viernes, 30 de septiembre de 2011

LAS PROPINAS DE RAFAELITO

Domingo, tres de la tarde.

Como todas las semanas, Melina va a visitar a su sobrino Rafael.

- Esta tarde voy ver mi hembrita, saluda a su tía con un abrazo el treintañero orgulloso.

- No sabía que tenías enamorada, Rafa, lo mira con coquetería Melina, ¿desde cuándo, ah?

Brillan los ojos orientales del muchacho con síndrome de Down.

- Hace tiempo, le contesta con anticipación y ternura en su mirada de Gengis Kan. ¿Qué pasa con abuelo Humberto, Melina, lo has visto? Viene todos los domingos esta hora, se asoma a la ventana y mira a la derecha y a la izquierda con impaciencia Rafael.

- Ya debe de estar por llegar, no te preocupes, quedamos en vernos aquí. ¿Por qué tanto apuro, enano?

- Pasa que cuando viene abuelo, siempre me deja propina y necesito urgente para ver Charito, se explica y atolondra Rafael.

- No te entiendo, Rafa, ¿quieres comprarle un regalo a tu enamorada? Si necesitas te puedo prestar plata hasta que llegue el viejo.

- No, Melina, yo llevo propina Charito y Charito juega conmigo, le guiña un ojo a su tía Rafael.

- ¡¿Qué cosa?! se hace la escandalizada Melina pero lucha por refrenar un ataque de risa.

- Sí, tía, mi hembrita y yo jugamos todos los domingos. Abuelo Humberto viene con propina y yo voy corriendo donde Charito.

- ¿Y eso desde cuando, picarón?

- ¡Uff, hace tiempo!

- Y la familia de Charito?

En ese momento chillan los frenos del coche de Humberto y el ochentón se dirige barriga en mano a saludar a su nieto. Pasan a la casa, conversan un rato, pero Humberto es un hombre de pocas palabras y a los diez minutos ya está regresando hacia su carro, no sin antes deslizar como siempre un billetito en el bolsillo de la camisa de Rafael, que abraza con más efusividad todavía a su abuelo y desaparece en la primera esquina a la derecha.

Intrigada, Melina busca a Rosalía, la parienta que aloja y cuida a Rafael hace ya varios años.

- Oye, Rosalía, ¿tú sabías eso de Rafa y Charito?

- Por supuesto, es una chica bien simpática de acá del barrio. La conozco desde que era una bebe de pecho.

- Pero, a ver, cómo es eso, ¿un buen día se ponen a „jugar“ a cambio de la propina de mi papá?

- Charito es de la misma edad de Rafael. Jugaban desde que eran criaturas. Cuando Rafa me dio a entender que le gustaría pasar a mayores, lo consulté con Charito. Ella le tiene mucho cariño a Rafa y la propina también le servía a ella y a su familia. Listo. ¿No sabías que los chicos Down pueden tener una vida sexual normal? Claro que solo si sus familias les dan ciertas facilidades... cómo te explico.

- No tienes que explicarme nada, se despidió Melina risueñamente pensativa con lo que acababa de aprender.

ESTAMPAS DE BODA - 2

Sperlonga - hotel Tirrenia, domingo, 00h59

A la una de la madrugada en punto, aparece en la puerta del hotel Tirrenia el autobús que se llevará de regreso a Véroli a los más tenaces invitados que declinaron la opción de ser trasladados a su hotel a las once de la noche. Con cada persona que sube al vehículo – algunas pocas con buena cara, la mayoría en avanzado estado de embriaguez – aumenta el silencio donde hace apenas un par de horas no se escuchaba ni la propia voz en medio de tanta música, algarabía y placer de multitudes.

El comité de despedida está conformado por los protagonistas de la jornada, Raffaella y Gonza, así como tres parejas más que reservaron habitaciones en el Tirrenia para pasar la noche frente al mar y ahogar la resaca del día siguiente en las aguas tibias del Mediterráneo.

Finalizan así quince horas de fiesta inmensamente pródigas en bebida y comida. Italia es una nación golosa y el que no comparte este parecer probablemente nunca fue invitado a un matrimonio italiano, donde el menú de gala no cabe en menos de seis u ocho horas. Pero vayamos en orden de aparición.

