué tanto apuro, enano?

- Pasa que cuando viene abuelo, siempre me deja propina y necesito urgente para ver Charito, se explica y atolondra Rafael.

- No te entiendo, Rafa, ¿quieres comprarle un regalo a tu enamorada? Si necesitas te puedo prestar plata hasta que llegue el viejo.

- No, Melina, yo llevo propina Charito y Charito juega conmigo, le guiña un ojo a su tía Rafael.

- ¡¿Qué cosa?! se hace la escandalizada Melina pero lucha por refrenar un ataque de risa.

- Sí, tía, mi hembrita y yo jugamos todos los domingos. Abuelo Humberto viene con propina y yo voy corriendo donde Charito.

- ¿Y eso desde cuando, picarón?

- ¡Uff, hace tiempo!

- Y la familia de Charito?

En ese momento chillan los frenos del coche de Humberto y el ochentón se dirige barriga en mano a saludar a su nieto. Pasan a la casa, conversan un rato, pero Humberto es un hombre de pocas palabras y a los diez minutos ya está regresando hacia su carro, no sin antes deslizar como siempre un billetito en el bolsillo de la camisa de Rafael, que abraza con más efusividad todavía a su abuelo y desaparece en la primera esquina a la derecha.

Intrigada, Melina busca a Rosalía, la parienta que aloja y cuida a Rafael hace ya varios años.

- Oye, Rosalía, ¿tú sabías eso de Rafa y Charito?

- Por supuesto, es una chica bien simpática de acá del barrio. La conozco desde que era una bebe de pecho.

- Pero, a ver, cómo es eso, ¿un buen día se ponen a „jugar“ a cambio de la propina de mi papá?

- Charito es de la misma edad de Rafael. Jugaban desde que eran criaturas. Cuando Rafa me dio a entender que le gustaría pasar a mayores, lo consulté con Charito. Ella le tiene mucho cariño a Rafa y la propina también le servía a ella y a su familia. Listo. ¿No sabías que los chicos Down pueden tener una vida sexual normal? Claro que solo si sus familias les dan ciertas facilidades... cómo te explico.

- No tienes que explicarme nada, se despidió Melina risueñamente pensativa con lo que acababa de aprender.

ESTAMPAS DE BODA - 2

Sperlonga - hotel Tirrenia, domingo, 00h59

A la una de la madrugada en punto, aparece en la puerta del hotel Tirrenia el autobús que se llevará de regreso a Véroli a los más tenaces invitados que declinaron la opción de ser trasladados a su hotel a las once de la noche. Con cada persona que sube al vehículo – algunas pocas con buena cara, la mayoría en avanzado estado de embriaguez – aumenta el silencio donde hace apenas un par de horas no se escuchaba ni la propia voz en medio de tanta música, algarabía y placer de multitudes.

El comité de despedida está conformado por los protagonistas de la jornada, Raffaella y Gonza, así como tres parejas más que reservaron habitaciones en el Tirrenia para pasar la noche frente al mar y ahogar la resaca del día siguiente en las aguas tibias del Mediterráneo.

Finalizan así quince horas de fiesta inmensamente pródigas en bebida y comida. Italia es una nación golosa y el que no comparte este parecer probablemente nunca fue invitado a un matrimonio italiano, donde el menú de gala no cabe en menos de seis u ocho horas. Pero vayamos en orden de aparición.

Ni bien terminada la ceremonia religiosa, los tíos de la novia ofrecen a todo el grupo una rueda de refrescos – desde prosecco hasta cocacola – para paliar la calor sofocante del mediodía antes de continuar hacia Sperlonga, donde será la fiesta.

Dos horas más tarde, apenas llegados al hotel Tirrenia, en la terraza y los jardines un aperitivo fuera de lo común espera a los invitados: Aperol spritz... pero en vez de servirlo líquido y en copas lo sirven en forma de gel en cucharas de acrílico. A juzgar por la avalancha de personas que se alinean delante de la mesa, el primer hambre aprieta y el personal de servicio a duras penas consigue reponer las bandejas que se vacían en dos segundos. El inmenso molde de queso parmesano de donde se van cortando pedazos es un homenaje a la novia. La pata de jamón al lado del parmesano, un guiño a la patria ibérica del novio.

En cualquier momento llamarán a la concurrencia a ocupar sus puestos debidamente señalizados en el salón de fiestas del Tirrenia, donde por fin podrán todos guarecerse del sol inclemente. Raffaella y Gonza han pensado en todo: cada mesa lleva el nombre de un platillo tan internacional como el selecto círculo de invitados: desde las mexicanas quesadillas hasta el nipón sushi, pasando por la quiche francesa, germanísimos kartoffelpuffer y gulash austrohúngaro. Sin embargo Italia gana numéricamente al resto con sus lasagna, pizza, polenta y spaghetti – al fin y al cabo es el país anfitrión. Representan a la patria del novio el infaltable cocido madrileño, la paella y la tortilla española.

Al lado de la entrada, un tablero indica los nombres de las 18 mesas y quiénes están sentados en qué mesas. Aquella con el lusitano bacalhau de natas tiene algo diferente. Casi todos los nombres son masculinos. Se repite la reunión de las bancas traseras en la capilla del Carmen: las tres parejas masculinas están en la misma mesa. Los novios tuvieron la delicadeza de agrupar a los invitados por afinidades afectivas. Completan la rueda el boricua Rolando con su mujer austriaca y su encantador hijo eurocaribeño.

Comienza el castigo: solo con los antipasti se pasan dos horas y media. Y claro, si no no habría tiempo para degustar el desfile de camarones al estilo de la India, el pez rana con alcaparras y cebollas caramelizadas, los langostinos con tocino, el milhojas de calamares, el carpaccio de pulpo con granada, los rollitos de bresaola con queso de cabra, la berenjena a la parmesana y la polenta coronada de queso fundido.

Después del tercer antipasto, algunas caras ya denotan cierta saciedad pero estamos en un matrimonio a la italiana y se comerá y beberá hasta caer rendidos bajo la mesa. Más vino y ¡que vengan los primi piatti! El menú anuncia canelones rellenos de espárragos, queso de búfala y provola en salsa aterciopelada de radicchio, un risotto al Pernod y langostinos rojos. Sígase sufriendo durante una hora más.

