domingo, 8 de agosto de 2010

UNA PINTADITA POR VAMA VECHE

Imagínese la benevolente lectora o el despistado lector el último caserío rumano junto al Mar Negro a mil quinientos metros de Bulgaria. No son más de diez manzanas con unos 200 habitantes, pero tratándose de un fin de semana en toda la canícula de julio, la población fluctuante sobrepasa a la permanente en una proporción de 20 por 1. Su nombre significa „aduana vieja“ a raíz de una guerra después de la cual la frontera búlgara se corrió hacia el sur. Casi treinta años más tarde, otra guerra repuso el límite en el lugar de antes, pero el nombre quedó para la posteridad.

Me cuentan que la historia de Vama Veche como balneario comenzó a fines de la era Ceausescu. Era una playa salvaje, sin casas ni esos románticos edificios rectangulares típicos de la arquitectura socialista. Los pioneros iban con sus carpas, acampaban en la arena y alguno que otro practicaba el nudismo: una playa válvula de escape. Poco a poco se fue urbanizando la orilla. Surgieron las primeras pensiones, los primeros hostales, pero manteniendo un carácter de pueblo bohemio, sin permitir por ejemplo que las edificaciones pasaran de tres pisos.

328 kilómetros de autopistas y carreteras separan a Bucarest de Vama Veche. Para llegar sin problemas de tránsito, salimos de la capital rumana antes del amanecer confiando que en cuatro horas estaremos remojando nuestras humanidades en el tibio Mar Negro. ¡Grave error de cálculo! Todo va bien hasta que llegamos al peaje que marca el fin de la Autostrada Soarelui - la Autopista del Sol. Después de un atasco bastante soportable de veinte minutos, cruzamos el Danubio admirando la metálica estructura de los puentes de Saligny que parecen hermanos de la torre Eiffel y atravesamos la idílica región viñera del Murfatlar. Todo marcha según el plan cuando llegamos a Constanza, el principal puerto del país.

Vemos a lo lejos un semáforo. El torrente de carros, camiones, camionetas avanza lentísimo. Comienzo de dolores. Es viernes, al parecer medio Rumanía ha tenido la genial idea de desplazarse a las playas del litoral y no avanzamos nada. Constanza no tiene autopista de circunvalación - en los mapas aparece que está „en construcción“ - lo que significa que tendremos que continuar por este río de lata y caucho criogenizados. Casi dos horas pasan hasta que por fin vemos el ansiado cartelito en que el nombre del puerto está atravesado por una barra roja diagonal y podemos volver a acelerar la máquina. La temperatura exterior es de 34°C y la ansiedad por llegar pronto a la playa hace que la sensación térmica sea diez grados más alta.

Cuando finalmente estamos en Vama Veche, dejamos el carro estacionado en la calle principal y nos consagramos a la tarea de buscar un alojamiento digno de albergar nuestras acaloradas anatomías por tres noches. Después de escuchar por décima vez la pregunta ¿tienen reserva? seguida de un lo sentimos pero estamos completos, el buen humor y la buena disposición bajan al mínimo. ¡Lógico! Es temporada altísima y no tenemos reserva. Craso error de logística. El Sunset Beach nos salva de tener que pasar la noche - como muchos otros veraneantes - en la arena. No me parece muy coherente el nombre „puesta de sol“ tratándose de una playa donde el sol sale por el mar pero tienen sitio y no hay que perder tiempo con insignificancias en esta corta vida.

Durante nuestra cruzada hostelera, avistamos a tres muchachos con indudable aire de latinos pero en ese momento tenemos otros deberes sagrados que cumplir y la cosa no pasa de un comentario risueño entre los entendidos. Seis horas más tarde me vuelvo a cruzar con uno de ellos, Pedro, a orillas del mar. Oye ¿eres colombiano? No, mexicano, ¿y tú? De Perú. Hey, qué sorpresa y venirnos a encontrar aquí al otro lado del mundo. Al rato aparecen Efraín y Pancho, completando el trío. Me cuentan que son estudiantes de química que han terminado la carrera y están recorriendo mundo. Allá en México han formado una asociación y se llaman Los Gatos, con estatuto y todo. ¡Qué padre! Les cuento un poco de la historia de la playa y los conmino a ingresar al mar prescindiendo de todo tipo de prendas textiles - comme il faut en Vama Veche. Efraín y Pancho no lo dudan ni un segundo, pero Pedro tiene sus recelos y no se anima a quitarse su ropa de baño.

Por la noche, cuando las discotecas al borde del mar se llenan, me vuelvo a encontrar a Los Gatos en el Stuf, uno de los lugares más frecuentados. La música se podría describir como grandes éxitos del pop y rock de los últimos treinta años. La clientela es tan fiel y agradecida que gran parte de ella se queda hasta el amanecer y en el momento preciso en que el sol sale del mar, tocan el Bolero de Ravel. Para acortarnos la espera hasta tan solemne melodía, los Gatos tienen una técnica muy depurada: vamos al kiosco del Bulevar y compramos unos „pomitos“, a saber una botella de ron, una de cocacola y una de agua con gas. Mézclese una parte de ron, una de cocacola y tres de agua y se obtendrá una refrescante y tonificante pintadita. Contando con tan calorífera indumentaria, la noche de Vama Veche se pasa bailando entre Madonna, Kid Rock, Pink y AC/DC. Cuando menos pensamos ya está sonando Ravel y con los Gatos nos damos un chapuzón en el Mar Negro viendo la salida del sol.

2 comentarios:

  1. hola misionero malcriado en puerto rico!!!
    gracias por la visita y tu comentario. en efecto, estuve por argentina en mayo del 2009. la única salida de bs.as. fue la escapadita a la banda oriental que menciono en el blog ;)

    ResponderBorrar