domingo, 16 de enero de 2011

LAS FUNDAS DE POCHITA

Hace varios meses, cuando el sol estaba en la constelación del León, Pochita cumplió ochenta y cinco años, pero es tanta la vitalidad que despliega que su numeroso clan de hijos, nietos y bisnietos, además de parientes políticos, se está haciendo a la idea de que la matriarca llegará muy probablemente a los cien.

Mérito tiene de sobra: con una disciplina férrea, Pochita se levanta todos los días antes del amanecer para practicar una serie de ejercicios físicos que ha ido adaptando a sus requerimientos y posibilidades desde que comenzó con esta rutina, siendo la quinceañera rebelde que decidió abandonar el colegio en cuarto de secundaria. Eran los años 40 del siglo pasado y sus padres no la presionaron para que retomara las clases, al fin y al cabo su misión en la vida sería casarse, tener hijos y encargarse de su familia como lo habían hecho antes su madre y sus abuelas.

Siendo la hija sánduche, es decir rodeada de un hermano mayor y otro menor, Pochita siempre echó de menos tener una o varias hermanas y decidió que cuando se casara, tendría por lo menos doce hijos. No contó con que a lo mejor su co-productor podría tener otro parecer al respecto. En efecto, el espigado Gerardo, cuyo uniforme deslumbró fulminantemente a Pochita, consideró con bastante más criterio que – dado que sus ingresos castrenses no eran exorbitantes – sería mejor limitar la descendencia a dos, máximo cuatro retoños.

Cuando llegaron a tal cifra, con dos nenas y dos nenos en su haber, Gerardo se dio por bien servido con las dos parejitas y le dijo hasta aquí llegamos, Pochita. Pobre Gerardo, no contaba con la tenacidad de Pochita, que si bien no completó la docena que se había propuesto, sí que duplicó el primer cuarteto.

Los tres niveles de descendientes de Pochita parecen sin embargo no haber heredado ni un miligramo de la reciedumbre de su matriarca. Mientras ella remata su gimnasia matutina con un duchazo en tonificante agua fría, los blandengues de sus hijos, nietos y bisnietos prefieren sin excepción las bondades del agua tibia.

Durante nueve de los doce meses del año, Pochita se baña a diario en una playa de piedras del congelado y proceloso Océano Pacífico, a cuyas orillas ha vivido casi toda su vida. Ultimamente necesita ayuda para liberarse del abrazo de las olas en el momento de la salida, pero siempre tiene a algún hijo, nieto o amigo a la mano para tan loable tarea.

Como no podía ser de otro modo, Pochita es muy receptiva para todo tipo de consejos relacionados con una buena salud. Cada mañana, después de su gimnasia, bebe un vaso grande de agua tibia con jugo de limón. Por algún lado leyó también que en el interior de la cáscara de plátano hay sustancias vitales para la salud y – muy consciente ella – primero raspa el interior de la cáscara, se lo come y recién entonces procede con el resto de la fruta. Aunque no le gustan para nada, todos los días se prepara verduras crudas y cocidas por las vitaminas y fibra dietética que contienen.

Pochita es una persona extremadamente amable y amiguera, pero como todos en este mundo también tiene enemigas acérrimas: ¡las grasas! Más aun si la que las está ingiriendo es su hija Malena, que ha estado casi toda su vida bastante subida de peso, cosa que Pochita no ve absolutamente con buenos ojos. Pero cuando tiene por delante una caja de exquisitos chocolates, hace un cese del fuego en el combate a las malignas y arrasa con cuanto puede.

Su más reciente descubrimiento es que la mejor manera de prevenir la proliferación de ácaros en las camas es cambiando a diario las fundas de las almohadas. Manos a la obra, se dijo Pochita: para mantener en jaque a los invasores, cada mañana les arranca a sus remolones vástagos las fundas de sus almohadas, a veces incluso antes de que se hayan despertado estos, y les deja fundas limpias.

La inmensa energía eléctrica que recorre la anatomía de Pochita se manifiesta en un marcado dinamismo y espíritu de comando, sobre todo desde que enviudó de Gerardo. Sus hijos, agobiados a veces con la desbordante Pochita, se han reunido en consejo y han decidido tomar medidas preventivas. Creen haber hallado la solución en el extracto de una hierba muy buena que van a mezclar en los cereales que suele desayunar Pochita, una dosis muy baja, lo suficiente como para relajarla un poco. Con lo que no contaron los astutos, es que unas amigas de Pochita le hablaron maravillas del pan integral tostado y desde aquel día no ha vuelto a tocar su pomo de cereales.

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