Excelencia
o sublimidad de ingenio, virtud u otra dote del alma. Así define
el Diccionario de la Real Academia el término eminencia,
que es también el tratamiento protocolario para cardenales,
aquellos príncipes de la iglesia católica vestidos de negro y rojo
escarlata. Delante del nombre de Jorge Arturo Augusto Fernando Cardenal Medina Estévez leo la abreviatura Emmo. que es
el superlativo de eminente: eminentísimo. Es decir, volviendo a la
definición: excelentísimo o sublimísimo de ingenio, virtud u otra
dote del alma.
Después
de leer sus recientes declaraciones a la revista chilena Caras
(edición del 27 de abril pasado), me pregunto cuáles serán esas
dotes del alma en la que es pródigo ese buen señor que compara al
homosexual con un niño que nace sin un brazo. Está claro que el
ingenio y la virtud se le perdieron en el camino de Santiago al
Vaticano y viceversa. Definitivamente, el eminentísimo no se ha dado
la molestia de actualizar sus conocimientos de psicología, medicina,
derecho. Tal vez no se le puede exigir tanta sublimidad de ingenio a
un venerable clérigo de ochenta y cinco años, peor aún viniendo de
una institución que ignora demasiadas cosas que suceden más allá
de las paredes de sus templos y sacristías y silencia otras tantas
en sus propias filas.
Tomando
en cuenta que una cuarta parte o más del clero católico es bastante
propenso a las prácticas homosexuales, tenemos que el ejército a
cuyo estado mayor pertenece el eminentísimo cardenal santiaguino
cuenta con 25% de soldados a los que les falta un brazo. Todo un
hándicap para una milicia en permanente lucha contra el demonio. Y
yo me pregunto dónde queda la sublimidad de virtud de un líder que
pretende ignorar el comportamiento de la cuarta parte de su personal.
A la pregunta de Caras si ha conocido a sacerdotes gay, Medina
responde que conoce un caso y no quiere señalar nombres porque es
muy delicado. Pero el colega en cuestión no le pidió ayuda y por
tanto él no pudo dársela.
¿En
qué ayuda estaría pensando el eminentísimo? ¿A lo mejor la misma
que sugiere su compañero de armas Juan Antonio Reig, obispo de
Alcalá de Henares, contra el síndrome AMS? AMS ciertamente no tiene
nada que ver con la tolerante ciudad holandesa de Amsterdam, donde no
tendrían mucho eco las palabras del eminentísimo Medina ni su
colega complutense, sino son las siglas de lo que Reig ha denominado
– muy científicamente – síndrome de Atracción hacia el Mismo
Sexo. Dicha anormalidad tiene tratamiento, cosa que “demuestra”
el obispo con testimonios de algunos individuos que han superado tal
“dolencia”.
Me
aúno al estupor del columnista Pedro Salinas: es como si la iglesia
católica se zurrara en la ciencia. Desde 1990 la OMS ha excluido la
homosexualidad del catálogo internacional de enfermedades. Lo propio
han hecho numerosas academias científicas de países tan dispares
como el Reino Unido, Rusia y China.
En
cambio, poco o nada dicen Medina y Reig, ni una palabra de perdón o
arrepentimiento, de los centenares (¿miles?) de menores víctimas de
abuso sexual por sacerdotes. El teólogo Hubertus Mynarek resume con
agudeza la situación que atraviesan los curas católicos gays cuyo
temor a ser descubiertos y acusados de AMS los conduce a una
represión neurótica del propio comportamiento sexual. Sobre esta
base, la energía sexual reprimida durante años surge y busca su
víctima entre individuos jóvenes y sumisos.
¿Cuántos
años tendrán que pasar y cuántos crímenes ser cometidos contra
niños indefensos para que el Vaticano establezca el celibato como
opción voluntaria, reconozca la plena igualdad de hombres y mujeres
y se reconcilie con ese 25% de soldados mancos en sus propias
huestes?
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