A
las 21 horas y 26 minutos aparece en escena, vestido de negro y con un
sombrerito años cincuenta. El público, compuesto en un ochenta por
ciento por latinos afincados en tierras germanas, grita, chilla,
aplaude y patalea. Ondea la bandera de Panamá, cómo no, siendo el
país natal de la estrella, pero también las de Colombia, Perú,
Venezuela y otras naciones latinoamericanas. No cabe duda, Rubén Blades nos pertenece a todos los que amamos, admiramos y/o
simplemente gozamos su música.
Doce días antes de completar sesenta y cuatro vueltas al calendario, su
cara pareciera decir hago estos conciertos porque necesito plata pero
preferiría refocilarme en las islas de San Blas. En cambio su voz
suena como si estuvieran colocando el mejor compacto estereofónico
blue-ray.
Al entonar Decisiones,
el tercer número del concierto, le basta comenzar cada verso y
pasarle el micro al público que encantado lo completa con puntos y
comas: la ex señorita embarazosamente indecisa, el vecino
calenturiento de la casa de alquiler y el borracho que cree que a él
el alcohol no le afecta los sentidos.
Rubén Blades en la Centralstation, Darmstadt, 04 julio 2012
Como
una epifanía, la cara sufrida pero amable de Rubén me hace recordar al encantador cura
de un pueblo rumano que conocí hace muchos años. Pero el pope
Constantin ya no vive entre nosotros, las dos parroquias que tenía a
su cargo se dividieron entre dos compañeros de armas más jóvenes.
Uno de ellos, Liviu, tiene una esposa muy emprendedora. En la iglesia
ortodoxa, tan chapada a la antigua en materia de liturgia, los
sacerdotes sin embargo pueden casarse y formar una familia, tal como
en las iglesias evangélicas.
Oana
es indudablemente el hombre fuerte del hogar. Ella tiene un cargo de
alta responsabilidad en una importante entidad estatal. Las malas
lenguas dicen que logró su ascenso a través de la famosa promotion
canapé, en cristiano: haciéndose amante del gerente de dicha
institución. A Liviu no le importa. Lleva la cornamenta con ortodoxa
dignidad y disfruta de las ventajas de tener una esposa de altos
ingresos.
Ella
le compra carro nuevo, le paga semanas completas de vacaciones en
Tierra Santa, Egipto, diversas islas griegas pero ¡ay de que al
padre se le ocurra sacar los pies del plato! Como le sucedió con una
guapa hungarita en Naxos. Al enterarse Oana del affaire –
que Liviu tampoco se esforzó en ocultar – le hizo un escándalo
que duró varios días. Hay que ver qué poca paciencia que tiene
Oana con su litúrgico marido.
A
su vez, ella viaja mucho por motivos laborales y no siempre puede
acompañarla el jefe amante. Pero, en cualquier caso, Liviu es algo
más relajado en este rubro. Aparte de la generosa hungarita de
Naxos, el único fiel consuelo del pope son las botellas de vino que
atesora en su bodega privada y va libando en la soledad de sus noches
balcánicas. Y la barroca liturgia de los domingos en la bisérica
del pueblo, delicadamente restaurada gracias a los auspicios de una
señora emigrada a Alemania. Mientras los mayores siguen con devoción
el rito dominical, la creatividad de los niños convierte el pequeño
cementerio adyacente a la iglesia en un improvisado parque infantil...
Niños jugando mientras Liviu celebra la misa ortodoxa, Rumanía, 2012