Ni bien terminada la ceremonia religiosa, los tíos de la novia ofrecen a todo el grupo una rueda de refrescos – desde prosecco hasta cocacola – para paliar la calor sofocante del mediodía antes de continuar hacia Sperlonga, donde será la fiesta.

Dos horas más tarde, apenas llegados al hotel Tirrenia, en la terraza y los jardines un aperitivo fuera de lo común espera a los invitados: Aperol spritz... pero en vez de servirlo líquido y en copas lo sirven en forma de gel en cucharas de acrílico. A juzgar por la avalancha de personas que se alinean delante de la mesa, el primer hambre aprieta y el personal de servicio a duras penas consigue reponer las bandejas que se vacían en dos segundos. El inmenso molde de queso parmesano de donde se van cortando pedazos es un homenaje a la novia. La pata de jamón al lado del parmesano, un guiño a la patria ibérica del novio.

En cualquier momento llamarán a la concurrencia a ocupar sus puestos debidamente señalizados en el salón de fiestas del Tirrenia, donde por fin podrán todos guarecerse del sol inclemente. Raffaella y Gonza han pensado en todo: cada mesa lleva el nombre de un platillo tan internacional como el selecto círculo de invitados: desde las mexicanas quesadillas hasta el nipón sushi, pasando por la quiche francesa, germanísimos kartoffelpuffer y gulash austrohúngaro. Sin embargo Italia gana numéricamente al resto con sus lasagna, pizza, polenta y spaghetti – al fin y al cabo es el país anfitrión. Representan a la patria del novio el infaltable cocido madrileño, la paella y la tortilla española.

Al lado de la entrada, un tablero indica los nombres de las 18 mesas y quiénes están sentados en qué mesas. Aquella con el lusitano bacalhau de natas tiene algo diferente. Casi todos los nombres son masculinos. Se repite la reunión de las bancas traseras en la capilla del Carmen: las tres parejas masculinas están en la misma mesa. Los novios tuvieron la delicadeza de agrupar a los invitados por afinidades afectivas. Completan la rueda el boricua Rolando con su mujer austriaca y su encantador hijo eurocaribeño.

Comienza el castigo: solo con los antipasti se pasan dos horas y media. Y claro, si no no habría tiempo para degustar el desfile de camarones al estilo de la India, el pez rana con alcaparras y cebollas caramelizadas, los langostinos con tocino, el milhojas de calamares, el carpaccio de pulpo con granada, los rollitos de bresaola con queso de cabra, la berenjena a la parmesana y la polenta coronada de queso fundido.

Después del tercer antipasto, algunas caras ya denotan cierta saciedad pero estamos en un matrimonio a la italiana y se comerá y beberá hasta caer rendidos bajo la mesa. Más vino y ¡que vengan los primi piatti! El menú anuncia canelones rellenos de espárragos, queso de búfala y provola en salsa aterciopelada de radicchio, un risotto al Pernod y langostinos rojos. Sígase sufriendo durante una hora más.

Entre primi y secondi piatti se sirve un refrescante sorbetto de limón y menta. Acto seguido el plato fuerte: filete de ternero en cama de rucola con filamentos de parmesano y ratatouille de verduras. Después del secondo y antes de los postres, Raffaella y Gonza se alistan para dar un paseo al borde del mar. Algunos de los invitados aprovechan el pánico, sacan de sus bolsos el traje de baño y se dan un chapuzón en el Mediterráneo con el sol oblicuo del atardecer.

Con el atardecer, el epicentro de la fiesta se traslada del salón a la terraza que bordea la piscina. La calor aprieta, van cayendo las ropas, los primeros clavadistas se tiran al agua, una que otra chica despistada es lanzada a la piscina sin previa autorización. El hermano del novio se pasea en una sugerente combinación de camisa, corbata y un escueto bañador. Sube el volumen de la música y comienza el baile. En una comunidad italo-española de más de dos centenares de personas no podían faltar unas enormes ganas de festejar. Danzan los veinteañeros, los cuarentones, los setentones y los intermedios al ritmo de lo que ponga el DJ.