Entre primi y secondi piatti se sirve un refrescante sorbetto de limón y menta. Acto seguido el plato fuerte: filete de ternero en cama de rucola con filamentos de parmesano y ratatouille de verduras. Después del secondo y antes de los postres, Raffaella y Gonza se alistan para dar un paseo al borde del mar. Algunos de los invitados aprovechan el pánico, sacan de sus bolsos el traje de baño y se dan un chapuzón en el Mediterráneo con el sol oblicuo del atardecer.

Con el atardecer, el epicentro de la fiesta se traslada del salón a la terraza que bordea la piscina. La calor aprieta, van cayendo las ropas, los primeros clavadistas se tiran al agua, una que otra chica despistada es lanzada a la piscina sin previa autorización. El hermano del novio se pasea en una sugerente combinación de camisa, corbata y un escueto bañador. Sube el volumen de la música y comienza el baile. En una comunidad italo-española de más de dos centenares de personas no podían faltar unas enormes ganas de festejar. Danzan los veinteañeros, los cuarentones, los setentones y los intermedios al ritmo de lo que ponga el DJ.

Cuando a la medianoche se apaga la música – el hotel tiene un estricto reglamento que prohibe hacer ruido después de cierta hora – se siente en el ambiente unas tremendas ganas de seguir celebrando pero hay que prepararse para la recogida que será a la una. Últimos tragos de la noche, abrazos, besos, pedazos de torta helada. Tal vez se forme esta noche alguna nueva pareja hispano-italiana que permita repetir el plato en un par de años – ¡ojalá!

ESTAMPAS DE BODA - 1

Roma – estación Termini, viernes, 17h00

Mañana se casan Raffaella Angelini y Gonzalo Hernández del Águila. Ella, italiana de pura cepa, descendiente directa de uno de los cardenales que gobernaban los estados pontificios; él, madrileño del castizo barrio de La Latina. Como buenos jóvenes europeos del S. XXI, Raffaella y Gonza hablan cuatro o cinco idiomas, tienen la mejor de las formaciones profesionales y no viven en sus alicaídos países de origen sino al norte de los Alpes. Un trabajo bien pagado así como un variopinto e internacional grupo de colegas y amigos los ayudan a no sentir tanta nostalgia de sus respectivas penínsulas mediterráneas que de todos modos visitan varias veces al año.

El grupo de invitados a la boda que ha quedado en reunirse con Gonza a las 17 horas en el andén 17 de la stazione Termini no podía ser menos multicolor: predomina en número y volumen de las voces un castellano con marcado acento ibérico, pero también se oye uno que otro simpático dejo ultramarino con matices caribeños, rioplatenses y andinos. No falta por supuesto la gutural jerga de las amistades germanas de los contrayentes. Por ahí se oyen también lenguas exóticas, podrían ser bálticas o eslavas, cuyos hablantes se ven forzados a recurrir al inglés para comunicarse con los demás invitados. La pregunta es ¿dónde está el novio? Ya son las 17h30 y ni rastros de Gonzalo. ¿Cambiaron de planes en último minuto? ¿Acaso se ha dado a la fuga como Julia Roberts en Runaway Bride?

Una llamada del novio aclara todo: resulta que a uno de los invitados alemanes que caminaba con Gonza por las calles de Roma le robaron la cartera donde llevaba el boleto para recoger su equipaje depositado en la estación. El reglamento estipula que la única manera para que el desafortunado germano pueda recuperar su maleta es sentando una denuncia policial, tarea nada fácil cuando se trata de combatir la falta de voluntad del funcionario italiano un bochornoso día viernes por la tarde. Superado ese escollo, aparecen en el andén 17 Gonzalo y las cinco personas que faltaban.

Escila y Caribdis aguardan sin embargo a la vuelta de la esquina: una vez distribuido el centenar de invitados en los dos autobuses alquilados para el evento, arrancan los motores en direzione Torgello. La alegría no dura mucho: es verano y la salida de Roma por la via Tiburtina está totalmente congestionada. Un aviso luminoso indica que en vez de los habituales 20 minutos se tardarán una hora y media hasta poder circular por la Autostrada del Sole hacia el sur. Con cada metro que la caravana avanza, aumenta la sensación de estar en un paseo escolar de alumnos de primaria.

Una vez en la autovía al sur, el siguiente escollo: el conductor del segundo autobús le envía un aviso de alarma al primero. Rien ne va plus! Bus 1 se detiene en el carril de emergencia y espera a Bus 2. Luego de verificar cuántos asientos disponibles quedan en B1, se procede a trasladar a los invitados más urgidos del B2 al B1 para continuar hasta Véroli, dejar allí al primer grupo y volver a por los que faltan. La cena estaba prevista para las 20h pero B1 recién llega al hotel a las 21h30 con lo cual es necesario corregir toda la logística y mantener en alerta al equipo de cocina hasta que estén allí todos los invitados. Raffaella, oportunamente afónica, no puede ni sabe qué decirle al impaciente personal del hotel. A las 23h – por fin – se llenan las mesas con un sonoro buon appetito a tutti.


Véroli – capilla del convento del Carmen, sábado, 12h00

Situado en la cima de una colina, el convento del Carmen domina un valle lleno de campos de girasoles, cereales, viñas y alamedas de cipreses. El calor aprieta a mediodía. Más aún tomando en cuenta que los invitados a la boda no solo han desayunado en el hotel sino también asistido a un agasajo en casa de los padres de la novia, regado de prosecco, vinos, gaseosas y toda una gama de bocaditos dulces y salados. La ingesta de ingentes cantidades de calorías se hace evidente.

Al interior de la capilla, en la mitad trasera del flanco derecho, Robert y Carlos constatan sudorosos que delante de ellos están sentados Giovanni, buen amigo de Raffaella, y su novio francés Bernard. Una mirada hacia atrás revela que el cubano Arístides y su otoñal marido germano se ubicaron exactamente detrás de ellos. ¡Qué ejemplo de unidad familiar! Y sin acuerdo previo. Un guiño de Carlos al frente, uno de Robert hacia atrás y comienza la ceremonia bilingüe a cargo de un reverendo tío del novio tan políglota como su sobrino.

