lunes, 7 de marzo de 2011

PANTA, LA SELVA Y ROGER

Parafraseando a Santiago Roncagliolo, los libros de Mario Vargas Llosa están en el ADN de todos los escritores del Perú y por un camino u otro siempre nos topamos con él. En el artículo que le dediqué en este mismo espacio a la Feria del Libro de Frankfurt en octubre del año pasado, coincidiendo con la noticia del Nobel, llamé a MVLL escritor de cabecera de mi familia. De hecho mi primer recuerdo asociado a él es curiosamente una pelea entre mi padre y mis hermanos mayores porque alguno de ellos había cogido la novela de Pantaleón y desde entonces el libro había desaparecido de la biblioteca paterna. Tratándose de literatura adulta, yo que por esas épocas contaba con menos de diez años de edad simplemente ignoré el entuerto... hasta que seis años más tarde me llevaron a ver la película.

Como hace mucho que no vivo en el Perú, unos días atrás recién pude leer la edición especial del suplemento Dominical del Comercio dedicada al „Nobel más esperado“. Una de las columnistas, la guapa sexóloga peruana Romina Vaccarella, comienza su artículo titulado Los caminos del deseo con un recuerdo de adolescencia que me impresionó mucho por ser casi idéntico a un recuerdo mío. Me permito reproducirlo cambiando el título de la película:

Recuerdo el impacto emocional y erótico que tuvo en mi adolescencia la película „Pantaleón y las visitadoras“ (no la de Lombardi sino la primera co-producida por el mismo Varguitas y rodada en los años 70 del siglo pasado en la República Dominicana – N.A.); el solo hecho de asistir con mis padres – yo tendría unos doce o trece años – me hacía sentir un tanto „clandestino“. Sabía que entraba con ellos a ver una película no precisamente para menores y eso generó en mí una cierta sensación transgresora, permisiva y confusa que me hizo sentir, por qué no decirlo, algo excitado.“

Recuerdo cómo llegamos caminando al ahora difunto cine San Antonio, compramos los boletos en caja con los soles que mi padre llevaba prolijamente doblados en el fondo de su bolsillo del pantalón – nunca lo vi usar una billetera – y luego la mirada inquisidora del controlador como diciendo y este mocoso qué pito toca en esta peli. Solo que el mocoso iba acompañado de papá y mamá así que adelante joven. Me halagaba el hecho de que me llevaran a ver con ellos cine „para mayores“, me sentí adultísimo admirando a Camucha Negrete en el papel de Brasileña y viendo al propio Mario en un rol secundario de un minuto como comandante de la guarnición que recibe un convoy de visitadoras.

La Iquitos de la película no tenía mucho de la que yo recordaba haber conocido de pequeño. Muchos años después me enteré de que el gobierno militar peruano de turno había vetado la realización del proyecto en la Amazonía y por eso el equipo de producción optó por llevarlo a Santo Domingo.

Hace poco descubrí casualmente un vídeo en el que MVLL cuenta lo complicado que fue el rodaje por los dos huracanes que asolaron el set caribeño: uno meteorológico que destrozó el decorado y otro made in México llamado Katy Jurado, la diva que Mario eligió para hacer de Chuchupe y que a las cinco semanas tuvo que echar porque no soportaba sus exigencias que iban desde aviones, barcos y guardaespaldas hasta un baño exclusivo para ella cuando en todo el set de filmación había tan solo dos cabinas sanitarias para actores y técnicos. Acá tienen el enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=eGuLcEztG_E

Atando cabos, caigo en la cuenta de que la pelea familiar por la desaparición de Pantaleón coincide con el año en que a mi padre lo destacaron a Iquitos. El recuerdo más sensorial que me dejaron esos viajes a la vaporosa Amazonía es el momento de acercarme a la puerta del avión después del vuelo Lima – Iquitos para recibir una cachetada de aire caliente y húmedo. Inolvidables también los viajes que hicimos en hidroavión sobrevolando el Amazonas, el Napo, el Curaray y viendo de lejos el Putumayo.

El mismo Putumayo donde cien años atrás un celta sereno que soñaba con la independencia de su Irlanda natal, Roger Casement, fue testigo en más de una oportunidad del oprobioso trato que los caucheros daban a los indígenas de la región. Un gran tipo, el pelirrojo Roger, denunciante de abusos y gran amigo de los muchachos musculosos de la llanura amazónica.

Cuando comencé a leer El sueño del celta, me llamaron la atención las insinuaciones del narrador dirigidas al interés manifestado por Roger hacia la anatomía masculina tanto de los muchachos del Congo belga como de las ciudades amazónicas. Fue una grata sorpresa toparme con un entrañable personaje protagónico de sexualidad heterogénea dibujado por MVLL. Lo triste es que Roger, víctima de su época y su educación, se tuvo que conformar con encuentros furtivos y de corte comercial. Cuando ya se había consagrado por entero a luchar por la independencia de Eire, se dejó seducir por la belleza de un mata-hari noruego que lo delató y contribuyó a que Roger terminase en la horca. ¡Al Putumayo con el traidor escandinavo!

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