Llego
a la histórica ciudad de Münster, Westfalia, justamente un año
después de la exitosa presentación de mi libro Coctel Selva Negra
organizada por un comité de distinguidas damas de la localidad.
Gracias a ellas, surgieron contactos muy buenos y es así como una
vez más me encuentro frente al ayuntamiento de la antigua
Monasterio, donde se firmó la paz de 1648. En esta ocasión vengo
respaldado por una organización más sólida y mi misión es
compartir con el público sobre la experiencia del choque cultural de
latinos que llegan a Alemania.
Jubiloso,
tomo nota de que el escenario de la conferencia será el mismo de la
recordada lectura de hace un año. En aquella ocasión, contando con
sala llena, tenía apenas un par de libros disponibles. Esta vez
vengo mucho mejor equipado. Pero la vida está llena de ironía y,
llegada la hora del evento, resulta que tenemos más libros que
público. ¿Qué pasó? No lo sé. Mis amigas me consuelan con una
entretenida velada con pizza y vino. Una de ellas, solidaria vecina
del Alto Perú, me compra un libro para que por lo menos tenga tres
ventas esa noche. También les regalo uno a cada uno de los
simpáticos chicos que ayudaron a acondicionar la sala para no tener
que regresar a casa cargando con todo el bulto.
Antes
de despedirme de la vieja Monasterio, recorro sus mercados, sus
callecitas medievales y, en una de ellas, una sonriente oriental me
ofrece un volante. Pensando que se trata de propaganda mística del
Falun Gong, estoy a punto de deshacerme del papelito cuando caigo en
la cuenta de que lo que están publicitando son masajes según la
medicina tradicional china (MTC). Media hora de masaje para cuello y
espalda no estaría nada mal. Lo consulto con la amable chinita y al
minuto estoy en un antiséptico salón de tratamiento.
Como
el servicio contratado es para cuello y espalda, no considero
necesario aligerarme de toda la vestimenta y dejo puesto un discreto
pantaloncillo retro. La atenta masajista me advierte que es
necesario que me despoje de toda mi ropa. Serán las reglas de la
MTC, pienso y obedezco. Los siguientes treinta minutos disfruto el
trabajo de tan delicados y dedicados deditos orientales. Para mi
sorpresa, cuando el tiempo contratado está por expirar, esos mismos
deditos retiran la toalla que tan decentemente me cubría trasero y
piernas para propinarme con las puntas de las uñas unas sutiles
cosquillitas entre los muslos.
Amable
señorita del celeste imperio, le pido por favor que retome ud. su
lugar y siga ocupándose de mi cuello y espalda que es para lo que
fue contratada. Obedece muy atenta, pero a los dos minutos vuelve a
descorrer la toalla y retoma las cosquillitas que fomentan la
circulación en las regiones equinocciales de mi anatomía. Esta vez
ya no le digo nada y la dejo que siga su dudosa rutina, si para ellos
el cuello llega hasta las pantorrillas, algo tendrá que ver con los
meridianos, el yin y el yang, supongo.
De
repente recibo la orden “¡voltealse!” ¿Qué cosa? En este
estado de ebullición con seguridad que no. Con gestos unívocos de
su mano derecha yendo de acá para allá, la atenta terapeuta MTC
dice quererme aliviar la tensión ocasionada por sus cosquillitas.
Naranjas, chinita mañosa, ¿qué es esto? Cuello y espalda es lo que
pedí y no me venga ud. con aliviar tensiones y después quién sabe
si me las cobra como terapia adicional, final feliz o qué sé yo.
Déjeme ud. descansar cinco minutos y punto final. Hecho lo cual,
pago el servicio contratado y me despido. Caminando a casa esa tarde,
sonriéndome a mí mismo con picardía y cosechando miradas
desconcertadas, me pregunto si por avaro no me habré perdido la
oportunidad de experimentar a la Irina Palm de Monasterio. Pero con
la precariedad de las ventas...
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