jueves, 23 de agosto de 2012

HIERBITAS PARA CAPOTE

Por amable sugerencia de mi tocayo Ariza, me puse a leer la colección de relatos Music for Chameleons / Música para camaleones, de Truman Capote (1924 – 1984). Sería ufano y por lo tanto no voy a mencionar aquí que el buen Sergio, en su inmensurable benevolencia, tuvo la gentileza de escribirme que la lectura de Coctel Selva Negra le hizo recordar algunos relatos de Capote. Se agradece, tocayo.

¡Vaya descubrimiento, los camaleones! Y no solo por la cantidad y calidad de los distintos cuentos que componen el volumen. En el encantador episodio dialogado A Day's Work / Un día de trabajo, el narrador, llamado TC (cualquier parecido con el autor será pura coincidencia), acompaña a Mary Sanchez, la señora de la limpieza, durante toda su jornada laboral, casa por casa, por diversas calles y barrios de Manhattan. La espigada morena cincuentona es oriunda de las Carolinas, pero más adelante se casó con un portorriqueño, de ahí el apellido hispano y la conversión de bautista sureña a católica romana nuyoricana.

Después de limpiar el departamento de un piloto con problemas de alcoholismo, se toman un descanso y Mary, recientemente enviudada, un metro ochenta y cinco de estatura que contrasta con el inspector de zócalos de Capote, saca de su cartera un estuche de metal con un inusitado tesoro: todo un surtido de porros.

Pero lo mejor viene cuando Mary le explica a TC que son regalos de una de sus clientas, una dama católica muy fina casada con peruano. La familia del marido se la envía regularmente por correo. Mary enfatiza que ella nunca la usa hasta ponerse dura, solamente para quitarle un poco de fealdad a la vida. Enciende el primero, le ofrece un toque a TC pero él declina agradeciendo, es muy temprano.

A cuatro cuadras del piloto está el piso de Edith, una joven editora de moda. Normalmente, Mary se comunica con ella por notitas en la consola, pero una vez llegó a donde Edith y la encontró muy afectada en la cama. Venía de interrumpir un embarazo y, al preguntarle Mary por qué en vez de tomar esa medida tan radical no se había casado con el padre, ella le respondió que no sabía de quién era el hijo y lo último que quería era un marido o una criatura.

Siguen la rutina de limpieza en el departamento de Edith, con paredes repletas de libros desde el suelo hasta el techo. Mary trapea el piso, pasa el plumero por los estantes, siempre con su portaporros a la mano para aliviar la carga del día. ¿Estás seguro que no quieres un toque? insiste la morena, te lo estás perdiendo. Finalmente, TC da su brazo a torcer y es hora de cederle la palabra:

Vaya que he probado algunas hierbas poderosas, nunca tanto como para crear hábito, pero suficiente para juzgar la calidad y saber la diferencia entre mexicana corriente y contrabando de lujo como bastoncitos tailandeses o la suprema Maui-Wawi. Pero después de fumar un troncho entero de los de Mary y a mitad del segundo, me sentí como poseído por un espíritu delicioso, abrazado de una hilaridad locamente maravillosa: el espíritu me hacía cosquillas en los pies, me rascaba la cabeza, me besaba ardoroso con sus labios rojos azucarados, metiéndome su lengua de fuego hasta las profundidades de la garganta. Todo brillaba; mis ojos eran como telescopios; podía leer los títulos de los libros en el estante más alto...

En un arranque de picardía, TC le pregunta a Mary si alguna vez le ha hablado de estas delicias a su confesor. Lo que el Padre McHale no sabe, no le hace daño, responde como una flecha la morena, tómate un caramelito de estos para que te sepa mejor, es de menta.

La siguiente tarea es limpiar la casa de una pareja de ancianos judíos. Una vez allí, el ingente consumo de peruanidad les abre el apetito y se dan un festín con todo lo que encuentran en la refrigeradora. Ponen música, bailan ritmos latinos que Mary domina gracias al finadito. Hasta que de repente... (la continuación está en el libro, ¡lo siento!).

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