domingo, 30 de junio de 2013

IN-COMUNICANDO

Ayer me instalé WhatsApp en el celular... ¡qué felicidad! Ahora puedo intercambiar mensajes y fotos con todos mis contactos – sin importar en qué país se encuentren – a un precio muy módico: solo tenemos que estar todos conectados a internet. Huelga añadir que también tengo una cuenta en el CaraLibro (aka) Facebook, tres direcciones de correo electrónico, la del trabajo, una seria y otra juguetona, y dos más que ya caducaron por falta de uso. Sin contar membresías a redes sociales de perfil profesional y/o facilitadoras de contactos personales.

Me pregunto cómo he podido prescindir de tan vitales instrumentos de comunicación durante más de cuatro décadas. ¿Cómo pude terminar el colegio y perpetrar dos universidades, incurrir en un matrimonio y alguno que otro conato de mancebía sin celular, emilios, WhatsApp ni redacciones en hypertext? Pienso en la máquina de escribir que le pedí prestada a un compañero de universidad para redactar un trabajo y me siento un cavernícola. Recién hacia el final de la carrera, por la generosidad de Manolo que me regaló su computadora vieja al comprarse una nueva, pude escribir mi tesis de grado en forma digital. Luego Manolo la pasó del floppy a su artefacto para adaptarla a los formatos más modernos del milenio pasado.

Hace veintitrés veranos, durante una chambita vacacional, uno de los compañeros me habló por primera vez de las maravillas del correo electrónico: yo en mi computadora (en Friburgo, Alemania) y mi novia en la suya (en Estrasburgo, Francia) nos enviamos mensajes que son enviados a su destino inmediatamente. Recordé haber visto algo parecido en una película de ciencia ficción y no le hice mucho más caso.

Pasaron los años, unos cinco – creo – y otros amigos me volvieron a preguntar si no tenía dirección electrónica. Qué pesados, pensaba yo, dale con el bendito eMail que a mi entender usaban no más de cuatro gatos, en su mayoría personal de instituciones académicas. En fin, yo también pertenecía a una institución académica y animado por uno de mis estudiantes hice las formalidades del caso para obtener mi primera dirección electrónica.

¡Qué complicado era todo! Tres controles de seguridad hasta llegar al bendito buzón de entrada – que con bastante probabilidad estaría vacío pues, como el coronel de García Márquez, no tenía quien me escribiera. Ni pensar que llegaría un día, diez años más tarde, en que volver de vacaciones significaría la odiosa realidad de tener cientos de correos acumulados en la cuenta del trabajo – ¡ptuagh!

Y el teléfono móvil, o celular como nos gusta decirle al otro lado del charco... que pasó de ser una exclusividad de cuatro perencejos muy importantes ellos, seguramente, a un accesorio omnipresente en cualquier medio de transporte público donde la mayoría de pasajeros están embobados y embebidos por los aparatitos de marras. Me resistí durante años a tener uno hasta que llegó un momento en el cual cruzaba diariamente dos fronteras en un viaje de más de una hora con imprevistos frecuentes lo que hizo que engrosara las filas de telecomunicadores móviles.

¡Qué descubrimiento los primeros mensajes de texto o “sms”! ¡Qué sensación de modernidad! Y ni se diga las primeras cuentas de correo en línea gracias al Hotmail, Yahoo! y sucedáneos. Registrarse en Bangkok y enviar un correo a Freiburg con copia a Lima. ¡Ja ja ja! ¡Cuántas cuentas abiertas y vueltas a cerrar desde entonces! Hoy recibo los correos privados en el celular y teóricamente podría recibir también los del trabajo pero, aquí entre nos, a calzón quitao: ¿quién quiere recibir los correos de sus jefes o directores en el móvil a no ser que sea alguien muuuuy importante?

Y las famosas social networks, las redes sociales. ¡Qué pesadez! Comencé con el Xing por motivos profesionales. Mis amigas me decían tienes que entrar al Hi5 pero no les hice caso hasta que vino Facebook y mató al Hi5. Resultado: ¿en qué tiempo voy a hacer lo que realmente tengo que hacer si me paso el día revisando mis tres correos, las noticias del WhatsApp, las redes sociales Xing y Facebook más alguna que otra de amistades peligrosas? Línea ocupada – estoy comunicando.

3 comentarios:

  1. Hola, Muchacho Inquieto:

    Divertida semblanza. En todo caso, se ve que sigues muy enamorado de todos esos medios, sistemas, artilugios y plataformas supuestamente pensadas para mejorar nuestras comunicaciones. Tal vez las han hecho aumentar en volumen. Personalmente, dudo de que en calidad.

    Mi hermana me convenció a finales del siglo pasado para que abriera una cuenta de correo electrónico. ¡La de emilios que intercambiaríamos! Desde entonces nos habremos escrito unas cuatro veces.

    Por lo demás, como ya dijo una muchachita de doce años: el CaraLibro ya es cosa de abuelos.

    Saludos desde Colonia
    HjV

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  2. Hola mi gran HjV:

    Comparto plenamente lo del aumento de volumen, mas no de calidad.

    Fuerte abrazo
    Sergio

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  3. Querido Sergio:
    qué amena crónica!! me identifico contigo en tus inicios de la tecnología pero sigo en ello aún. Tengo un e.mail pero me asusta pensar en tanta comunicación cibernética!
    Un abrazo desde Hamburgo.
    Tere

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