domingo, 23 de enero de 2011

LA GUERRA DEL CULEBRÓN

Sobrevolando el otro día los titulares de www.elpais.es, me llama la atención una noticia sobre el disgusto personal del gobernante de Venezuela por una telenovela colombiana. Tan grande es el enojo que por decreto ha prohibido su difusión en la bolivariana república. Me imagino que la prohibición, como de costumbre, debe de haber disparado la popularidad de dicha serie a ambas orillas del Meta y el Orinoco. Pero ¿tanto alboroto por un culebrón?

Según la nota del PAIS, se trata de un personaje femenino llamado Venezuela que evidentemente está dotado de ciertas características que „not amused“ al caudillo de Caracas. Picado por la curiosidad, decido echarle una mirada crítica a CHEPE FORTUNA, la ominosa manzana de la discordia entre mis hermanas repúblicas. El resultado de la investigación no se hizo esperar: me enganché sin remedio a esta deliciosa novela costumbrista del Caribe colombiano.

Como no podía ser de otro modo, la trama central es simplísima: la niña rica Niña Cabrales, interpretada por una guapísima finalista del Miss Universo 2008, y Chepe Fortuna, humilde pescador del barrio El Tiburón a quien da cuerpo un no menos escultural actor de Barranquilla, se aman a pesar de venir de mundos opuestos y tendrán que superar mil y un obstáculos hasta llegar al final feliz que de momento solo dios y los autores saben cuándo ocurrirá.

¿Pero qué tiene esta trivial historia de amor imposible para hacer enfadar a Hugo Chávez? Dos personajes secundarios, las hermanas Colombia y Venezuela Castillo, morenas nacidas y crecidas en El Tiburón. La primera es la criada fiel de toda la vida de la familia Cabrales y la madre espiritual de Niña. Colombia derrocha picardía por todos lados y mueve cuanto hilo puede para unir a sus bienamados Niña y Chepe.

Su hermana Venezuela, en cambio, es la caricatura de la arribista y trepadora, una rubia al pomo gorda y fea, chismosa y sin escrúpulos, que se mete con un tipo casado y se lía en cantidad de negocios turbios con tal de lograr sus metas. En más de una escena, la gorda recibe un sonoro por qué no te callas, en evidente alusión al recordado episodio en que un exasperado rey Juan Carlos mandó callar a Chávez.

Cada vez que por sus enredos Venezuela está con la soga al cuello, llama a su hermana para que la saque del entuerto. ¿Con quién más va a contar Venezuela si no con Colombia? le dice lloriqueando a su hermana en un muy diciente episodio. Hasta aquí Caracas aprieta los dientes y soporta la parodia.

La famosa gota que colma el vaso cae cuando la intrépida Venezuela adopta un cachorro y lo bautiza Huguito. Durante un paseo al borde del mar, Huguito se pierde y Venezuela llora a mares la pérdida de su perrito, qué va hacer Venezuela sin su Huguito, se lamenta a lágrima viva. Moisés, su amante en la novela, le responde que por fin va a ser libre, que Huguito estaba cagándose por todos lados, metiéndose en casas vecinas, haciendo quedar mal a Venezuela.

Eso fue just too much para el inquilino de Miraflores. La prensa vasalla del caudillo ha puesto el grito en el cielo. Que se trata de mensajes subliminales, con toda la maldad y la saña de los guionistas de la vecina Colombia. Por mi lado, yo también me quejo porque me he quedado enviciado y carezco de suficiente disciplina para no zamparme de un tirón los ochenta capítulos que me faltan hasta ponerme al día con las peripecias de Colombia y Venezuela, de Niña y Chepe.

El enganche se debe en parte al excelente guion de Miguel Ángel Baquero y Eloísa Infante con diálogos cargados de humor, juegos de palabras, localismos y sobre todo a cuatro actrices geniales, dos villanas y dos buenas.