Cuando a la medianoche se apaga la música – el hotel tiene un estricto reglamento que prohibe hacer ruido después de cierta hora – se siente en el ambiente unas tremendas ganas de seguir celebrando pero hay que prepararse para la recogida que será a la una. Últimos tragos de la noche, abrazos, besos, pedazos de torta helada. Tal vez se forme esta noche alguna nueva pareja hispano-italiana que permita repetir el plato en un par de años – ¡ojalá!

ESTAMPAS DE BODA - 1

Roma – estación Termini, viernes, 17h00

Mañana se casan Raffaella Angelini y Gonzalo Hernández del Águila. Ella, italiana de pura cepa, descendiente directa de uno de los cardenales que gobernaban los estados pontificios; él, madrileño del castizo barrio de La Latina. Como buenos jóvenes europeos del S. XXI, Raffaella y Gonza hablan cuatro o cinco idiomas, tienen la mejor de las formaciones profesionales y no viven en sus alicaídos países de origen sino al norte de los Alpes. Un trabajo bien pagado así como un variopinto e internacional grupo de colegas y amigos los ayudan a no sentir tanta nostalgia de sus respectivas penínsulas mediterráneas que de todos modos visitan varias veces al año.

El grupo de invitados a la boda que ha quedado en reunirse con Gonza a las 17 horas en el andén 17 de la stazione Termini no podía ser menos multicolor: predomina en número y volumen de las voces un castellano con marcado acento ibérico, pero también se oye uno que otro simpático dejo ultramarino con matices caribeños, rioplatenses y andinos. No falta por supuesto la gutural jerga de las amistades germanas de los contrayentes. Por ahí se oyen también lenguas exóticas, podrían ser bálticas o eslavas, cuyos hablantes se ven forzados a recurrir al inglés para comunicarse con los demás invitados. La pregunta es ¿dónde está el novio? Ya son las 17h30 y ni rastros de Gonzalo. ¿Cambiaron de planes en último minuto? ¿Acaso se ha dado a la fuga como Julia Roberts en Runaway Bride?

Una llamada del novio aclara todo: resulta que a uno de los invitados alemanes que caminaba con Gonza por las calles de Roma le robaron la cartera donde llevaba el boleto para recoger su equipaje depositado en la estación. El reglamento estipula que la única manera para que el desafortunado germano pueda recuperar su maleta es sentando una denuncia policial, tarea nada fácil cuando se trata de combatir la falta de voluntad del funcionario italiano un bochornoso día viernes por la tarde. Superado ese escollo, aparecen en el andén 17 Gonzalo y las cinco personas que faltaban.

Escila y Caribdis aguardan sin embargo a la vuelta de la esquina: una vez distribuido el centenar de invitados en los dos autobuses alquilados para el evento, arrancan los motores en direzione Torgello. La alegría no dura mucho: es verano y la salida de Roma por la via Tiburtina está totalmente congestionada. Un aviso luminoso indica que en vez de los habituales 20 minutos se tardarán una hora y media hasta poder circular por la Autostrada del Sole hacia el sur. Con cada metro que la caravana avanza, aumenta la sensación de estar en un paseo escolar de alumnos de primaria.

Una vez en la autovía al sur, el siguiente escollo: el conductor del segundo autobús le envía un aviso de alarma al primero. Rien ne va plus! Bus 1 se detiene en el carril de emergencia y espera a Bus 2. Luego de verificar cuántos asientos disponibles quedan en B1, se procede a trasladar a los invitados más urgidos del B2 al B1 para continuar hasta Véroli, dejar allí al primer grupo y volver a por los que faltan. La cena estaba prevista para las 20h pero B1 recién llega al hotel a las 21h30 con lo cual es necesario corregir toda la logística y mantener en alerta al equipo de cocina hasta que estén allí todos los invitados. Raffaella, oportunamente afónica, no puede ni sabe qué decirle al impaciente personal del hotel. A las 23h – por fin – se llenan las mesas con un sonoro buon appetito a tutti.


