jueves, 13 de mayo de 2010

UN PAVO EN CABO VERDE

(Artículo publicado en la revista ContraPoder, Lima - Perú, enero 2010)

Faltan cuatro semanas para la navidad cuando llego a la ciudad vibrante y musical que es Mindelo, autodenominada capital cultural o corazón de Cabo Verde y eterna rival de Praia, la sede política que está a solo 600 kilómetros y cinco islas de distancia física pero a miles de galaxias en el sentir de los mindelenses.

Muy lejos quedaron los buenos tiempos en que todo vapor inglés que surcaba el Atlántico anclaba en este perfecto puerto natural (v. foto) para recargar carbón las máquinas y besos de cariñosas morenas los sufridos marineritos, antes de continuar hacia Buenos Aires, Valparaíso, Ciudad del Cabo, Bombay o Hong Kong. Entre el motor diesel y el canal de Suez le dieron el golpe de gracia que lo sumió en un letargo del que aun no consigue despertar. Cómo sería de fuerte la presencia del British Empire, que la corona portuguesa decidió construir una réplica de la célebre Torre de Belén lisboeta en el malecón de Mindelo. No fuera a ser que los viajeros despistados, al bajar del barco y darse con una arquitectura colonial bastante anglosajona, se creyeran en tierras de la ceñuda reina Victoria y no de Dom Manuel.

Como mi apariencia no es la típicamente luso-africana de la mayoría de caboverdianos, es frecuente que me pregunten de dónde soy. Digo Perú y mis interlocutores no consiguen disimular su extrañeza – Perú, ¿dónde queda eso? – mezclada con un amago de risita socarrona. ¿Este pavo es realmente de un país que se llama Pavo? ¿Y en navidad qué comen uds? me preguntan pícaros. El gran puente es nuestro vecino Brasil, país muy presente en estas islas ya que comparten la herencia portuguesa y africana, la lengua oficial, los ritmos y se tienen una marcada simpatía recíproca. Estamos a la izquierda de Brasil, les explico. A veces me provoca responderles que el 95% de mis compatriotas (cifra no exenta de cierta generosidad) no tienen idea de la existencia de su país y el cinco por ciento restante probablemente no podría señalarlo en el mapamundi, pero por diplomacia me callo. ¡Si estas islas ni siquiera aparecen en los mapas de África cuyo margen izquierdo por general comienza cincuenta kilómetros al oeste de Senegal sin dejar sitio para las nueve islas habitadas, seis islotes y cuatro arrecifes que componen el archipiélago de Cabo Verde!

Fueron colonia portuguesa durante más de medio milenio, hasta 1975, y luego de una mirada atenta a los productos que se venden en cualquier establecimiento constato: aceite – portugués, productos de aseo – portugueses, alimentos en conserva – portugueses, cerveza – portuguesa (excepto la criolla Strela que no se consigue en todas las islas mientras las lusitanas Sagres y SuperBock son omnipresentes), agua mineral – portuguesa (lo mismo pasa con la marca criolla Trindade, que por cierto tiene unos carteles espectaculares con sinuosas morenas y morenos ojiverdes carentes de toda vestimenta). Según las estadísticas tienen que importar el 90% de sus alimentos. En buen criollo: todo lo que no es pescado, fruta o verdura, viene de fuera... muy probablemente de Portugal.

En el deporte-rey tampoco se ha corrido la voz de la independencia: se sigue la liga portuguesa con fervor patriótico y bastante más entusiasmo y compromiso que el campeonato interinsular. Benfica, Porto o Sporting: that is the question! Y lo confirman las chalinas que a modo de decoración destacan en la mayoría de aluguers (combis y minivans).

Para un limeño, el tráfico de las ciudades caboverdianas es inimaginable: no hacen falta semáforos, cero avenidas congestionadas, la circulación fluye. A modo de carreteras, me esperaba encontrar un rosario de baches. ¡Craso error! La miraflorina avenida Comandante Espinar (último sondeo: setiembre 2009... no vaya a ser que Masías haya tomado cartas en el asunto – aunque lo dudo) cuenta con más huecos en los doscientos metros que separan Pardo de José Gálvez que todas las carreteras que he visto en Cabo Verde. Son pocas las vías asfaltadas, la mayoría cuenta con un recubrimiento de adoquines de piedra, en algunas islas más regulares que en otras, pero todas de una resistencia formidable y bastante bien mantenidas. Al menos algo positivo que dejaron los colonizadores y cuidan los emancipados.

Me dicen que Cabo Verde le da importancia prioritaria a la educación y yo les creo. Veo boquiabierto lo bien puestos que tienen sus colegios hasta en el pueblo más remoto donde hay que caminar dos horas hasta poder tomar un aluguer para ir a cualquier lugar civilizado. Como es un país con la típica pirámide poblacional de ancha base, las calles están llenas de colegiales bien uniformados, las niñas con sus infalibles trencitas y cuentas de colores, los niños casi todos rapados. Para optimizar el acceso a la formación escolar obligatoria de seis años, los colegios trabajan en dos turnos, de 8h00 a 12h30 y de 14h00 a 18h30. No puedo evitar cierta sana envidia al recordar el ominoso estudio panamericano que ubicó la educación pública peruana como la segunda más deficiente – después del sufrido Haití.

¿Cuál es la base de la sociedad en un país de emigrantes en que dos tercios de la población viven fuera y solo un tercio dentro del país? De hecho, en las nueve islas tenemos medio millón y entre sus colonias de EE.UU, Europa y África suman casi un millón de caboverdianos. Por absurdo que parezca, las elecciones políticas se deciden en Boston, Lisboa, Dakar, Rotterdam, causando la desesperación de Praia y Mindelo. Entre los que se quedan en las islas, el matrimonio es una institución muy poco popular. Se prefiere un sistema más práctico: me gustas, te gusto, nos juntamos, hacemos meninos, nos disgustamos, chau, que pase el/la siguiente y la rotación continúa, si bien los meninos se quedan generalmente con la madre. El billete de mayor valor en circulación, cinco mil escudos (equivalente a doscientos soles) nos revela quién es uno de los pilares de la sociedad: no lleva la efigie de un prócer de la independencia, poeta, científico o héroe militar sino representa a la sufrida mujer caboverdiana cargando una batea en la cabeza. El monumento al emigrante, que veo antes de llegar al aeropuerto de Praia nos revela el segundo pilar: muchas familias, la gran mayoría, están divididas, con el padre, la madre o ambos trabajando en el extranjero para ayudar a sus padres, hermanos e hijos.

Camino por el centro de Mindelo y veo clubes náuticos, edificios históricos que albergan museos y centros culturales, la Alianza Francesa, la plaza central que oficialmente se llama Amílcar Cabral, el San Martín de los caboverdianos, pero todo el mundo la llama Plaza Nueva y tiene dos bustos de ilustres personajes. ¿El prócer de la patria, acaso? Não! La placa del uno reza Luís de Camões, el Cervantes de las letras lusitanas; la otra, Manuel de Sá da Bandeira, ministro portugués que abolió la esclavitud. Me gusta este país contradictorio.

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