Una espectacular Margalida Castro interpreta a Úrsula, la implacable y pérfida matriarca del clan Cabrales. Úrsula es la versión caribeña y en silla de ruedas de la malévola Mamá Elena de Como agua para chocolate, sobre todo cuando reclama a gritos a su empleada Colooombia mientras hace timbrar la campanita que lleva siempre en sus manos. Su marido Jeremías la llama dócilmente mi general.

Consuelo Luzardo da vida a la antagonista de Úrsula, su vecina, la encantadora solterona Alfonsina Pumarejo, psiquiatra dotada de sensibilidad social y una agudísima inteligencia, tanta que espantó a los pretendientes que tuvo en su juventud. A Alfonsina le encanta jugar ajedrez con Jeremías y poco a poco se irá convirtiendo en la mejor amiga y consejera de Chepe Fortuna.

Lorna Cepeda, hermana mayor de Angie, interpreta a la aguerrida Petra Meza, más conocida en El Tiburón por su sobrenombre y principal atributo, la Celosa. Es uno de los personajes más graciosos de la novela por su manera exageradamente costeña de hablar y los enredos en que se mete por chismosa. Con su marido, el casquivano Bellaco, Celosa dirige la principal tienda de abarrotes del Tiburón y ay de que se entere de que alguna mujer estuvo con su Bellaco. Pero siempre que Chepe Fortuna la necesita, Celosa es una aliada incondicional.

Una tan estilizada como estirada Kristina Lilley da vida en la novela a Malvina, la elegante e intrigante madre de Niña Cabrales. Malvina cambió totalmente de vida cuando se fue de Bogotá a la costa con su ahora difunto marido y no ve la hora de esquilmar a su familia política para regresar bien forrada a la sabana. Pero por mientras, haciendo honor a su papel de villana, Malvina es amante del prometido de su hija - toda una madraza.

El vallenato que abre la telenovela trasmite la moraleja de la historia:

Tiburón que se duerme, se convierte en sushi.

¡Gracias, Colombia! y ¡paciencia, Venezuela!

domingo, 16 de enero de 2011

LAS FUNDAS DE POCHITA

Hace varios meses, cuando el sol estaba en la constelación del León, Pochita cumplió ochenta y cinco años, pero es tanta la vitalidad que despliega que su numeroso clan de hijos, nietos y bisnietos, además de parientes políticos, se está haciendo a la idea de que la matriarca llegará muy probablemente a los cien.

Mérito tiene de sobra: con una disciplina férrea, Pochita se levanta todos los días antes del amanecer para practicar una serie de ejercicios físicos que ha ido adaptando a sus requerimientos y posibilidades desde que comenzó con esta rutina, siendo la quinceañera rebelde que decidió abandonar el colegio en cuarto de secundaria. Eran los años 40 del siglo pasado y sus padres no la presionaron para que retomara las clases, al fin y al cabo su misión en la vida sería casarse, tener hijos y encargarse de su familia como lo habían hecho antes su madre y sus abuelas.

Siendo la hija sánduche, es decir rodeada de un hermano mayor y otro menor, Pochita siempre echó de menos tener una o varias hermanas y decidió que cuando se casara, tendría por lo menos doce hijos. No contó con que a lo mejor su co-productor podría tener otro parecer al respecto. En efecto, el espigado Gerardo, cuyo uniforme deslumbró fulminantemente a Pochita, consideró con bastante más criterio que – dado que sus ingresos castrenses no eran exorbitantes – sería mejor limitar la descendencia a dos, máximo cuatro retoños.

Cuando llegaron a tal cifra, con dos nenas y dos nenos en su haber, Gerardo se dio por bien servido con las dos parejitas y le dijo hasta aquí llegamos, Pochita. Pobre Gerardo, no contaba con la tenacidad de Pochita, que si bien no completó la docena que se había propuesto, sí que duplicó el primer cuarteto.

Los tres niveles de descendientes de Pochita parecen sin embargo no haber heredado ni un miligramo de la reciedumbre de su matriarca. Mientras ella remata su gimnasia matutina con un duchazo en tonificante agua fría, los blandengues de sus hijos, nietos y bisnietos prefieren sin excepción las bondades del agua tibia.