Véroli – capilla del convento del Carmen, sábado, 12h00

Situado en la cima de una colina, el convento del Carmen domina un valle lleno de campos de girasoles, cereales, viñas y alamedas de cipreses. El calor aprieta a mediodía. Más aún tomando en cuenta que los invitados a la boda no solo han desayunado en el hotel sino también asistido a un agasajo en casa de los padres de la novia, regado de prosecco, vinos, gaseosas y toda una gama de bocaditos dulces y salados. La ingesta de ingentes cantidades de calorías se hace evidente.

Al interior de la capilla, en la mitad trasera del flanco derecho, Robert y Carlos constatan sudorosos que delante de ellos están sentados Giovanni, buen amigo de Raffaella, y su novio francés Bernard. Una mirada hacia atrás revela que el cubano Arístides y su otoñal marido germano se ubicaron exactamente detrás de ellos. ¡Qué ejemplo de unidad familiar! Y sin acuerdo previo. Un guiño de Carlos al frente, uno de Robert hacia atrás y comienza la ceremonia bilingüe a cargo de un reverendo tío del novio tan políglota como su sobrino.

Sin darle tiempo al cura de acabar con el podéis ir en paz, la congregación italo-hispana y de todo el mundo comienza a abandonar con prisa la iglesia en busca de una brisa fresca. Cuando los flamantes esposos terminan por fin de estampar sus rúbricas en los archivos solemnes y tomarse las fotos de ley frente al altar, el templo ya se ha vaciado. Raffaella y Gonzalo saldrán de la capilla con marcha nupcial pero sin miradas conmovidas ni risitas bobaliconas de parientes, amigos y paracaidistas a ningún lado del pasillo. Todos están afuera esperando con un abanico en una mano y un puñado de arroz en la otra, para la buena ventura de los recién casados.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

TEMA DE TARA

Cuando conocí a Tara en el pueblo de Chiajna, Rumanía, ella era muy joven y sin embargo ya había perdido dos de sus siete vidas. La primera, en manos de unos impresentables mozalbetes que no tuvieron mejor idea que cubrirla con pintura y – en un momento de milagrosa lucidez – arrojarla por encima del muro de Nana, quien afortunadamente se encontraba en el jardín y sin perder un segundo la recogió, la reanimó y le sacó con delicadeza toda la mugre pictórica de encima.

A las cuatro semanas de su irrupción en escena, la pequeña Tara ya estaba perfectamente ambientada a su nuevo hábitat y, gracias a su buen carácter y trato cariñoso con los que se le acercaban, conquistó el corazón de toda la familia de Nana. Fue entonces que Dragos (en rumano se pronuncia drágosh), hijo de Nana, salió una noche al jardín y cuál no sería su impresión al ver que el perro de sus vecinos, un energúmeno que vivía enjaulado y obviamente acababa de zafarse de sus cadenas, se había metido en su terreno y tenía a Tara en sus fauces. Dragos corrió hacia ellos, liberó a la felinilla que era un amasijo de barro y babas caninas, la examinó con cuidado y comprobó aliviado que Tara no había sido herida de gravedad. Acto seguido, la bañó con agua tibia y la cobijó hasta sentir que el palpitar desbocado de su engreída volvía a la normalidad.

A pesar de su rancio abolengo de felina y su mala experiencia con perros, Tara sigue dando señales de querer pertenecer más al género canis lupus que a su legítimo felis domésticus. Pasa todo el día en el jardín y apenas algún miembro de la familia de Nana sale de la casa, ahí se manifiesta ella saludando al visitante con la colita enhiesta, cabezazos en los tobillos y ronroneando a todo volumen, sin importarle si la persona en cuestión le hace caso o no. Y si alguien camina por la extensa huerta, puede estar seguro de que Tara le seguirá los pasos hasta los linderos del terreno.

Imposible definir el color del terciopelo de Tara, que va del pardo al rojo fuego pasando por el gris y negro. Su mirada revela las dos vidas que lleva perdidas y las ganas de disfrutar mucho de las cinco que le quedan con Nana y Dragos:

Suban el telón para que entre en escena Tara: