jueves, 28 de febrero de 2013

DEJA QUE ANNA TE CUENTE

La atenta Señora Yvonne tiene la culpa: ella puso en mis manos el volumen de relatos Quisiera que alguien me esperara en algún lugar de la encantadora Anna Gavalda (Île de France, 1970). Como en tantos otros casos, ignorante de mí, lo acepté sin mucho entusiasmo, pensando qué cuentos franchutes serán los de esta ñorsa cuyo apellido suena más bien italiano, corso o de la Provenza. ¿Y si de repente es de las que usa un lenguaje tan coloquial que después no me entero de nada? En fin, era una práctica edición de bolsillo y, por respeto a Doña Yvonne, le aseguré que lo iba a leer.

Sigue una caprichosa selección de lo que Anna me contó y la impresión que me dejó:

Primer relato: una chica va caminando por el bulevar – intercambio de miradas con un tipo guapo – cruce de palabras – invitación a cenar. ¿Suena banal? El encanto de Anna está en los detalles sutiles: el bulevar es ciertamente el de St. Germain y la narradora se burla de sí misma por el cliché de empezar su historia en un lugar tan, pero tan trillado literariamente. ¡Punto para Anna! Amén del inesperado desenlace del incipiente romance. Moraleja: mucho cuidado con el (ab-)uso de los teléfonos celulares en una primera cita amorosa.

Quinto relato: la voz en primera persona me hace sospechar que quien narra la historia es un hombre... que por lo visto se ha acostado con innumerables mujeres. Claro, es una estrella de la música y siempre ha sabido apreciar la paciencia de sus groupies. Hasta que conoce a una joven fotógrafa y esta, mostrándole el resultado de varios días de seguimiento durante una gira de conciertos, le da a entender que le interesa tan solo una parte de su cuerpo que él ni remotamente sospecha.

Séptimo relato: de nuevo nos damos con un narrador masculino que evidentemente se encuentra en un estado de gravísima alteración psíquica. Poco a poco el lector se va enterando de que el tipo es un comercial que pasa la vida en la carretera y una mañana de neblina – sin siquiera darse cuenta – ha causado un accidente terrible con una decena de víctimas mortales. ¡¡¡Y recién se entera de esto viendo el noticiero de la noche!!! La pregunta es: ¿qué decisión tomará con su conciencia atormentada?

Octavo relato: una esforzada veterinaria rural logra desempeñarse exitosamente en un medio bastante rústico donde nadie esperaría encontrarse con una fémina. Todo empieza con una sustitución y prosigue de lo mejor... hasta aquella llamada nocturna de emergencia a una granja donde unos villanos – nunca mejor empleado el término – le tienden una trampa infame. Recuperada del trauma, la quirúrgica venganza de la doctora pondrá los pelos de punta al lector.

Noveno relato: dos niñatos trepadores quieren ir a la fiesta de una familia aristocrática en el campo y no hallan mejor recurso que tomar prestado el intocable Jaguar del padre ausente. El evento termina sin conquistas dignas de destacar, pero en el camino de regreso se les atraviesa un jabalí que probablemente también vuelve de una fiesta silvestre... y el Jaguar nunca volverá a rugir como antes.

Undécimo relato: un contador treintañero vive enamorado de una colega del trabajo pero no se atreve a hablarle. ¡Qué fijación la de Anna en meterse en la piel de tipos y contar la historia desde sus ojos, incluyendo erecciones cada vez que la dulcinea pisa la oficina del contable! El chico comparte piso con sus dos hermanas que más distintas no podrían ser: artista bohemia la mayor, esforzada estudiante de medicina la más joven. Un buen día, pensando en su amor platónico, compra una pieza de lencería que, al ser descubierta por sus hermanas, desencadena la mudanza del contador a otra casa. ¿Quién ayudará al circunspecto muchacho a celebrar la inauguración de su nuevo habitáculo?

Anna, qué mejor piropo te puedo decir, como compañero de armas, que me encantaría escribir como tú, con esa capacidad total de ser una persona de otro género y otra edad, de describir detalles y situaciones calamitosamente normales pero que, gracias a la picardía de tu pluma, se convierten en deliciosas miniaturas.

¡Gracias, Yvonne!

miércoles, 27 de febrero de 2013

ÉL Y YO (4a. PARTE)



Aparte de una visita relámpago a tu casa de la colina de la que solo me queda el recuerdo de una deliciosa lasagna, hecha en casa, por supuesto, nuestro siguiente encuentro memorable tuvo lugar en las navidades limeñas de 1991. Cuando llegué, la colorada y tú acababan de obsequiarse un señor paseo de la mano de nuestro hermano que en ese entonces las malas lenguas llamaban muchacho inquieto. ¡Qué rica vuelta se dieron con Raúl! Por toda la costa norte hasta la frontera ecuatoriana y de yapa un recorrido completo al Callejón de Huaylas.


No coincidimos muchos días, uds. se regresaban entre navidad y año nuevo, yo, en cambio, me quedaba hasta fines de enero. Pero fueron semanas muy intensas dada la profusión de sobrinos de corta edad que poblaban el solar familiar. Nuestros hermanos con hijos consideraron oportuno que los tres hermanos menores sin prole nos dedicásemos a entretener y sacar a pasear a la muchachada para tomar helados, pasear por el parque etc., nos apodaron los tíos pedagogos y la consigna general era vayan, chicos, con sus tíos pedagogos... que de pedagogos no teníamos nada, aparte de ti, que en Italia efectivamente habías asistido a muchachos discapacitados y con síndrome de Down.


Raúl, decano de los tíos pedagogos en ese momento, no imaginaba siquiera que en menos de 18 meses se convertiría también en padre de familia, con lo cual pasaríamos a un empate perfecto y simétrico: cuatro hermanos con progenie y cuatro sin, las dos chicas mayores y los dos chicos menores.


Y por diversos encuentros y desencuentros, tú y yo pasamos más de diez años sin vernos. En la semana santa del 95 estaba todo listo para una visita tuya a Alemania con la colorada, el carro cargado hasta el techo de productos artigianali de la región, esos que sabías que nos encantaban. Pero no conté con que ese fin de semana largo era justamente el único que teníamos libre antes de los exámenes finales que estábamos por pasar con Beatrix. El problema de fondo iba más lejos: yo te había confirmado la visita sin consultarlo con mi mitad mejor... y cuando se lo dije, fue tajante en el sentido de que no podíamos recibir visita en esas fechas tan próximas a las pruebas.

Deseé que me tragase la tierra. No podía desacatar a mi pareja pero tampoco quería hacerles una brutta figura a uds. que ya tenían todo listo y seguramente tomarían mal una desinvitación tan repentina. Finalmente, me armé de coraje, te llamé, te expliqué la situación añadiendo una gripe con fiebre a todo el cuadro goyesco y la visita se postergó por siete largos años. Pero bien que lo recuperamos, ¿verdad?

A mitad de aquel camino, tuvimos un intenso intercambio epistolar, aprovechando la novedad de los correos electrónicos. Ciertamente que la novedad se refiere a nosotros, los más avezados ya utilizaban la nueva tecnología desde los primeros noventa. Recordando tus antiguos testamentos a nuestros viejos, sentí la imperiosa necesidad de presentarte un catálogo detallado de quejas acerca de tu comportamiento hacia mí, que iba desde los ataques de gas tóxico de la infancia hasta los frecuentes comentarios sarcásticos en cartas familiares o llamadas telefónicas pasando por los versitos de Guido d'Arezzo. Con tus respuestas sinceras y mis repreguntas insistentes, consolidamos un diálogo marcado por la apertura y respeto mutuo.


¡Qué aventura la del 2005, cuando nos reunimos para acompañar al viejo en su viaje final! Tú no te separaste un instante de él. Viniste sin la colorada para evitar conflictos etruscos y obvporque la ocasión no era como para hacer turismo. ¡Cuántas animadas ruedas de tragos nos echamos en esas tres semanas rodeando la cama del moribundo! Por supuesto que no pudo faltar la ominosa pata de pavo en la conversación. Pero también muchos recuerdos gratos de nuestros años comunes. Cuando le preguntaste si nunca se había arrepentido de tener tanto hijo, iamente te contestó pícaro: los habría ahorcado a todos. ¡Y qué ineficientes que resultamos como despenadores, a la hora de atender la petición del viejo para que lo ayudáramos a acelerar su partida! Ojalá nos toquen colaboradores más eficaces cuando nos llegue el momento, brother.