Sin darle tiempo al cura de acabar con el podéis ir en paz, la congregación italo-hispana y de todo el mundo comienza a abandonar con prisa la iglesia en busca de una brisa fresca. Cuando los flamantes esposos terminan por fin de estampar sus rúbricas en los archivos solemnes y tomarse las fotos de ley frente al altar, el templo ya se ha vaciado. Raffaella y Gonzalo saldrán de la capilla con marcha nupcial pero sin miradas conmovidas ni risitas bobaliconas de parientes, amigos y paracaidistas a ningún lado del pasillo. Todos están afuera esperando con un abanico en una mano y un puñado de arroz en la otra, para la buena ventura de los recién casados.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

TEMA DE TARA

Cuando conocí a Tara en el pueblo de Chiajna, Rumanía, ella era muy joven y sin embargo ya había perdido dos de sus siete vidas. La primera, en manos de unos impresentables mozalbetes que no tuvieron mejor idea que cubrirla con pintura y – en un momento de milagrosa lucidez – arrojarla por encima del muro de Nana, quien afortunadamente se encontraba en el jardín y sin perder un segundo la recogió, la reanimó y le sacó con delicadeza toda la mugre pictórica de encima.

A las cuatro semanas de su irrupción en escena, la pequeña Tara ya estaba perfectamente ambientada a su nuevo hábitat y, gracias a su buen carácter y trato cariñoso con los que se le acercaban, conquistó el corazón de toda la familia de Nana. Fue entonces que Dragos (en rumano se pronuncia drágosh), hijo de Nana, salió una noche al jardín y cuál no sería su impresión al ver que el perro de sus vecinos, un energúmeno que vivía enjaulado y obviamente acababa de zafarse de sus cadenas, se había metido en su terreno y tenía a Tara en sus fauces. Dragos corrió hacia ellos, liberó a la felinilla que era un amasijo de barro y babas caninas, la examinó con cuidado y comprobó aliviado que Tara no había sido herida de gravedad. Acto seguido, la bañó con agua tibia y la cobijó hasta sentir que el palpitar desbocado de su engreída volvía a la normalidad.

A pesar de su rancio abolengo de felina y su mala experiencia con perros, Tara sigue dando señales de querer pertenecer más al género canis lupus que a su legítimo felis domésticus. Pasa todo el día en el jardín y apenas algún miembro de la familia de Nana sale de la casa, ahí se manifiesta ella saludando al visitante con la colita enhiesta, cabezazos en los tobillos y ronroneando a todo volumen, sin importarle si la persona en cuestión le hace caso o no. Y si alguien camina por la extensa huerta, puede estar seguro de que Tara le seguirá los pasos hasta los linderos del terreno.

Imposible definir el color del terciopelo de Tara, que va del pardo al rojo fuego pasando por el gris y negro. Su mirada revela las dos vidas que lleva perdidas y las ganas de disfrutar mucho de las cinco que le quedan con Nana y Dragos:

Suban el telón para que entre en escena Tara:

jueves, 11 de agosto de 2011

DEL AGUA A BRAVA - PARTE 2

Brava es Maria 1, dueña de uno de los mejores restaurantes de Nova Sintra. Con la ayuda de sus parientes ultramarinos, adquirió la concesión del único local colindante con la plaza central de la villa y lo bautizó Puesta de Sol. Todo iba bien hasta el infarto coronario de su marido que los obligó a trasladarse a la capital, Praia, ya que Brava, aparte de una posta de primeros auxilios, carece completamente de un centro de salud capaz de atender casos complejos.

(María 1 disfruta el sol de la tarde en la Praça Eugénio Tavares)

Brava es Maria 2, la oficiosa mujer de João, pescador de Fajã d'Agua. Tiene Maria 2 una dignidad inquebrantable en la mirada. En el primer minibús que sale para la villa, lleva el botín marítimo de su marido para ofrecerlo por las calles de Nova Sintra y con el dinero de las ventas compra los productos necesarios para su familia. De vez en cuando, reciben en su casa a grupos de turistas que después de refrescarse en las piscinas naturales disfrutan una barbacoa con la pesca matutina de João y una rica ensalada aderezada por ella misma. Con sus dos hijos, Maria 2 es férrea en cuestiones disciplinarias... para que aprendan a trabajar, dice Maria 2 y esboza una tímida sonrisa en la que faltan varios dientes.

(Retrato de familia: María 2, su marido João y la pequeña Agustina)

Brava es Pepê, el más devoto seguidor de Bob Marley sobre la faz de la tierra. Sus trenzas de rasta ya le llegan hasta el culo, por eso casi siempre las lleva recogidas bajo una gorra con los infaltables colores negro, rojo, amarillo y verde. En el minibús que maneja, transportando gente y mercadería a lo largo y ancho de la geografía bravense, solo se escucha la música del profeta jamaiquino. Con sus facciones perfectas, su tez café con leche y su encantadora timidez, no es de sorprender que Pepê ya tenga una hija de 7 años en Nova Sintra, otra de 2 en la lejana isla de Santo Antão y un hermoso bebé de 18 meses en Alemania.

Brava es Nina, espigada y rubicunda pecosa de la ciudad hanseática de Rostock que llegó como practicante a la vecina isla de Fogo. Desde allí se desplazó en varias oportunidades a la ilha das flores, donde conoció a Pepê. El flechazo fue instantáneo. Trataban de verse al menos cada 15 días, cruzando de una isla a la otra, y en un viaje juntos a las islas de Barlavento concibieron a Lucas. Para el parto y los primeros dos años del pequeño, la juiciosa Nina optó por trasladarse a su ciudad natal. Allí la visitó Pepê, siendo el frío de setiembre lo que más impresionó al Bob Marley de Nova Sintra. Dentro de seis semanas, Lucas cumple dos años y Nina está preparándose para la reunificación familiar en Brava. Como buena europea del norte, ella prefiere vivir solo con su familia nuclear. A Pepê en cambio, no lo convence la idea de separarse de su conglomerado familiar multigeneracional. Tendrán que negociar.

Brava es Vavâ, de día pastor de cabras en las laderas de Lomba Lomba, de noche el cantautor más buscado de la ilha das flores. Con su voz aterciopelada y mirada pícara interpreta, guitarra en mano, las más bellas mornas, coladeras y funanás de Cabo Verde, ya sean composiciones propias o ajenas. Una velada musical con Vavâ, ya sea como solista o en plan dueto o terceto, es una experiencia inolvidable. Cuando anuncian la última canción, el auditorio puede contar con que tocarán una hora más por el puro placer de cultivar su música...siempre y cuando sigan llegando a su mesa copas de grog.

(Vavâ -de rojo- tocando y cantando con dos colegas bravenses)

Brava es José, el untuoso y afeminado sesentón propietario del hostal homónimo. Entre sus virtudes no destaca la pulcritud: la falta de aseo en los cuartos de su hostal es clamorosa. Las cortinas de las duchas, que en su momento fueron blancas, están negras de todo el moho que prolifera en los baños. Las paredes agrietadas, las sábanas malolientes, todo ello
agravado por la humedad imperante en las alturas de Brava. Hay que tener mucha mala suerte para caer en Casa José... o en las manos de su dueño, como más de un jovenzuelo ingenuo de la villa de Nova Sintra.

