miércoles, 17 de febrero de 2010

GOZOS Y SOMBRAS DE UN ESCRIBIDOR PRIMERIZO (PARTE 2)

Faltan cuarenta y ocho horas y trescientos minutos para la presentación en sociedad de mi Coctel Selva Negra y no tenemos los libros – todavía. Estoy al borde de un ataque de nervios, renegando de mis raíces andinas, norteñas e iqueñas, arrepentido mil veces de haberme metido en esta aventura con gente tan poco fiable que se queda sin códigos de barra justamente cuando tienen que publicar MI libro. Después de dar ochenta vueltas acompañando a Johnny, mi editor, por antros inimaginables del Cercado de Lima, estacionamos su troncomóvil delante de un corralón-taller-imprenta en una calle del pujante distrito de Breña. No nos falles, Brutus, que una avería en esta zona brava y sonamos. Si hasta cada calle transversal está enrejada. Un gentil empleado de la imprenta nos indica una pila de paquetes rotulados con la inscripción „Coctel Selva Negra“.

¡Se acabó el parto! Emoción indescriptible al arrancar el papel del embalaje y tomar en las manos el primer ejemplar de mi libro. Solo puede compararse con el nacimiento de un hijo, me habían dicho algunos por ahí. Yo les creo. Todas las dudas y murmuraciones se vuelven insignificantes. Me cercioro de la hora para poderle hacer su carta astral: son las dos de la tarde con veintisiete minutos. Ojalá tenga un buen ascendente. Cogemos unos seis paquetes y los metemos en la maletera del carro. No consigo desprenderme del neonato.

La siguiente estación de Johnny es un colegio en el tradicional Paseo Colón. Nos encontramos con dos colegas más y decidimos muy espontáneamente, a instancias mías, ir a tomar algo en un barcito del barrio para rociar el nacimiento del Coctel. La encantadora Violeta nos sirve unos refrescantes jugos mixtos de frutas y nos engríe con unos tamalitos recién hechos. Antes de irnos, le comento brevemente el motivo de nuestra espontánea reunión.

- ¿Y tú eres el autor?

- Sí. ¿Te gustaría tener un ejemplar?

El brillo en sus ojos subraya el SÍ de sus labios. Se lo dedico „para Violeta, madrina de nacimiento de este renacuajo“.

- Ay, muchas gracias. Yo soy cristiana, ¿sabes? y quisiera orar contigo por tu libro para que el señor los bendiga a los dos.

- Claro, gracias.

- Señor, bendice a este hijo tuyo y a su libro, hazlo prosperar como solo tú, señor, tienes el poder de hacerlo y que tenga mucho éxito. En el nombre de Jesús, amén.

- Gracias, Violetita. Qué amable de tu parte.

- Vas a ver que el señor te va a prosperar.

Mis acompañantes nos miran asombrados e interrogantes mientras la bien intencionada Violeta y yo, libro en mano, inclinamos las cabezas para la bendición correspondiente. Han leído el manuscrito y se ríen socarronamente imaginando el arrepentimiento que le vendrá a posteriori a la susodicha al familiarizarse con los ingredientes, no tan sacrosantos, del Coctel Selva Negra.

Acto seguido nos despedimos de los colegas y saco tres libros del carro para llevarlos a redacciones de los diarios del centro de Lima. Es martes y la presentación será el jueves así que con Johnny hemos imprimido invitaciones bastante bonitas para entregarlas junto con el libro. Los untuosos redactores de cultura de Perú2000 y El Negocio me agradecen la atención de llevarles el material personalmente y que tendrán mucho gusto en incluir el evento en la Agenda del jueves.

Johnny me asegura que por sus contactos editoriales vendrán al menos cuarenta personas. Por mi lado, tengo amigos y una familia numerosa y solidaria así que cuento con medio centenar más que junto con los otros asistentes llenarán cómodamente la sala del antro cultural y pontificio que tenemos reservada para el evento.

Jueves por la mañana. Me avalanzo como fiera hambrienta sobre Perú2000 y El Negocio para descubrir que no han mencionado ni una palabra del lanzamiento en calendario alguno. Las palabras me faltan para describir el cretinismo que siento al ver que nadie cumple con lo que ofrece. Recojo un paquete de libros en casa de Johnny para tenerlos esa noche durante la presentación. Como si no fueran suficientes plagas el alquiler neoyorquino del antro cultural y su cátering forzoso a precios londinenses, también te obligan a vender tus libros a través de la librería establecida en los bajos del local. Pero eso no es todo. ¿No se puede llevar los libros directamente al antro cultural? No, señor. Primero tienen que ser dados de alta en otra filial que queda a sentidos veinte kilómetros de distancia, gracias al fluido tráfico de Lima. ¿Por qué facilitarse la vida cuando es tan grato complicársela? me pregunto con candor e inocencia. Por eso estamos jodidos, Zavalita.

Llega mi gran noche. La invitación es a las 7:00 pm pero yo necesito estar ahí por lo menos una hora antes „por si“. Y soy el único. Llegan poco a poco amigos, parientes, desconocidos pero por ningún lado veo a mi editor, al maestro de ceremonias ni a los comentaristas. Fieles a la tradicional hora Cabana, los infaltables llegan media hora tarde al evento. Trato de aparentar coolness total pero soy muy mal actor y me parece el colmo que los co-protagonistas se atrasen tanto. ¡Quién me manda haber pasado veinte años en Alemania!

Las palabras de los comentaristas así como la voz de la bella cantante que ameniza la velada obran el milagro de hacerme olvidar todos los pesares previos. Al final, vino mucho menos gente que lo que esperábamos, no vendimos ni la mitad de libros, el cátering galáctico se acabó en dos minutos, los medios nos ignoraron olímpicamente. Por increíble que parezca, dos horas después, comiendo pizza con el círculo más estrecho, me siento un escribidor inmensamente feliz.

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