martes, 29 de enero de 2013

ME PONES EN JAQUE, STEFAN

No tomé muy en serio al buen Alessandro cuando me dijo que “tenía” que leer la Novela de ajedrez de Stefan Zweig. Que te salgan con recomendaciones literarias después de un intenso intercambio de fricciones, no sé. Te la presto, insistió. ¿A ver? Ah, sí, está bien, no ocupa mucho lugar. La metí dentro del maletín y me dije a lo mejor será una buena lectura para el tren de la mañana. Sólo se me ocurre un dicho de mis tías abuelas: ¡qué atrevida es la ignorancia!


Desde la primera página, la genialidad de Zweig te atrapa con la descripción del embarcadero en Nueva York y el hormigueo al interior del vapor con destino a Río y Buenos Aires. Aparte del narrador en primera persona, un emigrante austriaco, destacan dos pasajeros que no podrían ser más distintos:


Mirko Czentovic, campeón mundial de ajedrez, un oscuro huérfano que sobrevive gracias a la benevolencia del párroco del pueblo yugoslavo donde nació. Un buen día, el muchacho que todos creían subnormal por su escaso rendimiento académico y participación en la vida cotidiana, sorprende a todos. El párroco tiene que interrumpir una de sus rutinarias partidas de ajedrez y su protegido, al demostrar cierto interés frente al tablero, es animado a ocupar su lugar... y termina poniendo en jaque a su oponente.


Se corre la voz. De campeón distrital, pasa a campeón nacional, a campeón mundial. Se rumorea también que su capacidad de abstracción es nula: Mirko no puede reconstruir una partida en la cabeza y por tanto tiene siempre a la mano su tablero de bolsillo. Igual de limitadas son sus capacidades lingüísticas, el muchacho es incapaz de redactar una frase correcta en idioma alguno. Pero pone en jaque a cuanto rival se le siente por delante. Su ego va creciendo hasta dimensiones nunca imaginadas en la misma medida que aumenta su fortuna personal. Además, Mirko tiene el sano instinto de mantenerse fuera del alcance de la prensa y no dar entrevistas a nadie.

Al narrador lo invade una inmensa curiosidad por conocer de cerca a tan peculiar síntesis de genialidad y estulticia. Con sus amigos, urden una trampa: cada tarde, a modo de anzuelo, se reunirán a jugar ajedrez en el salón del barco, con la esperanza de despertar el interés del campeón. El plan da resultado y pronto podrán jugar – previo desembolso de la tarifa correspondiente – con el campeón mundial que no se da siquiera la molestia de sentarse frente a sus rivales amateurs sino tan solo se acerca a la mesa, mueve su ficha y se retira.

Durante una de esas partidas, hace su triunfal aparición el antagonista de Mirko: otro pasajero que desde la retaguardia se entromete en el juego y, aunque lo niega y dice que no ha tocado un tablero en veinte años, obviamente es un experto en ajedrez pues anticipa cuatro o cinco jugadas con la certeza de un gran maestro del damero y logra incluso poner en aprietos a Czentovic. El intruso es, como el narrador, emigrante austriaco y proviene de una ilustre familia desde los tiempos del imperio austrohúngaro. Conversando con él, le cuenta cómo, desde su estudio de abogados en Viena, gestionaba con la discreción del caso la fortuna personal de la familia imperial y otras jerarquías eclesiásticas hasta la anexión de Austria al Tercer Reich que lo convirtió en codiciado botín de la Gestapo. Le revelará también a su compatriota el atormentado pasado que acarrea consigo y está intimamente ligado a su destreza ajedrecística.


La genialidad de Zweig está en la psicografía de estos personajes, detalles pintorescos como la boca abierta de Mirko ante los avances del intruso, la manera arrogante de decirle que lo había dejado ganar al intruso, la descripción de los cabellos del abogado ilustre que según el narrador parecían haberse blanqueado de un día para el otro y la frenética partida final entre Mirko y su improvisado rival... un encuentro que le pone los pelos de punta al lector, muy al margen del nivel de pericia que posea en los 64 campos del damero. ¡Muchas gracias, Alessandro!

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