Brava es Henrique, mozalbete de 22 años que no terminó la escuela primaria y como muchos otros jóvenes bravenses sin trabajo se pasa los días con los amigos aplanando los adoquines de Nova Sintra y tomando grog. Su naturaleza confundida lo convirtió en presa fácil del hostelero José que le ofreció dinero a cambio de algunos recados y llegado el momento del pago aprovechó la ingenuidad de Henrique para hacerle tocamientos poco católicos que el joven no rechazó.

Brava es Li y su mujer Tai Mei, joven pareja de comerciantes afincados desde hace un año en la villa. Se acogieron a un programa de fomento del gobierno chino para acrecentar el comercio exterior con países africanos, sin saber lo que los esperaba en esta isla remota en medio del Atlántico. Los negocios no van tan bien como les pronosticaron los funcionarios de Hangzhou. Pero sobre todo, Li y Tai Mei echan de menos la variedad culinaria de su tierra: acá todo día galopa, galopa, galopa (sic), se lamenta Li señalando el plato de arroz cubierto por una garoupa a la plancha, pescado de delicada y jugosa carne blanca muy común en las aguas de Cabo Verde. ¿Y el atún y la serra que tienen tan buen mercado con los turistas europeos? Esos pescados secos no nos gustan a los chinos, protesta Li. Para agilizar las ventas en su comercio,
tomaron a una empleada local y ahí le van entrando al kriolu. Poco a poco se están contagiando de la alegría africana pero reniegan en vista de la indisciplina laboral de los nacionales. Todavía miran con profundo recelo a sus país anfitrión y Tai Mei confía en que el hijo que está esperando se casará con otra china como ellos, pues en su imaginación no caben nietecitos chino-kriolos.

Brava es Aliou, senegalés de 28 anyos que cruzó del Cap Vert de la ciudad de Dakar a las islas que los portugueses bautizaron frente al Cabo Verde. Así se invierten los papeles: en el siglo pasado muchos caboverdianos emigraban a Senegal en busca de un mejor porvenir y ahora son los guineanos, senegaleses, gambianos etc. los que se trasladan a las islas para vivir más tranquilos. Allá tenemos oro, petróleo, diamantes y esa riqueza solo ha generado codicia, guerras, caudillismo y derramamiento de sangre. Aquí no hay nada más que el mar, el cielo, el sol y podemos vivir tranquilos, dice Aliou y levanta del suelo un canastón lleno de mercadería del negocio de Li y Tai Mei que lleva para ofrecerla de pueblo en pueblo hasta el último rincón de la ilha das flores.

(Aldea de Cachaço, estación final de una jornada de ventas para Aliou)

domingo, 31 de julio de 2011

DEL AGUA A BRAVA - PARTE 1

Brava es la más pequeña y remota de las islas habitadas de Cabo Verde. Tiene el tamaño y la forma de un corazón - eso dice al menos el himno que le dedicó el poeta bravense Eugénio Tavares (1867 - 1930). Por su clima benigno, no tan caluroso como Sao Filipe y Praia, la isla de las flores fue el lugar elegido para construir Nova Sintra, como su tocaya portuguesa, residencia de verano de la aristocracia local y una de las ciudades más peculiares de Cabo Verde con su alameda central y calles diagonales y perpendiculares. Sin embargo, es en Boston y Lisboa donde vive actualmente la mayoría de bravenses. Por su deficiente infraestructura y casi total ausencia de oportunidades laborales, la emigración es la opción de muchos.

(Vista aérea de la villa de Nova Sintra)

Brava es una mujer que en 1900 va caminando cabizbaja y presurosa del pueblo de Nossa Senhora do Monte a la villa de Nova Sintra. En el camino se cruza con un grupo de soldados que buscan al poeta y periodista Eugénio Tavares para arrestarlo, pues con sus arengas para mejorar las condiciones de vida del pueblo caboverdiano se ha vuelto un personaje incómodo para la burocracia colonial de Lisboa. Lo que la patrulla no sabe: el buen Eugénio fue advertido a tiempo por sus paisanos y logró escapar, vestido de mujer, hasta un barco que lo llevó a Nueva Inglaterra, lugar que desde antes de 1800 alberga una importante colonia de caboverdianos.

(Niños bravenses posan junto a la estatua de Eugénio Tavares)

Brava es Sónia, la mujer de Víctor, el hombre más rico de Nova Sintra. Educada en Portugal, dirige las dos pensiones de su marido y supervisa la formación de sus gemelos Iván y Raví que por las tardes reciben clases particulares de inglés y guitarra. En la villa dicen que Sónia te sonríe por delante y por detrás te clava el puñal. Víctor tiene la mirada de los tipos que pasan sobre cadáveres para conseguir lo que quieren. Su opinión sobre Eugénio Tavares es implacable: un hombre que se viste de mujer, al margen de los motivos que haya podido tener, no merece respeto alguno - dice con los ojos inyectados por el grog. Víctor es por cierto el mejor amigo de Herbert en Brava.

(En el techo de la pensión de Sónia, viendo la isla de Fogo en cuatro estratos)

Brava es Herbert, treintañero natural de New Hampshire y afincado en estas islas como gerente de la flamante empresa de trasbordadores veloces. Tiene la mirada pétrea y la estatura de un boxeador peso pesado. Su corte de pelo delata su paso por el ejército más poderoso de la tierra, desde donde fue reclutado para el ambicioso proyecto de modernizar el transporte interinsular caboverdiano. Herbert trata siempre de captar la atención de la gente por donde sea. Si va a borde de las naves de su empresa, se planta delante de los pasajeros, las manos en las caderas cual sargento frente al pelotón que dirige, desafiando el feroz oleaje de la Mar d'Canal que a él no lo afecta en absoluto mientras la mitad de los pasajeros padece llenando las bolsitas de mareo que se encuentran frente a sus asientos. Cuando entra a un restaurante, saluda en voz alta a todos para que nadie deje de percibir su presencia, cosa que con la masa que desplaza es totalmente innecesaria. Y al salir del local, a veces se pierde en la oscuridad de la villa en compañía de una espigada mulata.