Durante nueve de los doce meses del año, Pochita se baña a diario en una playa de piedras del congelado y proceloso Océano Pacífico, a cuyas orillas ha vivido casi toda su vida. Ultimamente necesita ayuda para liberarse del abrazo de las olas en el momento de la salida, pero siempre tiene a algún hijo, nieto o amigo a la mano para tan loable tarea.

Como no podía ser de otro modo, Pochita es muy receptiva para todo tipo de consejos relacionados con una buena salud. Cada mañana, después de su gimnasia, bebe un vaso grande de agua tibia con jugo de limón. Por algún lado leyó también que en el interior de la cáscara de plátano hay sustancias vitales para la salud y – muy consciente ella – primero raspa el interior de la cáscara, se lo come y recién entonces procede con el resto de la fruta. Aunque no le gustan para nada, todos los días se prepara verduras crudas y cocidas por las vitaminas y fibra dietética que contienen.

Pochita es una persona extremadamente amable y amiguera, pero como todos en este mundo también tiene enemigas acérrimas: ¡las grasas! Más aun si la que las está ingiriendo es su hija Malena, que ha estado casi toda su vida bastante subida de peso, cosa que Pochita no ve absolutamente con buenos ojos. Pero cuando tiene por delante una caja de exquisitos chocolates, hace un cese del fuego en el combate a las malignas y arrasa con cuanto puede.

Su más reciente descubrimiento es que la mejor manera de prevenir la proliferación de ácaros en las camas es cambiando a diario las fundas de las almohadas. Manos a la obra, se dijo Pochita: para mantener en jaque a los invasores, cada mañana les arranca a sus remolones vástagos las fundas de sus almohadas, a veces incluso antes de que se hayan despertado estos, y les deja fundas limpias.

La inmensa energía eléctrica que recorre la anatomía de Pochita se manifiesta en un marcado dinamismo y espíritu de comando, sobre todo desde que enviudó de Gerardo. Sus hijos, agobiados a veces con la desbordante Pochita, se han reunido en consejo y han decidido tomar medidas preventivas. Creen haber hallado la solución en el extracto de una hierba muy buena que van a mezclar en los cereales que suele desayunar Pochita, una dosis muy baja, lo suficiente como para relajarla un poco. Con lo que no contaron los astutos, es que unas amigas de Pochita le hablaron maravillas del pan integral tostado y desde aquel día no ha vuelto a tocar su pomo de cereales.

sábado, 1 de enero de 2011

ACUARELA DE MINDELO

CESÁRIA

Hasta bien entrada en la cuarentena, esta chatita gordita, casi tan alta como ancha, cantaba en bares de medio pelo de Mindelo, su puerto natal. Un día, un productor francés la escuchó y la invitó a grabar en su estudio. Con su voz aterciopelada y su encanto natural se hizo famosa como „la diva de los pies descalzos“. Veinte años después, Cesária Évora es una celebridad internacional con giras desde California hasta Shanghái pasando por Caracas y Bucarest. Si algo la limita actualmente, son solo las consecuencias de décadas de abuso de alcohol y tabaco. Ya no toma, pero no ha podido dejar de fumar, a pesar de la prohibición médica. Cuando las temperaturas lo permiten, en los escenarios prefiere siempre cantar sin zapatos. Por su carácter campechano y su voluntad de ayudar a todo el que se lo pide, es una de las personas más populares y queridas en su país, Cabo Verde. Su casa en Mindelo no tiene vigilancia particular. Basta tener un poco de suerte para encontrarla. Después de tres intentos fallidos en el transcurso de un año – la señora andaba de gira o estaba indispuesta – por fin logro reunirme con ella un sábado por la tarde. Me acompañan Yellow y Christopher, paisanos lejanamente emparentados con la artista. Lo único que nos pide Cize, como la llaman sus amigos y parientes, es que no la entrevistemos. Siempre la había visto con pelo corto en fotos y reportajes y me llama la atención su actual peinado de trenzas africanas que le llegan hasta la cintura. Nos hace pasar a su salón, me enseña orgullosa los innumerables premios que ha recibido – Grammy incluido. Le digo las pocas palabras que sé decir en su lengua, kriolu, y me da la impresión de que el gesto es bien recibido pues manda llamar a su „empregada“, un muchacho enjuto pintado de rubio que según me cuentan es su sobrino, para que nos sirva pontche de limao, un delicioso licor de melaza macerado con cortezas de limón, que degustado en tan ilustre compañía sabe aún más rico. Usted no bebe, Cize? le pregunto. No, me lo ha prohibido el médico, responde dándole una pitada profunda a su cigarrillo.

