jueves, 26 de mayo de 2011

RETAZOS DE MURO

Cual castillo de naipes, mi itinerario confeccionado escrupulosamente – como corresponde a quien lleva ya más de media vida en tierras germanas – se vino abajo en un instante: el tren en que viajaba a Berlín llegó con quince (!) minutos de atraso y arrasó con todas las conexiones previstas para llegar al barrio de mi amiga Tina.

Regresaba a la ciudad del muro después de tres años de ausencia y francamente me había olvidado de lo mucho que uno se demora en llegar de A a B en la extensa capital alemana donde un trayecto de media hora se considera „a la vuelta de la esquina“. Y peor aún si andas medio despistado como yo que por pura lógica mal aplicada no me subí al tren que iba en la dirección correcta creyendo que iba en la contraria y es que no sabía que estaba en la estación terminal de dicha línea y por consiguiente todos los trenes salían en el mismo sentido. ¡Qué atrevida es la ignorancia! decía mi abuela.

Tres trenes y una hora después llegué finalmente con el sudor de mi frente a la casa de Tina. Nadie abría la puerta. Me tocó sentarme en las escaleras y esperar pacientemente, alternando una buena lectura con papada de moscas, la llegada de la tan gentil como impuntual damisela. Teniendo un restaurante peruano a la mano, salimos corriendo a refrescarnos con un pisco sour acompañado de yuquitas fritas con ají y el consiguiente intercambio de chismografías.

Al día siguiente me tocaba ir al túnel para los ensayos preparatorios de la lectura. No había estado nunca en tan peculiar establecimiento pero siguiendo las indicaciones de Elena acudí a la hora acordada. En medio del barrio bohemio de Kreuzberg – conocido años ha como la pequeña Estambul por su alto índice de población anatólica – entré a una casa que se encontraba en refacción y después de atravesar el patio del fondo descendí al túnel. La primera sensación olfativa me transportó a un antro de la calle Diagonal de Miraflores con el sugerente nombre de Golden Gate. No que haya entrado alguna vez al citado établissement, pero por el mismo hecho de ser un local tabú en nuestros tiempos adolescentes más nos llamaba la atención y cuando acercábamos la punta de la nariz a la puerta flanqueada por dos cíclopes nos llegaba el mismo aroma de mala ventilación y/o alfombras enmohecidas. ¿Acá voy a presentar mi libro? No puede ser.

Tratando de disimular mi desazón nasal, entro al fondo del túnel y saludo a Elena, la anfitriona, y a Diego, el chico que se encargará de las luces y sonido. Soy muy malo disimulando y me reconfortan diciendo que mañana, con el decorado, no voy a reconocer el túnel. ¿Será verdad tanta belleza? Lo dudo. Procedemos a lo nuestro. En el evento habrá una primera parte de narración oral escénica. Me quedo boquiabierto al descubrir el talento e ingenio de esta versátil artista cubana capaz de convertir un simple retazo de tela en elemento dramático.

El lema de la noche es „Entre selvas y cocteles“ tendiendo un puente entre los narradores de historias de la selva amazónica peruana y el suscrito, narrador a su vez del Coctel Selva Negra. Aclaramos el plan de trabajo, nos repartimos las tareas y quedamos en vernos al día siguiente una hora antes del evento. El resto de la tarde disfruto la vida paseando por la capital.

Rodeado de una reliquia de cien metros del fatídico Muro de Protección Antifascista (así su título oficial en la difunta República Democrática Alemana) descubro un museo de sitio llamado Topografía del Terror (v. foto), una casa de la memoria dedicada ni más ni menos que a la Gestapo, el siniestro servicio de inteligencia nazi que tenía sus oficinas en ese mismo predio junto con otras dependencias no menos nefastas del Tercer Reich culpables del genocidio (1933-1945). Resalta la solemnidad del lugar la total ausencia de árboles o plantas, nada que pudiera distraer al visitante durante su estudio de los cuadros informativos.

Otro descubrimiento interesante es el museo dedicado a la extinta república germana oriental, la punta de lanza de un movimiento de Ostalgie (nostalgia del este) que embarga a bastantes alemanes orientales que se quedaron sin país en el lapso de un año entre 1989 y 1990 y aun no encuentran su lugar en la Alemania reunificada o siguen echando de menos los viejos tiempos.

Y llega la noche del lunes. Bajando las escaleras del túnel compruebo que el olorcito rancio de la víspera ha sido reemplazado por gratos aromas de incienso. Las paredes están decoradas con elementos temáticos aparentes. Me siento en cualquier otro lugar menos el que visité la víspera. Felicito a Elena y Diego por el tremendo logro. Como es un día tibio y soleado de primavera, le damos tiempo de llegar a la distinguida concurrencia. Mientras tanto degusto la creación de la noche: un "Coctel Selva Negra" - genial creación de Diego a base de pisco peruano, kirsch y granadina.

Elena comienza su performance encarnando a la runamula, versión amazónica del centauro, mitad mujer, mitad mula. Con su fascinante habilidad para la narración oral, nos relata el cuento del tunche, del bufeo rosado, del pishtaco. Me parece muy raro oír a una cubana casi sin acento caribeño. Me dicen las malas lenguas que la larga convivencia con un peruano le pulió el habla. Llega mi turno, algo intimidado pensando que no podré estar a la altura de la runamula. Pero felizmente quedamos en intercalar una lectura suya entre dos mías y el público responde con un cariñoso aplauso.

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