(Brava desde la Mar d'Canal - antes de que llegara el fast-ferry de Herbert)

Brava es Elfriede, vienesa cincuentona que se pasó vomitando los cuarenta minutos que duró la travesía de la isla de Fogo al puerto bravense de Furna por las agitadas aguas de la Mar d'Canal. Arriban al puerto a la hora de la cena, pero lo único que le apetece a ella es un té negro y encerrarse en su cuarto hasta que se le pase el malestar. Una vez recuperada, Elfriede recorrerá a pie buena parte de la isla de las flores, guiada en todo momento por el siempre atento Alino. Se cansará de tomarles fotos a las alamedas de hibiscos y cucardas, a los amables burritos que se le cruzarán por el camino cargados de bidones de agua y sus risueños conductores. Se dará un refrescante baño en las piscinas naturales del puerto de Fajã d'Agua y dirigirá miraditas embobadas a su guía kriolo.

Brava es Alino, la excepción a la regla: mientras los bravenses emigran, este simpático albañil con estatura de ropero, nacido hace 28 años en la vecina isla de Fogo, eligió vivir en Nova Sintra. La culpa la tiene sin lugar a dudas la encantadora Alcinda, su mujer y madre de sus dos hijos, Gilsson y Jelmisson. Como gran conocedor de todos los senderos de Brava, en sus días libres Alino también se recursea como guía de caminatas, familiarizando al viajero con los paisajes, la flora y la fauna locales. Pero lo que más le gusta es llegar al destino final de la ruta y que sus clientes le inviten una cerveza bien fría.

Brava es Alcinda, una mujer fuerte y, como toda caboverdiana, el pilar de su familia. Hasta hace poco vendía, balanceando una batea en la cabeza, papayas y mangos, papas, camotes y zanahorias por las calles de Nova Sintra para contribuir a la economía familiar. Un golpe de suerte y los buenos oficios de su marido, Alino, le consiguieron un contrato de trabajo como vendedora de gasolina en uno de los dos grifos de la villa. Su empleo es temporal, pero por el solo hecho de tener un trabajo pagado en Brava, Alcinda ya pertenece a la clase privilegiada de la isla de las flores.

(Alcinda y Alino durante una caminata en el monte Fontainhas, 974 m.a.s.n.m.)

Brava es Tony 1, nacido en Massachusetts pero descendiente directo de uno de los linajes fundadores de Nova Sintra. Con su tez clara y ojos azules, cuesta creer que este cincuentón tenga sangre africana en las venas. A pesar de haber nacido y crecido al otro lado del Atlántico, Tony 1 se siente profundamente kriolo y dice hablar con fluidez la lengua criolla de varias de las islas de Cabo Verde. Actualmente está invirtiendo todos sus dólares restaurando los solares de su familia en Fogo y Brava, con la intención de trasladarse completamente a la ilha das flores una vez que sus hijos se independicen. Este es un lugar ideal para desconectarse, dice Tony 1 antes de sumergirse voluptuoso en la piscina natural de Fajã d'Agua acompañado por la menor de sus hijas.

Brava es Tony 2, moreno de ojos claros, crecido como muchos bravenses en un ghetto de Providence, Rhode Island. A él, el país de las oportunidades ilimitadas no le brindó ninguna o tal vez, por su historia familiar desestructurada y como tantos caboverdianos sin una figura paterna, no las supo aprovechar y fue a parar a la cárcel por tráfico de estupefacientes con 22 años para después ser repatriado a su natal puerto de Furna. Allí logró rehacer su vida, se tatuó el mapa de Cabo Verde en el pecho, formó una nueva familia y gracias a sus conocimientos de inglés y su trato amable tiene muy buena demanda como guía de caminatas.

(Tony 2 al lado de las piscinas naturales de Fajã d'Agua)

miércoles, 13 de julio de 2011

CÓMETE ESOS PEPINOS

Hace un par de semanas, una diligente secretaria de salud alemana; la rubicunda Cornelia Prüfer-Storcks, comentaba ante la prensa que la creciente epidemia de la bacteria e-coli podría haber sido causada por pepinos españoles regados con aguas contaminadas. ¡Nótese el condicional „podría“!

Las consecuencias fueron devastadoras: según el sindicato español UGT, la disminución de la actividad agrícola en el sur del país ha afectado a unos 47.000 trabajadores del sector. En toda Europa; el verde pepino fue eliminado de las listas de compras y miles de toneladas del producto echadas a la basura. No solo en la ibérica presunta madre del cordero, también en el otro extremo del continente los comerciantes rumanos, por precaución, decidieron sacar del mercado toda la producción de este inocente vegetal acusado de un crimen que no cometió.

Días después, los medios propalaban los mea culpa de las autoridades sanitarias europeas, la consejera de agricultura de Andalucía mostraba su orgullo herido comiendo pepinos mediáticamente frente a cámaras de televisión y los granjeros perjudicados querían declararle la guerra a Alemania donde seguía cundiendo la incertidumbre al verificarse en los últimos estudios que el pepino NO era el trasmisor de tan peligrosos elementos que ya causaron la muerte de más de 40 personas. Los siguientes sospechosos fueron los brotes de soya de una factoría del norte de Alemania.

Según Mirjana Tomic, periodista y escritora serbia universal que viaja por el mundo con tres pasaportes, las atolondradas reacciones de los medios de prensa y consumidores en los mercados responden a dos simples estereotipos:

Si una profesional alemana dice ante la prensa que tal vegetal puede ser el causante de la epidemia, sin mayores cuestionamientos TODO el mundo le cree. Al fin y al cabo, los alemanes tienen fama de ser gente muy correcta y precisa en sus apreciaciones. Doña Cornelia ni siquiera dijo que tenía la certeza, sino que los pepinos andaluces „podrían“ ser los causantes del brote de e-coli y ya estaban las pobres cucurbitáceas arrimadas frente al paredón de fusilamiento.

El estereotipo inverso afecta a los españoles, pródigos en muchas virtudes entre las que ciertamente no se cuenta la pulcritud. Significa que si Cornelia que es alemana dice que los pepinos españoles son cochinos, pues le creemos a Cornelia y tiramos al tacho los inofensivos vegetales andaluces, muy a pesar de los bien intencionados esfuerzos mediáticos de la consejera de agricultura comiendo pepinos.

Muy lamentable resulta el hecho de que las autoridades sanitarias no hayan aprovechado la ocasión para ilustrar al público que las e-coli pueden encontrarse en cualquier alimento que no haya sido hervido, no solo en pepinos, tomates, lechugas o brotes de soya.