Para oír "Bia de Lulucha", uno de los primeros grandes éxitos de Cize, seguir el enlace o copiar y pegar:

http://www.youtube.com/watch?v=QqEovTkgTvM

YELLOW

Su nombre oficial es José Morais pero así no lo conoce nadie. De un antepasado inglés heredó los cabellos claros que motivaron que desde joven lo llamaran „yellow man“ o simplemente Yellow. Con su estatura y corpulencia de armario, deslumbró en un santiamén a la guapa Susana, que ya tenía dos hijos de uniones anteriores. Luego vino Christopher, primer hijo de Yellow y tercero de Susana. Fue la madre de Yellow, una encantadora morena setentona, la que me llevó al bar-domicilio de la pareja. Chocamos en la puerta del supermercado Fragata y sus compras se le cayeron al suelo. Recogimos todo juntos y así entablamos conversación. Ven a que conozcas el bar de mi hijo, me invitó solícita, queda aquí cerca. Así llegué al bar Susana del que me convertí en visitante asiduo. Cuando vi que el supuesto hijo era un tipo „gringo“ pensé que no le había entendido bien a la señora. Más adelante me enteré de que los genes anglófilos venían por el lado paterno. Y que a Yellow no le gustaba darle dinero a su madre, pues la señora es miembro de una iglesia medio sectaria y su hijo teme que gran parte de su ayuda vaya a parar en las manos de sus sufridos y codiciosos pastores. Esta confidencia me la hizo Yellow después de la visita a Cesária Évora, mientras caminábamos a la fiesta de despedida de su amigo Debis.

CHRISTOPHER

Es el primer hijo de Yellow y tercero de Susana. Nació un 28 de noviembre y por lo tanto su fiesta de „guarda-cabeça“ se celebró el 5 de diciembre siguiente. Yo justo estaba en Mindelo y al pasar como de costumbre a marcar tarjeta en el bar Susana, me di con las buenas noticias del nacimiento de Christopher y de que esa misma tarde se celebraría su „guarda-cabeça“. Según la tradición mindelense, una semana después del nacimiento se reúnen los familiares y amigos para comer, beber y cantarle canciones al recién nacido, augurándole así una vida larga y feliz. Para tan importante ocasión, Susana y Yellow tiraron la casa por la ventana. No solo el bar sino también los espacios privados estaban repletos de gente. Al parecer, algunos de los asistentes no habían sido invitados pues oí cómo Yellow los expulsaba del bar a gritos. Volví a ver a Christopher un año después, en vísperas de su primer cumpleaños. Tenía mucha curiosidad por ver si el pequeño calificaría para el mismo apodo que su padre, pero los genes africanos son más fuertes que los ingleses y Christopher tiene los ojos grandes de su madre pero de un color tal vez más claro. Su tez es canela, sus cabellos totalmente prietos. Vamos a ver cómo cambia en los años que vienen.

DEBIS

Su nombre oficial es Eduardo, pero como buen caboverdiano no lo usa, todos lo llaman Debis. Tiene la cabeza rapada, una barriga incipiente y brazos corpulentos. No se parece en absoluto a sus otros hermanos Beri y Waldir. Debis emigró a Francia hace unos ocho años, trabaja como electricista y está muy feliz de vivir cerca de París. La fiesta, a la que Yellow ha tenido la gentileza de llevarme, es para despedirse Debis de sus parientes y amigos después de pasar sus vacaciones en Cabo Verde. Su familia le ha prestado la azotea de su casa en el céntrico barrio de Madeiralzinho. Debis tiene un hermano músico y rastafari, Beri, que es muy amigo de Yellow y Susana, de allí también la invitación. Antes de ingresar al edificio donde se celebra la fiesta, vamos Beri, Yellow y yo a comprar cervezas en un supermercado para contribuir a la causa. Subiendo a la azotea pasamos por la improvisada cocina donde Pomba, también hermano de Debis, está dando los últimos toques a una suculenta pasta que huele delicioso.