Lo mismo vale para la industrialización de la producción de alimentos: la crisis del e-coli ha puesto en evidencia que por ejemplo los cajones de lechuga viajan junto con vacas en un mismo camión. O que numerosas personas que trabajan en la cosecha viven en condiciones tan precarias que ni siquiera cuentan con instalaciones sanitarias adecuadas, lo que explica que sus excrementos entren en contacto con los alimentos producidos – ya sea en granjas asiáticas o plantaciones de pepinos andaluzas.

YO AMO A MIS MAMIS

Con 35 años recién cumplidos, Valeria fue por vez primera a visitar la tumba de su madre. La mujer que le dio la vida, perdió la suya cuando era aún muy joven. El padre de Valeria, a la sazón un arquitecto en la treintena, no tardó en encontrar otra mujer, sin hijos, dispuesta a casarse con él y asumir la maternidad responsable de sus dos hijas, Elena y Valeria. Varios años después, llegaría Mariela para completar el trío de féminas.

Valeria siente un profundo cariño por Selma, la mujer que la crió, y está convencida de que su madre postiza dio lo mejor de sí para afrontar la difícil tarea que le tocó. Ella era una adolescente cuando se enteró de que su madre biológica llevaba ya dos lustros en otro plano de existencia y tan solo Mariela “era hija de Selma”. Al principio, le adjudicó su escasez de abrazos a la ausencia del vínculo uterino. Dos décadas más tarde, convertida Valeria en madre de dos hermosas niñas, surgió en ella la necesidad imperiosa de saber más acerca de Luchi, su madre biológica y un tabú familiar desde la llegada de Selma a la vida del arquitecto y sus dos hijas pequeñas.

Viviendo Valeria a once mil kilómetros de su gris ciudad natal, la tarea no fue fácil y puso a prueba toda su tenacidad. En su proceso de búsqueda, descubrió también que Selma había tenido una relación muy fría con su madre y ese era el motivo de su evidente sequedad con las tres niñas, propias y ajenas, que le tocó criar.

Conversando con su hermana Elena, surgió un asunto que había desterrado completamente de su memoria: después de serle revelada la noticia de la muerte de Luchi a Valeria, Elena le preguntó en más de una ocasión si no tenía ganas de acompañarla al cementerio y cada vez le había contestado que no. 35 años después, Valeria no se acordaba absolutamente de las gentiles invitaciones de su hermana.

Sus demás parientes resultaron ser una pésima fuente de información: tu mamá era buenísima, tu mamá era lindísima. Sí, pero qué más... reclamaba Valeria y sus informantes involuntarios se perdían en alabanzas y zalamerías. Ella quería saber por ejemplo cómo había sido la relación de su madre con su suegra, si habían tenido roces – como suele ser – pero era como caminar a ciegas, no hallaba luz por ninguna parte. En la casa donde creció, nunca se hablaba de Luchi, Valeria jamás vio una foto de su madre biológica hasta que Elena le reveló que tenía una escondida con el sigilo necesario para no enfadar a Selma.

En el cementerio, Valeria constató con mucha pena que el nicho no estaba sellado con una lápida de mármol, como correspondería a una familia de clase media acomodada, sino se había quedado con el cemento aplicado provisionalmente en el momento del entierro, hacía más de tres décadas.

El contacto retomado entre Valeria y Luchi comenzó a manifestarse en dimensiones sensoriales: una noche tibia, Valeria salió a fumar un cigarrillo al jardín. De repente sintió un aroma floral que la envolvía y no correspondía a ninguna de las flores existentes en su jardín ni los de los vecinos. Cuando en las noches siguientes salió al jardín en busca del dulce aroma de aquella noche, no pasó nada. Tiempo después recibió la visita de su padre. Habían salido a fumar al jardín cuando el perfume misterioso volvió a aparecer. Su padre, con la incredulidad grabada en la cara, le puso la mano sobre el hombro y le dijo es el perfume que usaba tu mamá.

En su última visita a su ciudad natal, Valeria decidió ponerle una lápida decente al nicho de Luchi. La mandó a hacer en la mejor marmolería y convocó a sus padres y hermanas a una ceremonia íntima pero emotiva. A Selma le dijo que estaba cordialmente invitada pero que no se resentiría en lo más mínimo si prefería abstenerse.

Al descascarar el cemento antiguo, el sepulturero constató que después de tres décadas la tapa del ataúd se había deshecho. Les preguntó a los deudos entonces si le querían echar una última miradita a su difunta, antes de sellar el nicho. Valeria vaciló una fracción de segundos pero sus hijas, ya adolescentes, la animaron y acompañaron a despedirse del montoncito de huesos que quedaban de Luchi. Selma abrazó a sus hijas, nietas y todos juntos fueron al mejor restaurante a comer en memoria de la mujer que había dejado de ser tabú.

jueves, 23 de junio de 2011

DOS HERMANAS ESCOCESAS

- ¿Te presto alguno de mis abrigos de piel a ver si disimulas tus cuantiosas zonas erróneas, Glasgow? le pregunta maliciosa Edimburgo a su hermana y eterna rival.

- Ay, Edin, desde que el cirujano famoso catalán te implantó ese esperpento de Parlamento en el pecho estás in-so-por-ta-ble. Y por si fuera poco, el médico se muere durante la operación y la cosa termina costando el cuádruple de lo que habían presupuestado. Así que no me vengas con cosmética, ya te dije que tú podrás usar muchas pieles pero ni siquiera tienes ropa interior decente.

- Eres una envidiosa, Glasgow, porque yo soy bella y -después de Londres- el lugar más visitado del reino. ¡Toma!

- No me obligues a repetir el eslogan del 83, Edin, ya sabes: Glasgow's miles better! O si prefieres Glasgow smiles better, ya sabes que mis hijos y yo tenemos fama de ser mucho más amables que uds.

- Más respeto, oye, que paso un decreto, te corto el caño y te quedas sin los Juegos de la Commonwealth del 2014.

- Ni se te ocurra o te mando un escuadrón conjunto de hooligans del Celtic y Rangers, en buses separados, por supuesto, para que veas lo que pasa cuando se meten con nosotros.

- ¡Típico, Glasgow! Eres una atorrante, bravucona y borrachosa. No produces otra cosa que no sean titulares de vandalismo y crímenes por drogas.

- Perdón, Edin, no te confundas: soy una ciudad post-industrial pero qué vas a entender tú con ese remedo de Disneylandia en kilts que montas cada verano en tu castillo.

- Hello? El Royal Military Tattoo es una de las atracciones turísticas más importantes del Reino Unido. Ya quisieras tú generar 88 millones de libras esterlinas en 22 días, hermanita proletaria.

- ¡Qué poca memoria tienes, hermana! En el año 90 que fui Capital Cultural Europea ganamos mucho más que tú con tus espectáculos ridículos.

- Sí, y me acuerdo que en Londres no podían creer que tuvieras el descaro de postularte como capital cultural. Con todo mi cariño de hermana te digo una cosa: serás capital pero de las ruinas de astilleros, fábricas y siderúrgicas

- A ver, Edin, ¿cuántos barcos has construido en tu vida, ah? Y ni te pregunto por locomotoras, ferrocarriles, motores y mucho más. ¿Quién ha sido la Second City of the Empire, a ver, tú o yo?

- Uff, de eso ya pasó más de un siglo, querida. ¡Aterriza! De nada te sirven tus glorias del pasado. Estamos en 2011.

- ¿Y qué universidad tiene más premios Nobel, a ver?

- Habrás pagado para que ganen, Glassi.

- Tú podrás ser más bonita, Edin, pero yo soy excitante, cosmopolita, tengo sangre irlandesa, italiana. Tú, purita Escocia nomás, la cosa más aburrida... con mucho Parlamento pero ni siquiera tienes un país independiente que gobernar.

- Ya vas a ver, hermana, espérate que en unos años haremos el plebiscito y esta vez sí vamos a ganar la independencia de Inglaterra, espera y verás.

- Sueña, Edin, sueña. Yo me voy a tomar una cerveza y luego unos whiskycitos mirando el clásico Celtics - Rangers.

- ¿No te lo decía hace un rato? Eres una borracha. No te olvides de poner suficientes policías en el estadio, en el centro y por todas partes... ya sabes de lo que son capaces tus hijos...

- No hace falta que me lo recuerdes, querida. Y tú, sigue tirando la plata por la ventana con los nuevos estrados para tu Tattoo remedo de Disneylandia.

jueves, 2 de junio de 2011

EL HOMBRE PROPONE

Carlos sale de la casa con los minutos contados para tomar el metro y alcanzar el tren al sur en la estación central. En uno de los túneles, el metro se queda parado. Ni para adelante ni para atrás. No importa, piensa Carlos optimista, esos trenes al sur casi siempre llegan tarde. Finalmente el metro retoma la marcha, más lento que de costumbre, pero avanza. Llega a la estación central dos minutos después de la hora de salida del tren. Carlos corre – siempre con la esperanza del retraso de su tren – pero cuando llega al andén se da con rieles vacíos.

Busca la siguiente opción, sabiendo que perderá por lo menos una hora en llegar a Basilea, la primera ciudad suiza después de la frontera. Su plan original era hacer una parada de una hora en Friburgo, una estación antes de Basilea, dejar el equipaje en su hotel y proseguir el viaje, ligero no solo de cascos sino de peso. Pero el túnel le jodió el plan. Tendrá que ir con hatos y garabatos a su reunión y seguir arriándolos durante toda la jornada. Para variar, el tren veloz TGV, que es su segunda opción, sale con un retraso de veinte minutos. Típico – el tren que uno quiere que se demore, sale puntual y el siguiente, que uno quiere que salga a la hora en punto, se atrasa.

Cumple Carlos con su ajetreado programa de entrevistas y visitas en Basilea: almuerza con una encantadora mexicana que le recuerda a Laura Esquivel, toma el café de la tarde con su viejo amigo francés de 92 años, visita a la inquieta uruguaya Lorena que lo invita a degustar los ravioles más ricos que ha probado en siglos – rellenos de queso feta y tomate, servidos con verduras en juliana y salsa de albahaca y, por si fuera poco, elaborados por otro inquieto charrúa.

Grávido de deliciosas pastas, se dirige Carlos a la cita más importante del día: su mejor amiga Silvia llega en un tren... que no tiene atraso. A las diez de la noche el primer logro ferroviario de la jornada. Pero por ser tan tarde, ya no circulan los trenes rápidos y el viaje a Friburgo demora más del doble. Llegan exhaustos y cual zombis se suben a un taxi que los lleva al hotel. Oh, surprise! Al lado de las puertas cerradas un discreto avisito reza „La Recepción cierra a partir de las 22:00 horas“. ¿Y ahora qué? ¿Esperar? Ni siquiera un número de teléfono para emergencias. Silvia está demasiado agotada para hacerle reproches a su anfitrión por no haber tomado las precauciones del caso. Carlos piensa que si ella hubiera tomado el tren anterior no se estarían viendo ahora en tan penosa situación.

En una de las ventanas del primer piso (o segundo – en tierras ultramarinas) se ve luz. Carlos se dedica a dispararle moneditas suizas con la esperanza de que algún huésped bien intencionado se asome y les abra la puerta. Pero las monedas se pierden al caer entre los adoquines de la calle y desde arriba no hay la menor reacción. Silvia y Carlos siguen esperando que tal vez llegue otro huésped y los deje entrar. Pasa por delante de la puerta un despistado señor entrecano y se sigue de largo para luego girar sobre sus talones, coger las llaves y dirigirse hacia la puerta del hotel.

Alarma total. Carlos asalta sutilmente al salvador en potencia, le explica su desesperada situación y el benevolente sexagenario los deja entrar. Allí encuentran el teléfono de emergencia y diez minutos más tarde están cómodamente instalados en su habitación. No saldrán de ella hasta el domingo...pero no por lo que pudieran pensar los avezados lectores. Tan estresada está Silvia, que al hallarse al fin en condiciones de reposar le sobreviene una fiebre con escalofríos. Con las justas siente fuerzas para bajar a tomar el desayuno en el restaurante del hotel y regresar al cuarto.

Un día y medio después, algo restablecida Silvia gracias a la atención de cuerpo entero de Carlos, se despiden y ella toma su tren de regreso al sur. Cuando se dispone a salir de la estación, una señora le pregunta a Carlos en el andén cómo llegar a la dirección de su alojamiento. Por su atuendo, pañuelo que le cubre la cabeza, y su tez morena, pareciera proceder del cuerno de África o del Sahel. Carlos no tiene prisa y luego de hacer las averiguaciones del caso la acompaña hasta su albergue que no está lejos de la estación. Conversando por el camino, ella le cuenta que se llama Salma, es profesora de idiomas y su familia viene de la aromática isla de Zanzíbar.