POMBA

Hermano de Debis. El apodo de Pomba, paloma en portugués, resulta irónico al ver a un tremendo moreno de por lo menos metro noventa de estatura y cien kilos de peso. Le pregunto ¿sabes que dicen que quien es bueno en la cocina lo es también en la cama? Se ríe Pomba, se ríen también los que lo circundan. Me sirvo un plato de esa pasta que huele tan rico y sabe todavía mejor bajo el cielo estrellado de Mindelo.

WALDIR

Es el hermano menor de Debis, Beri y Pomba, más menudo también de físico. Me comentan que tiene problemas de salud mental, sufre de esquizofrenia y no debe tomar alcohol porque se vuelve autodestructivo. La gruesa cicatriz que luce en el cuello, al lado de la manzana de Adán, proviene de su último intento de degollarse. Procuro mantener una prudente distancia de Waldir, quien a pesar de las recomendaciones ya ha tomado más de cuatro cervezas.

CHARO

Llegó a esta isla semi-desértica como cooperante española y me dice que no piensa ni remotamente volver a vivir en la península que la vio nacer. Ni siquiera una vez que cerraron la casa-proyecto para niños de la calle, donde trabajaba. Simplemente les cortaron el presupuesto desde Madrid y la contraparte local los puso de patitas en la rúa. Charo es bajita, flaca, muy menuda, pero lo que le falta de corpulencia le sobra en fuerza de voluntad. Contra viento y marea está tratando de conseguir un sustituto para el apoyo que recibían de España y retomar su proyecto socio-educativo. Tiene dos hijos adultos en España, que la visitan cada vez que pueden, lo que no es muy frecuente dada la crisis ibérica. Conoció a Mario, su actual pareja, en Cabo Verde y se les ve muy compenetrados. Ha asumido como hija a su otrora protegida Maria da Graça.

MARIO

Nació en Angola de padres caboverdianos cuando Portugal era la metrópolis de ambos territorios y se llevaba mano de obra barata de una región a otra del imperio verdirrojo. Por su mayor afinidad cultural con Lisboa, los „berdianos“ mulatos asumían con frecuencia posiciones superiores o de funcionarios públicos en las otras colonias africanas. Habiendo pasado sus primeros años como uno de los favorecidos de la sociedad colonial angoleña, cuál no sería su pasmo ante los primeros síntomas de racismo contra los mestizos, una vez consolidada la independencia de Portugal. Tan difíciles se volvieron las cosas en Angola que su familia entera se repatrió a la flamante República de Cabo Verde. Ahí encontró trabajo como tripulante en la línea de barco que une Mindelo con la vecina isla de Santo Antao. En uno de sus viajes le sonrió muy amable una mujer española que viajaba a Porto Novo para pasar el fin de semana lejos del bullicio de Mindelo.

GRACE JONES

No recuerda si alguna vez conoció a su padre o a su madre. Como adolescente conflictiva recogida en la calle, Maria da Graça llegó a la casa-proyecto de la cooperación española en Mindelo. Después de arduas disputas y gracias a la paciencia y constancia de Charo, Grace Jones, como la apodaron por su afición a no llevar el cabello nunca más largo que cinco milímetros, pasó a integrar el equipo directivo de la casa. Desde que les cerraron el financiamiento y se quedó sin techo, vive en casa de Charo. A la despedida de Debis fueron los tres juntos, Charo, Mario y Grace Jones. Apenas Yellow la vio en la azotea, me dirigió una mirada muy diciente y a la primera canción bailable que puso el DJ, la sacó a bailar a la „chica Bond“ de Cabo Verde.