Cumplida la buena obra del día, Carlos regresa caminando al centro y cuál no será su asombro al encontrarse cara a cara con Tim, un ex-alumno al que no veía más de quince años y con el que mantuvieron una amistad deportiva en los últimos noventa. El esforzado estudiante de derecho se ha convertido en un exitoso maestro de yoga – disciplina que ya practicaba desde aquellas épocas. Su casual encuentro se prolonga por más de una hora, tienen mucho que contarse. Al despedirse quedan en intercambiar correos electrónicos con la certeza de que ninguno de los dos moverá ni un dedo.

Horas más tarde, Carlos regresa apurado a la estación pero igual no alcanza a tomar el tren al norte. Quería llegar a casa con suficiente tiempo para depositar sus maletas y seguir a la cita de aquella noche pero por la demora tiene que ir con todos sus bártulos y el sudor de su frente a la casa del anfitrión de la cena.

Carlos se acuerda de lo que solía decir su abuela: el hombre propone y dios dispone (añadiendo a veces: y el diablo lo descompone).

jueves, 26 de mayo de 2011

RETAZOS DE MURO

Cual castillo de naipes, mi itinerario confeccionado escrupulosamente – como corresponde a quien lleva ya más de media vida en tierras germanas – se vino abajo en un instante: el tren en que viajaba a Berlín llegó con quince (!) minutos de atraso y arrasó con todas las conexiones previstas para llegar al barrio de mi amiga Tina.

Regresaba a la ciudad del muro después de tres años de ausencia y francamente me había olvidado de lo mucho que uno se demora en llegar de A a B en la extensa capital alemana donde un trayecto de media hora se considera „a la vuelta de la esquina“. Y peor aún si andas medio despistado como yo que por pura lógica mal aplicada no me subí al tren que iba en la dirección correcta creyendo que iba en la contraria y es que no sabía que estaba en la estación terminal de dicha línea y por consiguiente todos los trenes salían en el mismo sentido. ¡Qué atrevida es la ignorancia! decía mi abuela.

Tres trenes y una hora después llegué finalmente con el sudor de mi frente a la casa de Tina. Nadie abría la puerta. Me tocó sentarme en las escaleras y esperar pacientemente, alternando una buena lectura con papada de moscas, la llegada de la tan gentil como impuntual damisela. Teniendo un restaurante peruano a la mano, salimos corriendo a refrescarnos con un pisco sour acompañado de yuquitas fritas con ají y el consiguiente intercambio de chismografías.

Al día siguiente me tocaba ir al túnel para los ensayos preparatorios de la lectura. No había estado nunca en tan peculiar establecimiento pero siguiendo las indicaciones de Elena acudí a la hora acordada. En medio del barrio bohemio de Kreuzberg – conocido años ha como la pequeña Estambul por su alto índice de población anatólica – entré a una casa que se encontraba en refacción y después de atravesar el patio del fondo descendí al túnel. La primera sensación olfativa me transportó a un antro de la calle Diagonal de Miraflores con el sugerente nombre de Golden Gate. No que haya entrado alguna vez al citado établissement, pero por el mismo hecho de ser un local tabú en nuestros tiempos adolescentes más nos llamaba la atención y cuando acercábamos la punta de la nariz a la puerta flanqueada por dos cíclopes nos llegaba el mismo aroma de mala ventilación y/o alfombras enmohecidas. ¿Acá voy a presentar mi libro? No puede ser.

Tratando de disimular mi desazón nasal, entro al fondo del túnel y saludo a Elena, la anfitriona, y a Diego, el chico que se encargará de las luces y sonido. Soy muy malo disimulando y me reconfortan diciendo que mañana, con el decorado, no voy a reconocer el túnel. ¿Será verdad tanta belleza? Lo dudo. Procedemos a lo nuestro. En el evento habrá una primera parte de narración oral escénica. Me quedo boquiabierto al descubrir el talento e ingenio de esta versátil artista cubana capaz de convertir un simple retazo de tela en elemento dramático.

El lema de la noche es „Entre selvas y cocteles“ tendiendo un puente entre los narradores de historias de la selva amazónica peruana y el suscrito, narrador a su vez del Coctel Selva Negra. Aclaramos el plan de trabajo, nos repartimos las tareas y quedamos en vernos al día siguiente una hora antes del evento. El resto de la tarde disfruto la vida paseando por la capital.

Rodeado de una reliquia de cien metros del fatídico Muro de Protección Antifascista (así su título oficial en la difunta República Democrática Alemana) descubro un museo de sitio llamado Topografía del Terror (v. foto), una casa de la memoria dedicada ni más ni menos que a la Gestapo, el siniestro servicio de inteligencia nazi que tenía sus oficinas en ese mismo predio junto con otras dependencias no menos nefastas del Tercer Reich culpables del genocidio (1933-1945). Resalta la solemnidad del lugar la total ausencia de árboles o plantas, nada que pudiera distraer al visitante durante su estudio de los cuadros informativos.

Otro descubrimiento interesante es el museo dedicado a la extinta república germana oriental, la punta de lanza de un movimiento de Ostalgie (nostalgia del este) que embarga a bastantes alemanes orientales que se quedaron sin país en el lapso de un año entre 1989 y 1990 y aun no encuentran su lugar en la Alemania reunificada o siguen echando de menos los viejos tiempos.

Y llega la noche del lunes. Bajando las escaleras del túnel compruebo que el olorcito rancio de la víspera ha sido reemplazado por gratos aromas de incienso. Las paredes están decoradas con elementos temáticos aparentes. Me siento en cualquier otro lugar menos el que visité la víspera. Felicito a Elena y Diego por el tremendo logro. Como es un día tibio y soleado de primavera, le damos tiempo de llegar a la distinguida concurrencia. Mientras tanto degusto la creación de la noche: un "Coctel Selva Negra" - genial creación de Diego a base de pisco peruano, kirsch y granadina.

Elena comienza su performance encarnando a la runamula, versión amazónica del centauro, mitad mujer, mitad mula. Con su fascinante habilidad para la narración oral, nos relata el cuento del tunche, del bufeo rosado, del pishtaco. Me parece muy raro oír a una cubana casi sin acento caribeño. Me dicen las malas lenguas que la larga convivencia con un peruano le pulió el habla. Llega mi turno, algo intimidado pensando que no podré estar a la altura de la runamula. Pero felizmente quedamos en intercalar una lectura suya entre dos mías y el público responde con un cariñoso aplauso.